Como en muchos ámbitos de la vida, el baloncesto no escapa a la moda y a cierta tendencias que se imponen hoy en día entre las predilecciones de directivos y entrenadores. Una de ellas tiene que ver con el juego interior y el rechazo frontal de un sinfín de equipos a incorporar pívots excesivamente espigados, los vulgarmente conocidos en la NBA como siete pies. Entre que los contados europeos de calidad caen en las garras de las franquicias americanas y los pocos que sobreviven a este lado del Atlántico únicamente están al alcance de una selecta minoría, ya es habitual comprobar cómo los postes realmente altos constituyen una especie casi en extinción en el Viejo Continente. Además, la constatación de que es posible ganar la Euroliga sin esas torres -los ejemplos del Olympiacos y Maccabi están ahí en las últimas temporadas- no ha hecho más que cargar de razones a aquellos entendidos en la materia que abogan por sacrificar la altura en aras de priorizar las virtudes del cuatro y medio. Esto es, ese prototipo de jugador móvil, ágil, versátil, dotado de buena mano para abrirse fuera y también con capacidad para propiciar desequilibrios en la defensa rival pero, eso sí, incapaz de anotar de espaldas al aro.
Tras la reciente incorporación de un veterano del Vietnam como Bourousis, que implica el sacrificio del menudo Anosike, el Baskonia ha apostado esta temporada por ir a contracorriente. Perasovic necesitaba como el comer una referencia interior que diese puntos y equilibrase el juego, por lo que no ha dudado en trasladar al club su intranquilidad por disponer de un poste atípico como el nigeriano que no le brindaba ninguna seguridad y, a su juicio, purgaría su falta de centímetros en las grandes batallas de la Euroliga. En su lugar ha aterrizado el veterano y rocoso griego, un pívot de sangre caliente con mayores dosis de oficio y respeto arbitral cuya presencia debería dejarse sentir más en la pintura azulgrana.
Bourousis redondea un juego interior con un denominador común: la gran talla física y el considerable tamaño de cuatro de sus integrantes. Todos ellos alcanzan los 2,10 metros, algo de lo que no pueden presumir muchos equipos y que, sin embargo, tampoco garantiza plenamente una eficacia reboteadora desde el primer día. Al internacional heleno se suman Darko Planinic, una roca propensa al trabajo sucio, el efervescente Ilimane Diop -con una envergadura si cabe mayor que los anteriores- y un saltarín como Kim Tillie que destaca igualmente por sus condiciones atléticas y su capacidad para vivir por encima del aro.
Bajo estas premisas, el remozado Baskonia debería ser un conjunto con dos directrices marcadas. La de impedir canastas debajo de su propio aro y candar su aro con el fin de propiciar la salida de sus velocistas al contragolpe. Claro que ya se sabe que en la pelea por el rebote no prima únicamente la altura, sino también otras virtudes como el sentido de la colocación, la intuición y la casta. Algunos de los grandes reboteadores del baloncesto europeo de la última década que se vienen a la memoria (Turkcan, Felipe Reyes, Hines...) rebasan por los pelos los dos metros.
Están por ver las parejas interiores que compondrá Perasovic a lo largo de esta temporada, pero de lo que no hay duda es que Bourousis y Planinic difícilmente serán compatibles en algún momento de los partidos. Ambos se alternarán con Shengelia y Tillie, dos cuatros que a diferencias del pasado curso con Ibon Navarro sí podrían simultanear su presencia. Como último integrante de este quinteto figura Ilimane Diop, un joven necesitado de minutos que tiene visos de volver a gozar de un papel residual. Son varios años en los que al senegalés se le niega la oportunidad de demostrar si puede ser alguien en el mundo de la canasta.