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Un paso por detrás. Mantuvo en pista durante excesivos minutos a jugadores que requerían un descanso y no dio con la tecla adecuada a la hora de que el Baskonia impusiera su estilo en el Martín Carpena. Joan Plaza le ganó la batalla táctica al conseguir que el partido discurriera a bajas revoluciones y fuera de perfil árido. Se resiste una jornada más el salto cualitativo en la clasificación.

Ritmo malagueño. El partido se jugó a lo que quería Plaza: un ritmo cansino, posesiones largas y mucho cinco contra cinco en medio campo. El Baskonia se sintió incómodo en todo momento ante un líder que, si bien no paseó la altanería que se espera de su privilegiada posición, fue superior a los alaveses.

Jornada de deserciones. Los bases estuvieron difuminados ante la pegajosa marca de sus pares, Causeur careció de mordiente, Bertans estuvo un día más preso de la ansiedad, San Emeterio perdió el duelo con Kuzminskas, Begic se vio desbordado por los tiros abiertos de Vázquez... Demasiados inconvenientes como para romper la pésima racha a domicilio.

No hay manera humana de liberarse mentalmente ni quitarse una pesada mochila de la espalda. Se sigue haciendo de rogar el tan ansiado salto cualitativo. Demasiada intermitencia como para soñar con la gesta en la guarida del líder. Una derrota más a domicilio cuando, de nuevo, emergió una oportunidad propicia para acabar con una maldición interminable. La novena desde que arrancó este ejercicio presidido por las dos caras azulgranas. Una arrebatadora en casa y otra desangelada fuera. La errática incapacidad para arañar algo positivo lejos del Buesa Arena se perpetúa. Por enésima vez, se quedó corto un Baskonia que tuteó durante algunos minutos a un anfitrión vulnerable, pero fue incapaz de quebrar su pésimo fario al perder su particular lucha de estilos ante el Unicaja.

De poder asaltar la séptima plaza y acariciar incluso la sexta tras los regalos de los predecesores en la clasificación a maldecir un nuevo y merecido fracaso. El parejo marcador final tampoco reflejó con claridad lo que fue un partido dominado de cabo a rabo por los locales. Esta vez no hubo esa locura maravillosa ni el desenfreno anotador ni el acierto primoroso de jornadas precedentes, ingredientes con los que el Laboral Kutxa se mueve como pez en el agua. La tela de araña tejida por Joan Plaza engulló por completo a los estiletes azulgranas, amordazados para destapar su talento y vertiginosa electricidad en el desértico Martín Carpena.

En una velada de perfil árido, trabada y áspera, salpicada de tramos de un profundo desacierto por parte de ambos contendientes, el Unicaja impuso su ley. No evidenció posiblemente la altanería que se espera del equipo que encabeza la tabla y tampoco anda sobrado de argumentos en comparación con los alaveses como lo demuestra su condición de farolillo rojo de la Euroliga, pero aprovechó la ingente cantidad de errores, la poca clarividencia y las desconexiones visitantes.

Para profanar el Martín Carpena, en cambio, se necesitan argumentos más solventes. El Baskonia pecó de discontinuo, incurrió en sangrantes lagunas de concentración y se mostró desesperadamente blando. Esa intermitencia fue castigada por los malagueños, que interpretaron a la perfección las necesidades del duelo. Se jugó siempre al ritmo pausado por el que suspiraban los locales, capaces de añadir cloroformo a los acontecimientos con la inteligente lectura de Granger. La célebre chispa de James no apareció, Bertans -lastrado por las faltas- volvió a ser preso de la ansiedad, Causeur recordó al de las peores épocas, los cuatros carecieron de mordiente y Adams despertó demasiado tarde del letargo.

Y es que, desde el salto inicial, no pudieron los visitantes despojarse los pegajosos grilletes costasoleños. El grupo eléctrico, voraz y dinámico de jornadas precedentes quedó reducido a una versión más plana, sosa y timorata. Regresó el forastero tibio y apocado que se desangra con facilidad en los partidos lejos del Buesa Arena. Si sorteó un momento crítico en el segundo cuarto (37-25) y minimizó daños antes del intermedio fue debido a la providencial aparición de Iverson, de nuevo un gladiador incansable que se agigantó en los dos aros para prolongar el fino halo de vida azulgrana.

Desgobernado en la dirección y huérfano de antídotos para frenar los tiros abiertos de Vázquez y el poderío físico de Kuzminskas -indefendibles para Begic y San Emeterio, respectivamente-, el Laboral Kutxa estuvo casi siempre a merced de un Unicaja con las ideas más claras. Mientras la irrupción del gallego disparó la munición de un anfitrión que había sumado una solitaria canasta en los cinco minutos iniciales, el lituano causó estragos cada vez que decidió postear cerca del aro. Tras remar lo indecible, los vitorianos llegaron vivos a duras penas a la fase decisiva de la contienda (68-64). Entonces afloraron las pérdidas ingenuas y los despistes atrás. De nada sirvieron los chispazos finales de Adams cuando el equipo ya había besado la lona. Transcurren las jornadas y, aunque las sensaciones son otras, se resiste el salto cualitativo tan esperado por todos los estamentos del club.

Otra vez a un altísimo nivel y con

un rendimiento superior al de Begic. Notable a lo largo de una excelsa primera mitad donde prolongó el fino halo de vida azulgrana.