vitoria - El inexorable paso de los años no perdona a nadie. Ni siquiera los más grandes están exentos de sufrir el brutal desgaste físico y mental que entraña estar tantos años en la élite. A Juan Carlos Navarro, uno de los demonios en la historia reciente del Baskonia con el que hoy vuelve a verse las caras, el cuerpo ya no le responde a la misma velocidad que la mente. Conserva intactas su magia y puntería en las manos, pero las piernas flaquean y no pueden soportar la implacable exigencia y deriva física de un baloncesto donde cada vez hay menos espacio para los estilistas y los livianos como él. Es factible que todavía le quede cuerda para brindar de forma esporádica alguna velada embaucadora, pero su regularidad y constancia del pasado se han evaporado.
Tras cerca de dos décadas en la cima erigido en el martillo pilón de las defensas contrarias, tras destrozar toda clase de registros y engrandecer su leyenda con un palmarés inigualable que le convierte, con permiso de Pau Gasol, en el mejor jugador español de todos los tiempos, La Bomba ya no detona con la misma facilidad. Su cuentakilómetros se encuentra al límite. Demasiadas refriegas, incontables desplazamientos maratonianos, miles de bloqueos pasados sintiendo sobre la nuca el aliento de su perro de presa? Excesiva tralla para un francotirador al que los problemas físicos no le dejan ni respirar en los últimos tiempos.
A punto de cumplir las 34 primaveras, Navarro representa un mito viviente que ha regalado actuaciones memorables con la elástica blaugrana y con la selección española. Un tirillas universal que cautivó, allá por 1999, a todos los amantes de este juego desde que su desparpajo enrojeciese los mofletes a Estados Unidos en el Campeonato del Mundo junior de Lisboa. Su bautismo en la Liga ACB había tenido lugar dos años antes en un choque ante el Granada. Convertido en la Ciudad Condal en el heredero natural de otra figura carismática como Epi, su aparición cambió la historia de la sección de baloncesto culé. Entre otros títulos, le adornan 7 Ligas, 6 Copas del Rey y 2 Euroligas, pero su trascendencia va más allá de eso o de sus innumerables reconocimientos a nivel individual. Ha transmitido a todos que la imaginación, la inteligencia y el talento son mucho más importantes que la altura, el músculo o la potencia de salto para triunfar y hacerse millonario en esta profesión.
la maldita fascitis Tras una campaña anterior mirándose continuamente a la planta del pie, desesperado ante una maldita y rencorosa fascitis plantar que le ha llevado por la calle de la amargura, el genio nacido en San Feliú de Llobregat decidió hace un año poner fin a su calvario y pasar por el quirófano. Incluso renunció al Europeo de Eslovenia para disfrutar de un verano tranquilo y volver a ser el que era.
Transcurridos varios meses desde entonces, los números y su comportamiento sobre la cancha denotan que Navarro no está pudiendo ser Navarro con regularidad. Alguna estelar actuación como contrapunto a unos sospechosos descansos que invitan a pensar que está totalmente exprimido y ha dado lo mejor de sí. El propósito extendido de que vivirá una segunda o tercera juventud corre el serio riesgo de quedarse en agua de borrajas. Tras la última final copera en Málaga, sufrió críticas despiadadas que alimentan abiertamente el debate respecto a su declive como jugador.
En su caso, puede que falte un punto de punto de objetividad, agudizado por ese sentimiento inherente al aficionado culé en particular y a la historia del Barcelona en general de autoinmolarse junto a sus estrellas cuando dejan de tener un rendimiento que roce la excelencia. Sin embargo, ya hay muchas opiniones en tierras catalanas que sostienen que a corto plazo debería gozar de un rol secundario y ceder el testigo a un nuevo artillero de elevados quilates en el perímetro de Pascual. En espera de lo que suceda, nadie está exento de seguir sufriendo su voracidad.