Todo lo que puedas imaginar es posible con trabajo, esfuerzo y sacrificio. Si por algún casual Dusko Ivanovic tiene una divisa personal al modo de la que los monarcas usan en sus heráldicas, no cabe duda que la expresión de la misma tiene que ser muy cercana a esta primera frase. El entrenador que puso al Baskonia al inicio del milenio a la altura de los más grandes y abrió la senda de la época dorada del club, el que regresó por la puerta grande para tocar el cielo con la punta de los dedos antes de salir por la puerta de atrás y el que a finales del pasado mes de diciembre no dudó cuando recibió la llamada del que considera su segunda hogar para ponerse al frente de una de las situaciones más comprometidas de la entidad en los últimos años. A muchos baskonistas se les atragantó la cena ese día de Nochebuena en el que se oficializó su tercer advenimiento; muchos otros lo consideraban ya un entrenador caduco, pasado de moda e incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos; pero hubo quienes, como siempre antes, volvieron a depositar su fe en el montenegrino. Entre este último grupo, una plantilla por aquel entonces destrozada en lo anímico y en lo físico a la que se ganó desde el primer momento. Si se trabaja y se derrocha el esfuerzo, creer es poder. La inquebrantable fe duskiana, revestida ahora de un carácter cercano, bromista y que irradia felicidad, pero que sigue siendo el sargento de hierro de siempre a la hora de trabajar. La máxima de no rendirse nunca del hombre que ha vuelto a su casa. El carácter del entrenador que ha devuelto al Baskonia, a su Baskonia, al Olimpo con la cuarta Liga de su historia, tercera con el montenegrino a los mandos.
Lo que Ivanovic vio en sus primeros días en Vitoria no le gustó. Un equipo que se rendía en cuanto recibía el primer golpe en contra. "Quiero recuperar el carácter que siempre ha tenido el Baskonia, que es diferente al resto", dijo entonces una de las figuras que mejor encarna esa palabra cuando de este club se habla. Un hundimiento anímico que le costó unas semanas enderezar, al tiempo que se iba conformando una base física más sólida. "Caer es fácil, pero levantarse cuesta tiempo. Nos va a costar un poquito, pero subiremos", aventuró entonces. Una vez más, ha cumplido con su amenaza.
Es evidente que la temporada queda mediatizada por el coronavirus y nadie sabe lo que hubiera pasado de haberse podido desarrollar con normalidad. Pero el Baskonia ya había cambiado la cara respecto al semblante que mostraba antes de la llegada del montenegrino. Una vuelta al pasado, más aún cuando en ataque los problemas son evidentes y las lesiones eran un lastre. Una defensa al límite de la dureza máxima permitida, tratar de provocar el error de los rivales y correr siempre que se pueda. Cuando la calidad no sobra -los ataques en estático son un sufrimiento para este equipo, sobre todo si el tiro exterior no alcanza buenos porcentajes-, hay que buscar la victoria por otros caminos. Cuando no se puede ser delicado como una flor, toca ser duro como una piedra.
La particular pretemporada del equipo tras el confinamiento -la preparación física es uno de los grandes puntos fuertes del técnico-, la recuperación de varios lesionados y la fe del equipo en su entrenador -la identificación con el técnico es absoluta por parte de la plantilla- han sido los factores determinantes para el regreso del Baskonia a lo más alto cuando ya parecía condenado a mantenerse alejado de todo oropel. "No vamos a Valencia de vacaciones", afirmaban todos tajantes hace poco más de dos semanas. Abrazados al duskismo, religión oficial del baskonismo. Otro título más amplía la leyenda del indomable.