Tiene esa cara de científico despistado y un físico que en absoluto hace pensar en él como uno de los monarcas del baloncesto europeo pero, sin embargo, Milos Teodosic, lleva más de una década situado por méritos propios entre los más grandes de este deporte. Desde luego, no es fruto de la casualidad. Su privilegiada cabeza y unas manos de seda le permiten ir casi siempre unas décimas por delante de sus rivales y, para desgracia del Baskonia, ayer volvió a demostrarlo.

El serbio es de esos jugadores que tienen la capacidad de desequilibrar cualquier encuentro con su propia actuación y cuando decide tomar la batuta y pisar el acelerador a fondo resulta prácticamente imparable. Y eso fue precisamente lo que ocurrió en el inicio del tercer periodo de la contienda. Hasta entonces el serbio se había dedicado a distribuir -con acierto- el juego entre sus compañeros sin reclamar demasiado protagonismo individual. El paso por los vestuarios, sin embargo, pareció activar su modo destructor y, como si tuviera prisa por acudir a alguna cita después del duelo, saltó al parqué determinado a resolver el partido por la vía rápida.

Así, firmó cinco minutos demoledores en los que se hizo amo y señor de la situación para ofrecer un auténtico recital y poner contra las cuerdas a un Baskonia que durante los dos primeros parciales había llevado claramente la iniciativa. En ese breve lapso de tiempo el timonel balcánico anotó nada menos que trece puntos para conducir al CSKA a una ventaja de catorce (58-44) tras endosar un inapelable 18-9 al conjunto vitoriano. La exhibición de Teodosic abarcó todos los aspectos posibles. Anotó de dos y de tres, asistió con brillantez a sus compañeros, se empleó en defensa y, sobre todo, controló el partido a su antojo para asestar una puñalada que se antojaba letal. Pese a todo, el plantel azulgrana tiró de garra para reponerse y llegar al fatídico final en el que ma prórroga que merecía como mal menor se escapó entre los dedos.