la rutilante estrella del Panathinaikos, un incansable recolector de títulos que totaliza tres Euroligas en su laureado palmarés (2007, 2009 y 2011) y la figura que, con permiso de su compatriota Vassilis Spanoulis y Juan Carlos Navarro, se ha erigido en el baloncestista más determinante que ha pululado por las diferentes canchas continentales durante la última década, tiene el punto de mira más desviado que nunca. Dimitris Diamantidis, el incombustible genio que a sus 33 años conduce magistralmente las riendas del conjunto del trébol, comparece este viernes en el Fernando Buesa Arena como la principal amenaza del renacido Laboral Kutxa y, al mismo tiempo, como un tirador sumergido en un valle de dudas.
Ello no quiere decir que un exterior tan superlativo y completo como él no pueda resurgir de sus cenizas en cualquier momento y darle la vuelta a la baja confianza de una muñeca que en estos momentos no termina de estar engrasada. Y es que en la presente temporada chirría sobremanera un aspecto de su estadística que a buen seguro un estratega como Sergio Scariolo tendrá muy presente a la hora de preparar un partido trascendental.
Desde la línea de 6,75 metros, el todoterreno griego está firmando unos porcentajes paupérrimos que abren la puerta a la posibilidad de que el entrenador italiano decida flotarle y permitirle descaradamente el tiro exterior. No resulta descabellada la idea de que tanto Heurtel como Hodge, los previsibles encargados de contenerle en el recinto vitoriano, opten por concederle algún metro de distancia a un timonel que únicamente ha convertido 11 de los 42 lanzamientos de tres -un 26,2% de acierto- en los seis duelos de Euroliga celebrados hasta la fecha.
Esta argucia suele ser implantada por algunos técnicos cuando anida en el bando rival un jugador huérfano de confianza y con dudas a la hora de armar el brazo y ejecutar la suspensión. Salvo en las dos últimas temporadas, donde se acostumbró a lanzar mucho más de lo que fue habitual durante su periplo en el OAKA entre 2004 y 2011, Diamantidis nunca se ha distinguido por ser un triplista voraz. El de Kastoria figura undécimo en la clasificación histórica de este apartado con un total de 269 bombas y ya tiene a tiro a otro consumado especialista como era el exmadridista Louis Bullock para ingresar en el Top 10, pero este curso está brillando con luz propia más a la hora de repartir juego y hacer mejores a sus compañeros -promedia la cifra más alta de asistencias de su carrera con 7,67- que como un francotirador implacable que haga trizas las defensas más cerradas.
el precedente de sada Los números no dejan lugar a las dudas. Los partidos ante el Lietuvos Rytas (1 de 7), el Laboral Kutxa (3 de 8), el Estrella Roja (2 de 9), el Lokomotiv Kuban (2 de 6), el Maccabi (1 de 7) y nuevamente el conjunto báltico (2 de 5) arrojan evidentes indicios de que el uno-dos heleno padece una pájara evidente. Su capataz, Argiris Pedoulakis, ya puso en práctica en el célebre último cruce previo a la Final Four ante el Barcelona la inteligente estrategia de flotar a uno de los bases de Xavi Pascual. Víctor Sada, un controvertido anotador desde 6,75 metros, vivió un calvario en aquellos cinco encuentros ante su incapacidad para profanar el aro griego.
El Baskonia haría bien, en cualquier caso, en desconfiar de alguien que lleva impartiendo magníficas lecciones en sus ya diez años ataviado con la elástica verde. Y es que Diamantidis, ausente del pasado Europeo celebrado en Eslovenia tras haber abandonado de motu propio la selección griega, atesora la suficiente calidad, experiencia y personalidad como para dejar atrás esta pasajera mala racha en cualquier momento. Volcánico como pocos sobre la cancha, se transforma en un tipo de lo más introvertido fuera de ella. Sin un balón en la manos, es un hombre parco en palabras y poco amigo de las entrevistas en las páginas de los periódicos. Lo suyo son las frases cortas y los silencios, pero cuando alguien tiene que alzar la voz en el vestuario del Panathinaikos, es el primero en pedir turno.
Así se entiende que otra estrella como Spanoulis decidiese en su día -básicamente por una cuestión de celos y al sentirse menos querido por los aficionados- abandonar su compañía en el Panathinaikos tras un fallido intento de mejora del contrato y enrolarse en el Olympiacos, el adversario más acérrimo del inquilino del OAKA. Sus compañeros conocen de sobra quién es el jefe y la figura con dotes de mando. De ahí que esta alarmante ceguera exterior del gran capitán verde esté quedando en un segundo plano.