Vitoria - Todos los focos están puestos siempre en las genialidades de los imprevisibles Adams y James, la clase del elegante Causeur, el físico del volador Hanga o el liderazgo de Bourousis, pero Perasovic cuenta con un obrero de lujo entre sus filas que no se puede pagar con dinero. Se llama Jaka Blazic, que aterrizó el pasado verano en el Baskonia sin hacer excesivo ruido -le avalaba, eso sí, su experiencia al más alto nivel en el Olimpia y el Estrella Roja- y ha tardado muy poco tiempo en erigirse en uno de los ídolos del Buesa Arena. Tras las penurias de los últimos años, el público necesitaba identificarse con nuevos gladiadores para recuperar la ilusión. Pues bien, ya ha encontrado uno en este esloveno silencioso pero tremendamente eficaz que siempre suma.

Si alguien contabilizara los kilómetros que recorre en cada partido, se llevaría una grata sorpresa. Difícil encontrar hoy en día y a un precio tan asequible a un escolta tan sacrificado como este esloveno que se ha metido al público en el bolsillo. Alguien que encarna los valores que parecían extraviados en el Buesa Arena y que Josean Querejeta se propuso recuperar el pasado verano. Y es que asume gustosamente el rol más ingrato que puede tener cualquier baloncestista: reducir a los estiletes rivales del perímetro, ya sean aleros, escoltas o bases. Su labor de desgaste no aparece en ninguna estadística. Mientras otros se llevan la gloria de los puntos, los rebotes o las asistencias decisivas, él irradia felicidad colocando el aliento en la nuca a su par, haciendo la vida imposible a la estrella más rutilante del contrario o sumando en facetas oscuras.

Pese a sus solitarios siete puntos de valoración, Blazic se convirtió ayer un día más en otro de los héroes anónimos del Laboral Kutxa para que el Valencia besara la lona por primera vez en la ACB. Con 74-70 en el marcador, se levantó majestuoso para cerrar la victoria con un triple esquinado que levantó al público de sus asientos. Merecía una acción así un exterior muy valorado por sus compañeros por su entrega, dedicación y compromiso. Antes de colgarse esa medalla en los últimos segundos, el esloveno también fue un incordio para el Valencia Basket a la hora de morder atrás, atrapar varios rebotes ofensivos y no dar por perdido ningún balón. Así es Blazic, un tipo incansable con el que cualquier entrenador desearía contar para elevar la temperatura y mantener bien caliente el horno defensivo. Amarrado por el club hasta junio de 2018, seguro que todavía puede deparar muchas noches de gloria.