vitoria - Todos los grandes tienen su fecha de caducidad. Quedan ya tan solo poco más de dos meses de furia incontenible por las canchas de la ACB y la Euroliga. La emanada del magullado y fatigado cuerpo del Chapu, un guerrero incansable que al final de esta temporada dirá basta. Así lo anunció ayer públicamente mediante una emotiva carta en su cuenta de Twitter el actual ala-pívot del Real Madrid y, sobre todo, una de las leyendas vivas del baskonismo. Como si de dos vasos comunicantes se tratasen, Andrés Nocioni escogió una forma prácticamente idéntica para decir adiós a la que el pasado 9 de enero empleó su buen amigo Pablo Prigioni. Si el base nacido en Río Tercero dejó compuesto y sin novia al Baskonia mediante un anuncio fulminante que no fue fruto de ningún calentón, en el caso del santafesino se atisbó ayer la misma sensacióni de agotamiento físico y mental tras más de dos décadas al pie del cañón en las que ha facturado toda clase de éxitos y, ante todo, el reconocimiento del planeta baloncestístico. Solo que, a diferencia de su compañero de fatiga durante años y años en la mejor selección argentina de la historia, ha dejado un pequeño resquicio para la consecución de dos nuevos títulos a las órdenes de Pablo Laso.

“Después de tantas batallas, he decidido dejar de reventar la botella de agua contra el piso cada vez que me sustituyen. De tirar toallas, de patear bancos, de insultar al aire. He decidido madurar, señores. Me cansé de discutir con los árbitros, no quiero que me cobren más técnicas ni tampoco volver a pagar gimnasios o cenas de equipo a cuenta de mis multas. Pretendo mejorar mi conducta, mis hábitos. Y como tengo claro que no podré cambiar mi temperamento jamás, ME RETIRO. Me voy antes de que me echen”, fueron algunos párrafos de la misiva con que ilustró su próxima despedida. En ella se congratuló por haber cumplido “muchísimos sueños”, mostró su sorpresa por “haber llegado más lejos de lo que esperaba” y reflejó su mentalidad con una frase que lo dice todo. “Nunca me entregué. Ni en los peores momentos, que por supuesto también los tuve”, zanjó antes de reconocer que “ha sido un camino largo, repleto de piedras, luces, empeño y también grandes satisfacciones. Pero de algo estoy seguro: valió la pena transitarlo”.

Nocioni impartirá sus últimas lecciones de raza y pundonor en la capital madrileña, pero nadie cuestiona que siempre será un patrimonio tanto del Baskonia como la afición azulgrana, que todavía le adoran como a un hijo pródigo por todas las noches de gloria que brindó durante sus más de siete años de andadura en Vitoria. Problamente no ha existido ni existirá otro jugador que, enfundado en la camiseta del enemigo más irreconciliable, haya sido recibido siempre con un respeto reverencial y aplausos. Dos etapas distintas -primero entre 1999 y 2004, más tarde de 2012 a 2014- en las que sería el mejor exponente del bautizado como Carácter Baskonia.

al eterno rival Todas las virtudes buscadas con ahínco por el club de Josean Querejeta a la hora de trazar el perfil del jugador perfecto para la casa se vieron condensadas en este guerrero incansable que cautivó a todos por su entrega, pundonor y pasión, no exenta lógicamente de calidad. Viendo sus primeros pasos en la capital alavesa, en la que se asemejaba a un potro salvaje incapaz de controlar las emociones y su visceral temperamento, nadie vaticinaba que pudiera convertirse algún día en una estrella rutilante. Un año de préstamo en Manresa le vino de perlas al Baskonia para ver forjada una máquina competitiva en todos los sentidos. Un purasangre que, bajo la batuta de Dusko Ivanovic, con quien mantuvo unos sonados encontronazos, creció y creció hasta firmar un contrato multimillonario con los Bulls de Chicago en el verano de 2004. Entre medias, eso sí, ayudó a poblar de títulos (1 Liga y 2 Copas) las vitrinas del Buesa Arena y, en compañía de Luis Scola, convertir al vitoriano en uno de los equipos más temidos del Viejo Continente.

El Chapu se marchó a la NBA dejando mucho dinero (más de tres millones de euros), pero sobre todo un legado imborrable en cuanto a valores como el tesón, la perseverancia y la lucha contra molinos de viento. Un guerrero que defendió a capa y espada el escudo del club, al que volvería ocho años más tarde. Nada sería igual entonces porque, de vuelta en Vitoria tras una dilatada etapa en Estados Unidos, se encontró con un Baskonia herido, muy distanciado de los grandes y mucho menos competitivo. En esa segunda etapa, huérfano de la frescura de antaño y ya sin edad para liderar un proyecto cada vez menos pujante, se cansó de ser el único en tirar del carro y sostener por sí solo los débiles cimientos azulgranas. Consciente de que estaba consumiendo los últimos años de su carrera y debía satisfacer su asignatura pendiente, terminó recalando en el Real Madrid. Una decisión que inflamó y enervó al baskonista más forofo pero, al mismo tiempo, respetada y acatada por la gran mayoría debido a su intachable profesionalidad.

Fue ponerse a las órdenes de Pablo Laso y besar el santo en una temporada donde su ambición ayudó al gigante blanco a dar un salto cualitativo en su rendimiento. En 2015, el Chapu engrandeció su lustroso palmarés con la conquista de la Euroliga, su espina clavada y el título que siempre se le resistió en el Baskonia. Tras el oro olímpico de Atenas en 2004, la amarga plata mundial sumada dos años antes -debió ser oro de no ser por aquel malvado árbitro griego de nombre Pitsilkas en la final ante Yugoslavia- y los éxitos de Vitoria, conquistaba por fin la joya de la corona. La gloria aderezada, además, por la vitola de MVP de la Final Four en Madrid. Antes de colgar las botas, el santafesino no dejará de luchar lo que resta de este curso, porque está en su ADN competir hasta las últimas consecuencias.