Regaló treinta minutos el Baskonia en Tel Aviv y terminó pagándolo caro con una dolorosa derrota que compromete seriamente su pasaporte para el Top 8 de la Euroliga. Solo el tiempo se encargará de dictaminar si el sonrojo de ayer queda como una anécdota en el futuro. Encomendarse a un cara o cruz ante un rival tan vulnerable e ir siempre a remolque rara vez suele deparar óptimos dividendos. Y tristemente la fortuna le resultó esquiva a un visitante desconcertante en esa moneda al aire para decantar la balanza. Tuvo que verse la friolera de 18 puntos abajo (69-51) para activarse mínimante y despertar del profundo letargo en el que se sumergió desde el salto inicial.

La pesadilla terminó por hacerse realidad al ver cómo el Baskonia era incapaz de rematar a un anfitrión moribundo al que la velada se le hizo interminable. Trece segundos -todo un mundo dentro del baloncesto- pudieron cambiar el signo de un partido teñido de color amarillo. Con el tobillo derecho malherido y completamente cojo desde el inicio del tercer cuarto, Larkin penetró en busca de la canasta redentora que hubiera enmascarado un día aciago. Interceptado por la defensa macabea, dobló el balón a Hanga en una esquina. El húngaro dispuso de una franca posición de tiro, pero le quemó por completo el balón en las manos y ni siquiera miró el aro ante la oposición de Goudelock. El tiempo se consumió irremediablemente antes de su posterior pase a Beaubois. Rostros de perplejidad y lástima infinita.

Tal y como sucedió en Atenas ante el Panathinaikos, faltó instinto asesino para salir victorioso de un santuario continental sin la presión ambiental ni el miedo escénico de antaño. Ahí quedaron enterradas las últimas esperanzas para un Baskonia que recibió un justo castigo. Ni siquiera una falta obviada por los árbitros unos segundos antes nada más atrapar Hanga el rebote que dio paso a la última jugada sirve como atenuante para justificar una derrota ciertamente inexplicable.

Para mayor frustración del personal, el Baskonia se ahogó a la postre en la orilla tras protagonizar una racial reacción en el epílogo. Impulsado por un renqueante Larkin, cuyo compromiso resultó encomiable pese a sus pésimas condiciones físicas, el milagro estuvo a punto de ver la luz. En el colmo de la rabia, con cuatro pequeños sobre la cancha y con cambios de balonmano por parte de Sito Alonso -Rafa Luz dio otro aire al equipo atrás en el marcaje al escurridizo Goudelock- en busca del equilibrio que faltó con anterioridad, dispuso incluso de una última bala ante un Maccabi preso de los nervios que justificó las razones de su precario estado. Sin embargo, arreglar en un último suspiro los múltiples errores cometidos durante todo el choque se convirtió en una misión imposible con una pésima gestión de la posesión definitiva.

No entraba en ningún guión previo lo que sucedió a lo largo de tres cuartos tenebrosos en los que la escuadra vitoriana confirmó sus débiles constantes vitales. Frente a un anfitrión del que se apoderó el pánico en los minutos finales y con unas carencias alarmantes en el juego interior, el Baskonia no dio una a derechas durante gran parte del encuentro y permitió que un Maccabi en estado de descomposición adquiriera una confianza funesta para sus intereses. Landesberg, Miller y Goudelock abrieron numerosas vías de agua en el inestable entramado azulgrana. Las fraternales defensas sobre las voraces penetraciones de los estilistas locales derivaron en una riada de puntos en contra.

Tras sostenerse a duras penas hasta el descanso, un parcial de 9-0 al inicio del tercer cuarto encendió todas las alarmas. Un americanizado oponente manejó los tiempos del encuentro a su antojo hasta que el Baskonia pudo por fin ponerle los grilletes en la recta final. Se agigantó Larkin con triples milagrosos y surgió Luz desde el banquillo para dotar de mordiente defensiva a un colectivo apático, pero fue demasiado tarde. Quinta derrota en los seis últimos partidos continentales y la sensación de que la caída no tiene freno.

Tres cuartos infumables. Frente a un Maccabi en horas bajas del que se apoderó el miedo a ganar en el tramo final, el Baskonia firmó otra actuación aciaga durante treinta minutos soporíferos en los que no dio una a derechas.

Ni ritmo ni defensa. Landesberg, Miller y Goudelock abrieron numerosas vías de agua en el entramado azulgrana. Volvió a ser el visitante un grupo desorientado que no supo hurgar en las flagrantes debilidades del Maccabi.

Huérfano de instinto asesino. Gracias a un encomiable Larkin, el cuadro vitoriano dispuso de una última bala para enmascarar su pésimo papel. Tal y como sucedió en Atenas, ni siquiera lanzó a canasta ante las dudas de Hanga.