Inferioridad manifiesta. Con las orejas tiesas tras el susto recibido el jueves, el Barcelona no dio esta vez margen para la sorpresa. El 'ogro' culé se ensañó con un Baskonia pésimo que nunca le puso en aprietos.

Dirección caótica. El vitoriano fue un equipo inseguro, preso de la confusión y huérfano de confianza que se adentró en un callejón oscuro. La velada de ayer resumió a la perfección una campaña tenebrosa.

Deserciones. Nocioni, al que el público rindió pleitesía a falta de un minuto para la conclusión en la que pudo ser su última contribución para la causa azulgrana, volvió a estar demasiado solo ante el peligro. Lástima que nadie le haya seguido este curso.

vitoria - Fin de un trayecto tenebroso. Punto y final a un suplicio de ocho meses que no hace sino constatar la decadencia de un Baskonia cada vez más irreconocible. Adiós a otra temporada amarga que debe acelerar un drástico lavado de cara a un equipo incapaz de transmitir algo a la grada y contagiar un mínimo de entusiasmo. El descabello llegó a cargo del Barcelona, tan vulnerable en el Palau como autoritario en un Buesa Arena que se resignó pronto al fatal desenlace. La igualdad del asalto inaugural fue un bonito espejismo. Tras un severo correctivo en contra que sintetizó a la perfección los vaivenes y penurias de un ejercicio lastimoso, se acaba definitivamente una aventura angustiosa que alumbrará cambios drásticos durante un verano caliente.

Una velada predestinada a prolongar el fino halo de vida en una ACB ya sin red desembocó en otro trago amargo. Uno más que sumarse a la enorme retahíla de decepciones coleccionadas en los últimos meses. Tras el susto de muerte del pasado jueves, el Barcelona se gustó esta vez de principio a fin. Con las orejas tiesas, no concedió ningún margen para la sorpresa. Apenas un cuarto perduró la ilusión de estirar una eliminatoria que terminó por ajustarse a la lógica. Por segunda campaña consecutiva, el Laboral Kutxa se estrella en cuartos de final. Un listón irrisorio para un club que ha pasado de codearse con los grandes a malvivir en el vagón de los modestos. Huérfano de las señas de identidad que le hicieron célebre durante su etapa de mayor esplendor, la caída en picado parece no tener límites.

De la última cita del año, convertida en un aplastante monólogo blaugrana, hubo que rescatar una escena emotiva que puso la piel de gallina. La atronadora ovación del Buesa Arena a Nocioni, el último icono con el que se identifica un público necesitado de referentes y nostálgico del pasado, tuvo aroma a despedida. El Chapu, con el muslo reventado tras el brutal encontronazo con Dorsey, pudo haberse borrado tranquilamente de la cita de ayer para no comprometer su presencia en el Mundial, pero quiso brindar el que bien pudo ser su último servicio como azulgrana. Una lección de profesionalidad de una figura única que tiene visos de dejar un vacío imposible de llenar.

Más allá de ese gesto señorial, el duelo no tuvo historia. La incertidumbre desapareció de un plumazo ante el desequilibrio en todas las posiciones. El Baskonia se estrelló ante un muro de hormigón dispuesto a finiquitar la serie por la vía rápida. Con más corazón que cabeza, siempre fue a remolque del ogro culé. Una inferioridad en toda regla que elevó a los visitantes a los altares y condenó a los locales al infierno. La agonía tras el descanso resultó dolorosa. Los minutos se hicieron eternos mientras llovían las canastas en contra y el ensañamiento culé seguía imparable su curso. La impotencia y los rictus de desesperación se apoderaron de las gradas. Mientras tanto, sobre la pista un anfitrión con el rostro desfigurado y carente de vergüenza torera para brindar, al menos, una despedida decorosa.

la cruda realidad El Laboral Kutxa no se ahogó en esta ocasión en la orilla ni provocó sudores fríos a un rival abusón e incontestable desde todos los puntos de vista. El primer mordisco en su yugular ya se produjo en los albores con un amenazador parcial (0-7). Sería una especie de premonición de lo que ocurriría más tarde. Perdió de forma escandalosa la batalla de la dirección, se desangró nuevamente en la defensa a los escoltas de Xavi Pascual y adoleció de físico para plantar cara a las torres blaugranas, encabezadas por un imperial Dorsey en su labor como secante de Pleiss. Aguantó estoicamente el dolor Nocioni para ofrecer la que bien pudo ser su última contribución para la causa vitoriana, pero ello no sirvió como estímulo para abatir a un dragón con innumerables cabezas que paseó una suficiencia atroz durante buena parte de la contienda.

Soñaba el conjunto vitoriano con forzar el desempate al abrigo del Buesa Arena, pero se topó con la cruda realidad de la fortaleza de un Barcelona intratable que hizo alarde de sus interminables recursos. Los sangrantes despistes defensivos y la desorientación en ataque, propiciada en parte por la inseguridad de Heurtel y Renfroe al frente del timón, allanaron sobremanera el camino a los catalanes. Nunca se sintió cómodo el Baskonia, sobrado de deseo pero carente de tablas y sangre fría para interpretar un partido que debía ser cocido a fuego lento. Esas prisas le hicieron navegar a contracorriente y desquiciarse más de la cuenta. A partir del segundo cuarto, perdió su lugar en la pista y el Barcelona castigó sin miramientos sus errores. En definitiva, otro castigo para el cuerpo que aventura la revolución más imprescindible de los últimos años.

Forzó e hizo un esfuerzo supremo para ayudar al equipo. Mostró su orgullo y amor propio, lo que se tradujo en una atronadora ovación de la grada del Buesa en la recta final.