Vitoria - Puede que la cacareada refundación baskonista resultara más sencilla que todo lo visto desde entonces. Más sencilla y asequible, desde luego, que dispendios como los del show de Lamar Odom, que ya se sabe cómo terminó; más creíble también que la llegada al banco azulgrana del italiano Crespi, también otro show que finalmente no hizo ninguna gracia; y desde luego más eficaz que la contratación, aunque fuera temporal, de jugadores como Gomes, Jhonson, DJ White y, en cuestión de tiempo, Doron Perkins. Puede que todos esos esfuerzos personales y económicos no habrían resultado valdíos si el pilar fundamental, el esqueleto que debe sustentar cualquier proyecto deportivo que es el entrenador, hubiera estado meridianamente claro desde el principio. No ocurrió así con Sergio Scariolo la pasada campaña ni desde luego que no lo ha sido con el efímero Crespi, que apenas tuvo tiempo si quiera de completar los tradicionales cien días de gracia. A la sombra de estos dos cadáveres deportivos y con esa capacidad camaleónica de saber adaptarse siempre a las exigencias y caprichos de ambos extécnicos -antes ya había hecho lo propio con Spahija, Ivanovic, Perasovic y Olmos-, el vitoriano Ibon Navarro aguardaba su turno con la impaciencia de quien se sabe no es profeta en su tierra. Una realidad constatable desde hace 25 años en el ideario deportivo de Josean Querejeta, alérgico siempre al producto nacional y, por extensión, al vitoriano. El brillante Iñaki Iriarte fue la excepción hace más de dos décadas, aunque con un resultado también efímero. Hasta que llegó la refundación y el posterior rosario de despropósitos acaecidos desde entonces que han situado a Querejeta en el ojo del huracán. Por primera vez desde hace mucho tiempo, la labor del dirigente lazkaotarra no ya se cuestiona de manera más o menos habitual de puertas a fuera sino que entre sus propios colaboradores son conocidas las discrepancias con el jefe.

En la noche que Marco Crespi fue destituido de manera fulminante y que terminó con el italiano bañado en un mar de lágrimas en el vestuario “como nunca antes se había visto”, según algunos testigos, pudieron escucharse después por los pasillos del Buesa Arena críticas y lamentos entre algunos directivos del tipo “estamos perdiendo el norte” o “cada vez tenemos menos gente que sabe de baloncesto”.

Huérfano de respaldo público En este contexto, expectante ante los hechos y con Crespi preparando el petate, Navarro rumiaba para sí la llamada desde el despacho presidencial, como así ocurrió. Resultó todo tan rápido como frío. No hubo apoyo oficial por parte del presidente hacia el nuevo entrenador pero sí un mensaje implícito para reconocer que la solución a los recientes desmanes baskonistas, quizá, estaba en casa. Y por ahí, con ese estado de incómoda interinidad que supone saberse en tierra de nadie, comenzó a trabajar el vitoriano, el segundo técnico autóctono en los últimos 22 años. Sentó las bases ante el Gipuzkoa Basket, dejó buenas sensaciones en Klaipeda, asistió a una desconexión incomprensible de sus jugadores en Badalona y se doctoró con nota el pasado jueves ante Olympiacos. ¿Qué cambió entonces para asistir a una metamorfosis tan evidente en el equipo de hace 48 horas y el que precipitó el cese de Crespi ante el Estrella Roja, por ejemplo?

Es altamente probable que el efecto Navarro haya sido capaz de convencer al grueso de un vestuario fragmentado como el baskonista, tan capaz de firmar en los últimos tiempos un partido muy completo como de tirarlo a la basura en apenas unos minutos, mostrando una endeblez y pasotismo impropios de un club como el vitoriano. Se antoja que el vitoriano, que ha sido un espectador de lujo en esta plaza en las últimas dos temporadas, ha cambiado algunos roles en el vestuario y ejecutado otros tantos mecanismos tácticos para dotar al equipo de un carácter sólido. Y por ahí han empezado a llegar los primeros resultados.

Quizá el más evidente sea el cambio de mentalidad ofensiva y, sobre todo, defensiva, donde se han implementado algunos ajustes tan sencillos como las ayudas, hasta ahora limitadas únicamente a una ocupación de espacios que lo único que generaban eran continuos agujeros en la pintura. Se vio en Neptunas que las segundas ayudas sí que funcionaban y se certificó el pasado jueves que el camino para progresar es este. Dejar al conjunto griego en 70 puntos cuando promedia 75 por partido indica que la apuesta del técnico forjado en los Coras está bien tirada.

¿Mantendrá la chispa? Y cuando se tiende a defender bien lo normal es que la consecuencia en ataque sea la misma, como ocurrió en el último partido en el Buesa, donde el equilibrio ataque-defensa resultó palmario. Pasó el Baskonia de vincular su suerte ofensiva a una especie de concurso de triples -con Bertans, Heurtel y Hamilton como principales artilleros- a hacerlo a través de un reparto cooperativo que ante Olympiacos, sin ir más lejos, llevó hasta cinco jugadores a superar los diez puntos.

Con estos precedentes y con el rescate de algunos jugadores para la causa como Shengelia, Causeur, Bertans y, sobre todo, el enorme Begic, al que convendría atar más pronto que tarde, la esperanza de la afligida afición descansa ahora sobre los hombros del joven Navarro. Cuenta con el apoyo del vestuario y la grada, se supone que también del club tras la contratación de un asistente como Jota Cuspinera, y de los medios de comunicación. Todo pinta de color de rosa ahora mismo, ¿pero será capaz Navarro de mantener la chispa competitiva?