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dEL descalabro acontecido ayer en Sevilla, no se salvó nadie. El Baskonia firmó una actuación para olvidar, aunque muchos de sus males arrancaron en una obtusa dirección de juego que sumergió al equipo en el caos. Hodge y, en menor medida, Van Oostrum se vieron superados de cabo a rabo por Satoransky, amo y señor de un partido en el que la inoperancia y la falta de sentido colectivo por parte del base portorriqueño dejaron a la tropa vitoriana a los pies de los caballos. Han transcurrido ya ocho partidos oficiales y, salvo contados tramos, el hombre llegado del Zielona Gora continúa sin ser ese cerebro clarividente que gobierne con puño de hierro los encuentros y dote de estabilidad a un puesto crítico que en estos momentos se halla cogido con alfileres por la ausencia de Heurtel y la bisoñez de Van Oostrum, una apuesta de futuro al que estas batallas le vienen, de momento, excesivamente grandes.

Aterrizado el pasado verano en el Fernando Buesa Arena con fama de killer, Hodge vive un momento de indefinición en el que le está costando horrores asimilar el cambio de rol que le ha asignado Scariolo. El técnico italiano, por lo visto hasta ahora, no desea que asuma exclusivamente el papel de timonel desequilibrante en el uno contra uno y con capacidad para fabricarse sus propias canastas, tal y como sucedía durante su etapa en Polonia, en aras de salvaguardar el juego colectivo del conjuntos y que otros integrantes del plantel no se vean relegados a un segundo plano. Hodge se mira al espejo y no se encuentra porque todavía no parece preparado para ese reto. Ayer, también protagonizó algún ramalazo individualista que no condujo a nada positivo mientras el Laboral Kutxa era incapaz de ver la luz al final del oscuro túnel en el que le sumergió un disciplinado Cajasol.

Las actuales carencias al frente del timón se agravan sobremanera ante la ausencia de Heurtel. Si el joven Van Oostrum soñaba con hacerse un hueco en los planes de Scariolo aprovechando la lesión del base francés, su objetivo corre el riesgo de quedarse en agua de borrajas. El base anglo-holandés ya evidenció el miércoles excesivos nervios ante el Lietuvos Rytas y, frente a los sevillanos, confirmó que todavía le faltan horas de vuelo para ser un primer espada en un club de ambiciosas miras como el Baskonia. Transmite inseguridad al resto cuando sube el balón. Atesora desparpajo y no rehúye el aro rival, pero para triunfar en el baloncesto se necesitan otras muchas cosas.