vitoria. Dicen los entendidos en la materia que los grandes equipos siempre se construyen a partir de una defensa granítica. Hubo en su día campeones continentales como el rocoso Limoges de Boza Maljkovic que apenas necesitaban profanar el aro rival porque lucían una coraza sin fisuras contra la que los rivales salían rebotados. No es tristemente el caso de un Baskonia que viene desangrándose desde el inicio de la temporada por su laxitud y tibieza en un crítico apartado del juego donde se requieren no sólo altas dosis de agresividad y concentración sino también unos automatismos de los que hoy en día carece un equipo golpeado sistemáticamente por los percances físicos.
Salvo los compromisos saldados con triunfo ante el Estudiantes y el Lietuvos Rytas, en los que el compromiso y el trabajo colectivo dieron sus frutos, todas las derrotas se han gestado a partir de una desangelada labor a la hora de proteger el aro. Los números pintan una realidad preocupante, ya que el Laboral Kutxa ha recibido en ocho encuentros oficiales la friolera de 689 puntos en contra. El Barcelona le endosó 98 en la Supercopa. En la ACB, el Gran Canaria se quedó a las puertas del centenar (99) tras una prórroga de infausto recuerdo, el Real Madrid sobrepasó con creces esa barrera (105) y un modesto de la parte baja como el Cajasol también sonrojó a los alaveses infligiéndole una cantidad desmedida (82) para sus evidentes limitaciones. En la Euroliga, sin ser la situación dramática a nivel clasificatorio, los números tampoco son como para echar cohetes tras los 80 recibidos por parte del Maccabi y los 95 del Panathinaikos.
Una sangría que debe corregirse cuanto antes de cara a conseguir la ansiada estabilidad como colectivo. Porque si en algo coinciden tanto técnicos como plantilla desde que quedase configurado el proyecto más modesto de la última década es que el Laboral Kutxa se halla obligado a ponerse el buzo de trabajo y bajar al barro para sacar el máximo jugo a su potencial. A diferencia de otras campañas en las que el talento de varios componentes se bastaba por sí solo para desequilibrar muchos partidos ásperos y nivelados, el conjunto adiestrado por Scariolo no se distingue precisamente por su amalgama de virtuosos ni por la inmensa clase de sus integrantes. Más bien, todo lo contrario teniendo en cuenta el calvario con las lesiones, las dudas de Hodge en la dirección, la escasa puntería que están acreditando los exteriores y los altibajos de Pleiss en la pintura.
Si ya resulta desesperante la facilidad con la que los adversarios anotan en el ataque posicional, mucho más inquietante es la sangría de puntos en contra debido a la extremada lentitud a la hora de realizar el balance defensivo o tras el defectuoso cierre del rebote que concede segundas opciones de tiro al rival de turno. Es cierto que las bajas han mermado una rotación excesivamente corta y que el calendario ha deparado el enfrentamientos ante algún conjunto en estado de gracia, pero las carencias se dejan sentir dentro de una plantilla que en la actualidad mantiene fuera de combate a dos piezas como Lamont Hamilton y Adam Hanga predestinadas a elevar el nivel físico y el potencial atlético del conjunto.
Scariolo, un estratega que siempre ha impuesto su sello en todos los lugares donde ha trabajado, aún no ha dispuesto del tiempo suficiente para ensamblar a un conjunto al que le urge recomponer su maltrecha figura para conocer el techo real. Por falta de variantes tácticas, desde luego, no será a la vista que el preparador italiano viene poniendo en práctica diferentes planteamientos en cada partido. La zona 2-3, por ejemplo, ha representado un recurso muy socorrido para minimizar la falta de efectivos y proteger de las faltas a los pocos elementos sanos.