Vitoria - Acostumbran a decir en la Italia más siciliana que si tú no te das cuenta de quién está pagando la fiesta, lo más probable es que la estés pagando tú. Pues bien, extrapolando esta fábula al contexto del Baskonia es más o menos lo que aconteció en la noche del pasado jueves en los pasillos del Buesa Arena, cuando su hasta entonces entrenador, Marco Crespi, fue destituido de manera fulminante y con un rigor sorprendente, que no lo fue tanto para el resto de su cuerpo técnico ni para algunos jugadores. La noticia del despido del italiano, no obstante, ya estaba tomada desde el último encuentro de liga en Las Palmas, donde Laboral Kutxa firmó un nuevo despropósito que llevó a Crespi a patinar con aquello de “la falta de cojones” y señalar a uno de sus jugadores como cabeza de turco. “Doron (Perkins) no tiene cara de estar integrado en el equipo”, dijo entonces antes de desdecirse días después, en la previa ante Estrella Roja: “Gozará de minutos importantes”. El lío estaba montado.

Y llegó el jueves de Euroliga, donde el esperpento ante el Estrella solamente aceleró la destitución del italiano por parte de Querejeta, que no asumió la responsabilidad de anunciar la noticia, un hecho que no le deja en buen lugar ni ante la afición, ni ante los medios ni, por supuesto, ante el propio Crespi, cuya reacción resultó conmovedora. Rompió a llorar el italiano de manera desconsolada en el vestuario nada más conocer su cese “como pocas veces se ha visto llorar a un entrenador en la historia del Baskonia”, relata a este diario un testigo cercano al episodio que atesora varias décadas de baskonismo. Fue una mezcla de rabia e impotencia, añade, que Crespi quiso ayer contener con una carta de despedida artificial que el club colgó en su web oficial y en la que el técnico esgrimió un lacónico “las cosas no han salido como quería y pensaba. Lo siento. Como persona y como entrenador”, antes de concluir: “No me gusta decir más, tengo muchas opiniones en mi cabeza”.

Como quiera que su futuro ya estaba decidido, Querejeta presenció el partido en el palco con el ‘no’ del griego Fotis Katsikaris y Neven Spahija a sendas ofertas para suplir al varesino. Negativas vinculadas, según ha podido saber este periódico, a una cada vez más extendida falta de seguridad a la hora de cobrar los contratos así como al incumplimiento de los plazos establecidos para abonar antiguas deudas con algunos extécnicos y exjugadores. Un peligroso caldo de cultivo que amenazaría con minar la confianza y el prestigio de la entidad tras más de dos décadas en la elite. A este extremo se añadiría también el deseo de ambos técnicos consultados de querer “mover piezas” en el equipo, otro punto de generosa dificultad habida cuenta de la delicada situación de la ‘caja’ del club. Así que en este contexto, la solución de emergencia se llama Ibon Navarro, que el jueves asistió, al igual que su antiguo jefe, a esa extraña sensación de ver a algunos jugadores, por no decir todos, tirar el partido de forma velada ante el Estrella Roja. “Es imposible jugar tan mal si no es sabiendo que el futuro del responsable del banquillo está decidido”, interpreta otra voz autorizada del entorno del club que el jueves no daba crédito a lo visto en el parqué. Esa misma sensación de “relajación” es la que la misma fuente detecta desde ya un tiempo en los despachos del club. Una actitud de la que no escapa el propio Querejeta, al que el desgaste después de tantas temporadas parece haberle empezado a pasar factura. “No es el mismo”, valoran en su círculo de trabajo más cercano. “Antes dedicaba 24 horas al día a su club e incluso hipotecaba su vida personal si era preciso, pero ahora ya no...”.

En consecuencia, las operaciones no cristalizan, los socios caen, los delegados se van, los jugadores deseados no llegan y el rigor que antaño hacía de Baskonia un club ejemplar ahora se desvanece como un azucarillo. “Estamos perdiendo el norte y la perspectiva”, se insiste dentro de la entidad. “Cada vez hay más gente que sabe de marketing, de branding y hasta de coaching, pero lamentablemente cada vez hay menos gente que sabe de baloncesto y que no está haciendo bien su trabajo”. Sin citarlo de manera expresa, todas las miradas apuntan hacia las figuras de Alfredo Salazar, valedor de Marco Crespi, y sobre todo el team manager, Félix Fernández, cuya sintonía con el destituido Crespi era tensa y nula. Hasta tal punto era la fricción que éste habría pedido al presidente la destitución de Fernández por no haber sido todo lo diligente que debería en su cargo para agilizar la llegada de otros americanos que, desde luego, no eran ni Gomes, ni Johnson ni White.

Un cóctel explosivo trufado de una personalidad, la del italiano, no menos histriónica, que ha terminado por reventar a las primeras de cambio. Dicen que Crespi estaba muy a gusto en Vitoria, que había conectado con la gente -Twitter daba ayer fe de ello- y confiaba en poder enderezar el rumbo, sin embargo, al parecer era el único que soñaba. Todos estaban de fiesta y él sin enterarse que tenía que pagarla.