vitoria - El Fernando Buesa Arena, un escenario mastodóntico que se estiró en su día hasta las más de 15.500 localidades para estar a la altura de un Baskonia que peleaba por todo y hoy en día no cubre ni la mitad de su aforo en muchos partidos soporíferos y de difícil digestión, ya no aguanta más. Tras otra temporada -la cuarta consecutiva- salpicada de sinsabores y afrentas dolorosas, el hartazgo del público va in crescendo. Una cosa, asumida por todos, es asimilar que el Baskonia ha bajado varios escalones su grado de competitividad en todos los frentes y no puede optar a los títulos. Sin embargo, otra bien distinta consiste en soportar la incesante retahíla de fracasos ante rivales de bajo fuste en unos últimos tiempos donde la perplejidad y el asombro parecen no tener límites. Cuando da la sensación de que este grupo incapaz de remar en la misma dirección ha tocado fondo y ya no lo hará peor, todavía existe el resquicio para sufrir un escarnio si cabe más doloroso que provoca sarpullidos en la piel.
Pocos aficiones a nivel europeo hay más entendidas que la vitoriana, frustrada por tanto desencanto y que no disimula la profunda frustración y rabia motivada por la deriva de un Laboral Kutxa al que nadie acierta a reconocer. Se mira en el espejo y aparece completamente desfigurado. Acostumbrado a degustar caviar durante la anterior década, el baskonismo no da crédito hoy en día al imparable descenso a los infiernos de un otrora transatlántico del Viejo Continente. Tal y como quedó reflejado en el infausto derbi del pasado jueves ante un majestuoso Gipuzkoa Basket, que convirtió al anfitrión en una triste caricatura, cuyas canastas fueron aplaudidas con sorna en determinados tramos y provocó algún pañuelo, la paciencia se ha acabado.
El mal rollo va en aumento y los pitos arrecian con fuerza en un pabellón cada vez más desértico ante el paupérrimo espectáculo al que debe asistir un día sí y al siguiente también. Si no construye un proyecto atractivo, Josean Querejeta se halla expuesto este verano a padecer la masiva pérdida de cientos de fieles descontentos y, por tanto, unos jugosos ingresos económicos para las arcas del club. Las dudas son latentes porque su gestión en política de fichajes se ha vuelto errática durante los últimos años y alguno de los buques insignia del equipo hará las maletas. Pleiss será vendido, a poder ser, al mejor postor y Nocioni, contagiado de la mediocridad colectiva y con un importante grado de desquiciamiento, sopesa ya seriamente la idea de cambiar de aires para embarcarse en un equipo ganador.
cuatro en la diana El divorcio entre la grada y varios integrantes del Laboral Kutxa y el propio Scariolo está adquiriendo cotas insospechadas. No se recuerda una campaña como ésta en la que un técnico se encuentre tan discutido y señalado por su deficiente gestión del grupo. Queda la sensación de que el técnico italiano ha perdido el control de un vestuario acomodado, poco trabajado y con nula capacidad para el sacrificio atrás, de que su mensaje ya no cala en una plantilla donde cada uno hace la guerra por su cuenta y de que los automatismos brillan por su ausencia. Las discusiones y las malas caras entre los propios componentes azulgranas en pleno partido dejan entrever una inquietante falta de unión.
El problema reside en que la delicada tesorería del Baskonia no deja margen para tomar alguna decisión drástica que lleva muchos meses planeando sobre el Buesa Arena como la destitución del técnico. Scariolo representa la diana de la crítica más ácida, pero algunos jugadores tampoco se libran de la música de viento. Mainoldi, Jelinek y Hamilton, desesperantes desde el arranque de curso e inoperantes a más no poder, ilustran los casos más llamativos del desapego a un conjunto sin química.
El argentino y el checo, reclutados por su condición de cupos, han confirmado las sospechas sobre su falta de valía para vestir una camiseta tan prestigiosa. Respecto al poste estadounidense, el mayor fiasco de la temporada junto a Hodge, el público le recrimina básicamente su alergia a la zona y su torpeza para satisfacer las necesidades básicas de un club que le fichó para pegarse en las inmediaciones del aro. Un auténtico fiasco que se suma a otras fallidas apuestas de un Baskonia huérfano del ojo clínico de antaño.