Vitoria. Impotencia sobre la cancha, unas gradas enfurecidas que mostraron su repulsa con una buena ración de música de viento y un equipo vulgar que lleva camino de consumar el fracaso más estrepitoso que se recuerda en muchos años. Fue la triste estampa que dejó una velada resuelta con otra puñalada para la autoestima que oscurece el billete para la próxima Copa del Rey. El temor a perderse la cita más emotiva del año ya es una realidad para un grupo empeñado en traicionar las señas de identidad azulgranas basadas en el sacrificio, el esfuerzo y el pundonor. Virtudes extraviadas que, junto a la terrible pérdida de talento, hacen de este Laboral Kutxa un bloque vulnerable para cualquiera.

Cuarto traspié consecutivo, rendición inapelable ante la magia del estelar Uriz -despedido con aplausos con una actuación made in Spanoulis- y la sensación de que definitivamente pintan bastos alrededor de un equipo necesitado de una transfusión sanguínea para erigirse en un competidor digno y eficiente. El Iberostar destapó el calamitoso estado de un plantel que ya se ha quedado sin margen de error en la búsqueda del pasaporte copero. Con una inquietante salida a Santiago de Compostela a la vuelta de la esquina, el drama se avecina alrededor de un Baskonia huérfano de alma al que ayer enrojeció los mofletes un antiguo inquilino del Buesa Arena que por sí solo originó el caos y el temblor de piernas en las filas locales. Uriz salió por la puerta grande del pabellón vitoriano, convertido en un manojo de nervios ante las facilidades dadas por un conjunto lastrado por su ansiedad, el individualismo y las fraternales defensas.

Tal y como sucedió el domingo en Miribilla, el Laboral Kutxa fue un colectivo angustiado que regaló treinta minutos de partido, padeció el increíble liderazgo en el bando rival del base navarro y acusó el peaje de ir siempre a remolque en el marcador. Cuando se arremangó, ya era demasiado tarde. Había cedido tanto terreno (50-66) que su postrera reacción a base de corazón resultó, a la postre, insuficiente. Su ingenuidad a la hora de enviar al forastero insular a la línea del tiro libre con numerosas faltas a destiempo le privó de obrar otro imposible.

La velada había adquirido tintes dramáticos tras las últimas derrotas consecutivas, pero el Baskonia deambuló como un fantasma por la pista ante la incredulidad e indignación de sus propios aficionados. Un modesto como el Iberostar, plagado de nombres anónimos pero dotado de orden, disciplina táctica y espíritu colectivo, paseó una suficiencia irritante en el Fernando Buesa Arena, donde los pitos retumbaron con fuerza ante una actuación por momentos bochornosa.

Suplicio doloroso La victoria se había convertido en una cuestión casi de estado para apurar las cada vez más remotas opciones de sellar el billete copero y, sin embargo, la formación alavesa se sumergió en una espiral de despropósitos difícil de recordar durante la presente campaña. Casi nadie se salvó de la quema en una primera parte incalificable que fue gobernada por los tinerfeños con una facilidad pasmosa para sonrojo de un anfitrión apático, espeso, ramplón y preso de sus múltiples carencias.

Los males arrancaron en una dirección descabezada, donde Heurtel, Hodge y Van Oostrum -de vuelta al equipo con el fin de intentar variar el esperpento- condujeron al grupo hacia un jeroglífico indescifrable. La cuerda exterior volvió a ofrecer más de lo mismo: nulo acierto, escasa capacidad de desequilibrio en el uno contra uno y sangrantes concesiones defensivas. En la zona, un obrero del baloncesto como el rocoso Chagoyen también desnudó las miserias de unos interiores azulgranas donde únicamente Milko Bjelica opuso algo de resistencia. En esta ocasión, la aparición de Diop tampoco inyectó en el segundo cuarto la adrenalina necesaria para variar un rumbo inestable.

La apuesta por dos bases y el tardía reciclaje de Nocioni al puesto de tres metieron el miedo en el cuerpo (70-73) a un Iberostar que no se descompuso en ningún momento. Uriz volvió a coger con fuerza el timón amarillo para consumar la enésima decepción azulgrana. La sangría no cesa mientras el equipo demanda a gritos algún movimiento que mitigue una vulgaridad sangrante.