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Sin reproches. Cuando un equipo, como el Baskonia ayer, pierde dando la cara hasta el último segundo, pocas críticas puede hacerse de su labor. Acaso el excesivo tiempo que mantuvo en pista a Voigtmann, uno de los señalados en el epílogo debido a dos pérdidas incomprensibles. Condicionado por las faltas, Ilimane Diop no pudo disputar los minutos calientes ante el Real Madrid.
vitoria - Crueldad infinita y rabia profunda. Se le escurrió por milímetros una merecida final de Copa al Baskonia, cuyo titánico esfuerzo se quedó sin recompensa en el último suspiro cuando ya divisaba la meta. El sueño del séptimo entorchado copero de la historia pasó de largo tras una prórroga a la que nunca debió llegarse. A tres minutos del final del tiempo reglamentario, Baskonia manejaba una renta lo suficientemente cómoda (87-79) como para que uno de los partidos más memorables en la historia de la competición no se hubiese prolongado. Ya fuera por una evidente falta de fuerzas ante un rival más profundo, un agarrotamiento pernicioso en el momento de la verdad o la ausencia de líderes que aplicaran cloroformo a un choque con unas revoluciones altísimas, el equipo adoleció de instinto asesino. Solo Beaubois vio la luz en medio del desbarajuste.
Justo en el peor momento, cuando se abría paso una final mucho tiempo después para regocijo de una grada entregada, afloraron esos errores que hacen todavía del Baskonia un colectivo inconsistente e incapacitado para regresar a la senda de los títulos. Entre las incomprensibles pérdidas de un Voigtmann al que le quemó el balón en las manos, la poca clarividencia de Larkin, el defectuoso cierre del rebote y el aguijón mortal de necesidad de Llull, autor de los últimos siete puntos que forzaron el empate a 89, se escapó una oportunidad de oro para aplicar la estocada al Real Madrid, salvado otra vez por la campana y con fe ilimitada en sus opciones.
Tal y como le sucedió al Andorra en cuartos, esa prórroga olió a chamusquina ante el desgaste acumulado por un Baskonia carente de una segunda unidad tan poderosa. En esos cinco minutos de regalo, el conjunto de Pablo Laso mostró más tablas y aplomo que un anfitrión reducido a la búsqueda del triple y excesivamente revolucionado. Un providencial triple de Nocioni y sendas canastas más adicional del silencioso Ayón frustraron el sueño azulgrana de pelear esta tarde por la gloria. Exhausto y consciente de que su oportunidad se había esfumado antes, los alaveses ya no serían capaces de levantarse de la lona. Fue un castigo demasiado duro para un Baskonia que saboreó la victoria tras una excelente segunda mitad en la que, sostenido por un acierto demoledor desde el 6,75 y aupado por un ritmo centelleante, tuteó al gigante merengue. El partido se le hizo muy largo y faltó una pizca de temple y saber estar sobre la cancha. Cualquier equipo campeón que se precie necesita ante todo poso y, desgraciadamente, el cuadro azulgrana anduvo escaso de ello con errores infantiles que un Real Madrid armado hasta los dientes y con múltiples recursos no desaprovechó. Pese a que Beaubois y Hanga se multiplicaron para mantener vivo el sueño desde la larga distancia, Sito Alonso añoró una figura que echara el balón al suelo y matara un partido con una fuerte personalidad. Una verdadera lástima por todo lo que se vio obligado a remar un Baskonia que sorteó varios momentos críticos.
beaubois, detonador de la reacción Porque un aterrador segundo cuarto complicó hasta límites insospechados el pasaporte para la décima final copera. Tras una brillante puesta en escena, la cancha del Buesa Arena se convirtió en un campo de minas para un anfitrión que perdió por completo el rigor y la seriedad defensiva de los minutos iniciales. Resultó un intervalo nefasto en el que se agigantó la figura del imberbe Doncic, empeñado en disfrazarse nuevamente de pesadilla tras su exhibición de hace unos días en la Euroliga. El niño maravilla se bastó por sí solo para provocar un mar de dudas y la confusión más absoluta en la formación alavesa, que pasó en un santiamén de dominadora a verse aturdida por los golpes visitantes. Entre la dictadura del esloveno al frente del timón y el instinto asesino de Randolph, el encuentro no había adquirido un buen cariz al descanso.
Todo cambió de raíz a partir del tercer cuarto. Se enchufaron los tiradores locales, especialmente Beaubois. El francés entró en órbita y justificó su etiqueta de killer. Su espectacular repertorio ofensivo puso en bandeja el billete para la final hasta que tres fatidicos minutos finales arruinaron el sueño de un equipo y una ciudad entera. A fuerza de seguir en la brecha, llegará el día en que el Baskonia recupere el gen ganador que se ha extraviado. Todavía quedan alicientes suficientes esta temporada para recuperarse de una decepción tan sonada.