Fin de trayecto. 2 de junio y el Baskonia ya se encuentra de vacaciones. Puede sonar a broma de mal gusto, pero es la triste realidad. Brusco descenso a los infiernos para el teórico ogro de la eliminatoria y todos los honores para un Zaragoza disfrazado de héroe que mereció con creces el billete hacia semifinales. Son los bruscos contrastes tras una eliminatoria que abrirá la caja de los truenos dentro del club azulgrana, testigo de una hiriente humillación que se suma a la cornada encajada meses atrás en la Copa del Rey frente al Joventut. Dos fracasos estrepitosos a nivel doméstico mientras un plantel cogido con alfileres agotaba las últimas reservas de gasolina en la titánica pelea por inmiscuir la figura en la Final Four celebrada en el Buesa Arena.

Nada puede salir bien, a la postre, cuando un equipo como el vitoriano, corto ya de por sí en cuanto a efectivos, venido a menos en la parcela física y también inestable en el plano emocional, concede tanto terreno en unos albores tétricos o sobrevive con una solitaria canasta en juego en ocho minutos del último cuarto. El Príncipe Felipe sepultó definitivamente a un Kirolbet hecho trizas desde el adiós al sueño de la Euroliga. Algo se perdió tras aquella eliminatoria ante el CSKA que ha dado paso al solar más absoluto, una caída de brazos generalizada en todos los puestos y un imparable desfondamiento a nivel físico y mental.

Desde finales de abril hasta ayer, la regresión azulgrana ha adquirido unos tintes sonrojantes y de ello se aprovechó ayer un imperial Zaragoza para echar las últimas paladas de tierra sobre un grupo desfondado, vacío de fuerzas e incapaz de sostenerse mínimamente en pie. Aunque todo hacía indicar que el billete hacia semifinal no debía correr peligro vista la humildad maña, la debacle se veía venir y constituye la antesala de un verano movidito en las oficinas del Buesa Arena. Dado el gatillo fácil de Josean Querejeta, un presidente implacable que podría de vez en cuando mirarse en el ombligo o salir a la palestra para justificar su parálisis de los meses anteriores a la hora de reforzar un colectivo malherido por las lesiones, derrotas de este calibre siempre desencadenan una tormenta en forma de cambios y bajas tanto en el vestuario como el banquillo.

reacción en balde El bochornoso final de temporada quedó rubricado en tierras mañas en un fatídico cuarto final donde afloraron todas las vergüenzas de un plantel hecho unos zorros. El Baskonia acababa de remontar una abismal desventaja (28-9), fraguada tras una caótica puesta en escena, y ya divisaba el desempate tras revivir gracias a la mordiente defensiva de Jones y la munición de Granger. El guerrero estadounidense y el exterior uruguayo, cada uno a su manera, inyectaron oxígeno a un visitante por momentos lastimoso que volvió a ser un juguete roto en manos de un humilde.

Una canasta de Poirier en la primera posesión elevó el esperanzador 49-57 al marcador, pero de ahí al epílogo solo hubo que lamentar pésimas noticias. Empezando por las sucesivas eliminaciones de casi todos los pívots de Perasovic, dominados a placer por ese gigante cubano llamado Justiz, hasta el clamoroso desacierto desde la larga distancia, pasando por las múltiples concesiones en el tiro libre y las desatenciones defensivas de bulto. Con igualdad a 58, una alevosa agresión de Poirier a Alocén, sin el balón en juego después de que los árbitros ya hubiesen señalizado una falta de ataque del imberbe timonel maño sobre Huertas, constituyó el principio del fin a orillas del Ebro.

Berhanemeskel devolvió la delantera al Tecnyconta y otros dos tiros libres de Justiz en la posterior jugada sumieron al Baskonia en la peor de sus pesadillas. Con los nervios a flor de piel y huérfano de la estabilidad que requería la ocasión, el vitoriano se consumió en la abrasiva caldera del Príncipe Felipe como un equipo melancólico, exhausto e inoperante. No solo acabó señalado Perasovic, cuyas decisiones desde el banquillo tampoco ayudaron a revertir el desolador panorama, sino también casi toda una plantilla que a la hora de la verdad se ha demostrado tremendamente corta para competir al más alto nivel.

Vildoza falló más que una escopeta de feria desde el 6,75, Huertas tampoco inyectó rigor a un timón desbordado, Hilliard -solo tres minutos en el cuarto inicial- representó un expediente X, Shields también fue un canto a la impotencia y todos los pívots se vieron zarandeados por el poder intimidatorio de Justiz. Voigtmann, Poirier y Shengelia desfilaron de forma escalonada hacia el banquillo tras estrellarse ante los enormes tentáculos de la muralla cubana. En definitiva, un mal sueño del que costará despertarse algún tiempo.