vitoria - Desde hace muchos meses ya, el mundo del baloncesto vive pendiente del enconado conflicto abierto que mantienen la Fiba y la Euroliga. El motivo fundamental del enfrentamiento es el control de la principal competición continental y el negocio que de ella se deriva pero, a modo de daños colaterales, aparecen en el escenario de guerra varios asuntos más. El más importante, con toda seguridad, es el relativo a la hasta ahora inexistente conciliación de los calendarios de las diferentes selecciones internacionales con los de los torneos de clubes. Y en medio de esta cruenta batalla se han quedado los verdaderos protagonistas del espectáculo, los jugadores.

Como una de sus medidas de presión sobre la Euroliga, la Fiba decidió que, a partir de la temporada actual, se abrieran varios periodos competitivos para las selecciones a lo largo del curso. Un formato que está implantado desde hace tiempo en el fútbol pero que en el deporte de la canasta supone un drástico cambio con lo establecido debido a que, al no estar consensuado, muchos torneos de clubes mantienen sus partidos programados en las fechas teóricamente liberadas para los combinados nacionales.

La primera de estas ventanas está al caer -está programada la penúltima semana del presente mes de noviembre- y las chispas no han tardado en comenzar a saltar. El pasado lunes concluía el plazo para que las federaciones trasladasen a la Fiba la lista preliminar de jugadores convocados para los dos encuentros que tendrán lugar en esas fechas y con la publicación de los listados se ha puesto en evidencia el grave problema que afecta en estos momentos al deporte de la canasta. Porque lo que ya es evidente a estas alturas es que ninguna selección presentará a esta cita la mejor versión posible de sí misma. Más bien, todo lo contrario.

De entrada, porque todos los jugadores que militan en la NBA se han quedado fuera de las convocatorias de sus técnicos. La potente competición estadounidense ya dejó claro hace mucho que no estaba dispuesta a renunciar a ninguno de sus miembros en plena temporada y nadie se ha atrevido a desafiar esta prohibición. Ni siquiera con una inclusión inicial en la preselección para ser descartado después.

Donde el reto sí se ha producido de manera clara es con los clubes que disputan la Euroliga. La mayoría de los seleccionadores han optado por incluir a estos jugadores en sus listados preliminares, aún a sabiendas de la intención de los clubes de no permitirles acudir a la convocatoria. En el caso de la selección española, por ejemplo, once de los veinticuatro hombres que ha llamado Sergio Scariolo juegan en conjuntos adscritos al principal torneo continental. Entre ellos se encuentra el baskonista Ilimane Diop (sus compañeros Voigtmann, Poirier, Granger y Huertas también han sido citados por Alemania, Francia, Uruguay y Brasil respectivamente).

Esta situación coloca a los profesionales en una posición extremadamente delicada. Y es que recae finalmente sobre ellos la decisión de tener que elegir entre cumplir con la entidad con la que tienen contrato y les paga o acudir a la teóricamente obligatoria llamada de sus selecciones nacionales. Porque, de entrada, la Euroliga y los clubes que la componen ya han dejado claro que no van a modificar sus planes, lo que implica que se mantiene la jornada que se disputará los días 23 y 24 de noviembre. Para lo que, evidentemente, cuentan con todos sus jugadores.

El único parche posible para salir del paso en esta primera ventana sería que los técnicos acaben eliminando de sus convocatorias definitivas a los jugadores que disputan la Euroliga. Algo que, en cualquier caso, no sería ni mucho menos una solución definitiva -en unos meses llegará otra ventana- y que, por otro lado, implica que el nivel de los combinados nacionales baje drásticamente al no contar con sus mejores elementos. Además, la Fiba está amenazando veladamente con la posibilidad de imponer sanciones -pérdidas de partidos incluidas- a aquellas federaciones en las que haya equipos que no cedan a sus jugadores.

En definitiva, un aparente callejón sin salida en el que el principal damnificado es el propio baloncesto y que sitúa a los profesionales de la canasta entre las ventanas y la pared.