Un ilustre aterriza esta tarde en el Buesa Arena como máximo responsable técnico del Gipuzkoa Basket, un club tradicionalmente hermano del Baskonia que busca un imposible en la presente temporada. Si Marcelo Nicola, aquel talentoso alero con una cabeza dispersa que abrió la gloriosa senda argentina en Vitoria y primer gran descubrimiento de Alfredo Salazar, consigue la permanencia al frente del modesto equipo donostiarra, deberá tener una estatua en una ciudad que, contra todo pronóstico, vuelve a degustar el baloncesto al más alto nivel tras el auto emitido en verano por un juzgado de Barcelona.
El GBC aterriza en el Buesa Arena como víctima propiciatoria de un Baskonia que, pese al desgaste físico y mental de una semana infernal, debería infligirle en condiciones normales un severo correctivo. Apreciados los abrumadores desequilibrios entre dos plantillas como el día y la noche, cualquier otro desenlace que no sea un rotundo triunfo azulgrana, sería una sorpresa.
A poco que los pupilos de Ivanovic exhiban la seriedad suficiente, podrían hacer sangre con un modesto que atesora todos los boletos para regresar el próximo curso a la LEB oro.
El GBC se hizo un hueco sobre la bocina en esta edición liguera. Fuera de los despachos consiguió el anhelado premio que la emergencia sanitaria le negó sobre la pista cuando marchaba líder de la LEB Oro empatado con el Valladolid. Pese a que, según todos los indicios, la ACB le ofreció dinero para renunciar al sueño del ascenso, su osado presidente Nacho Núñez decidió tirar hacia adelante.
“A nivel mediático tan solo sirve jugar en la ACB”, esgrimieron con la voz pequeña desde Donosti para justificar su decisión de codearse nuevamente con los mejores. Algo que, por otro lado, desató la furia de los restantes asociados al estirar la competición doméstica a 19 equipos y apretar todavía más un calendario de locos en el que apenas hay fechas libres ya para disputar partidos aplazados por el covid-19.
Con una plantilla confeccionada en tiempo récord y cuyos doce jugadores fueron anunciados a bombo y platillo en un mismo día, el Gipuzkoa Basket se ha topado con la cruda realidad. Un plantel tremendamente limitado y falto de casi todo que ocupa el farolillo rojo tras haber ganado tan solo al Casademont Zaragoza en las diez primeras jornadas.
Sin ningún fichaje de relumbrón y a la espera de la mejor versión de jugadores con experiencia en la ACB como Dino Radonjic, Pere Tomás, William Magarity y Viny Okouo, tan solo el ala-pívot colombiano Jaime Echenique -15,4 puntos y 5,7 rebotes- está dejando alto el pabellón a las órdenes de Nicola.
El argentino busca un pequeño milagro que, en caso de producirse, podría relanzar su todavía discreta carrera en los banquillos. Tras dirigir con anterioridad al UCAM Murcia, Lietuvos Rytas y Unieuro Forlì italiano, el GBC constituye la última parada de un técnico que, como jugador, pasó siete temporadas en Vitoria. En una ciudad a la que le unen lazos evidentes, se casó, tuvo un hijo y alcanzó la madurez antes de fichar por el Panathinaikos griego en el verano de 1996.
Protagonista de la mayoría de edad de una entidad como la baskonista que, bajo su liderazgo -también el de Velimir Perasovic y Ramón Rivas-, conquistó su primer título continental, aquella Recopa ante el PAOK de Salónica de Prelevic, Stojakovic y Rentzias, Nicola ha desempañado otras funciones dentro del club alavés. En septiembre de 2017 fue designado por Josean Querejeta responsable y coordinador de la estructura técnica de las categorías inferiores, cargo en el que ni siquiera aguantó un año entero.
En el paladar del aficionado azulgrana siempre quedó un regusto amargo con respecto a su figura. Su corpulencia, unida a su calidad, coordinación y grandes fundamentos técnicos, hacían de él un diamante en bruto que, sin embargo, no fue pulido hasta el límite de su potencial.