QUIEN acuda por primera vez a presenciar en directo un encuentro del Real Madrid de baloncesto, seguramente no podrá evitar fijarse en la curiosa figura del dorsal número trece. En un hábitat teóricamente reservado para los gigantes de musculaturas cinceladas a la perfección en el gimnasio, el menudo y desgarbado cuerpo de Sergio Rodríguez consigue no ya sólo sobrevivir sino incluso hacerles sombra. Si a ello se le añade el look setentero que le acompaña desde hace ya muchos meses, resulta perfectamente comprensible que el Chacho se haya convertido en uno de los grandes focos de atención del rival baskonista de esta mañana.
Y es que el director de juego canario, al que muchos daban por perdido para el baloncesto tras su poco brillante paso por la NBA, ha encontrado de la mano del técnico vitoriano Pablo Laso el camino para volver a alcanzar las cotas de calidad que se auguraban en sus inicios como joven promesa del Estudiantes.
Esa, al menos, es la explicación más lógica y extendida entre los entendidos de la canasta. Sin embargo Rodríguez, aficionado a relacionarse con la superstición pese a lucir durante toda su carrera un dorsal maldito como el trece, se apunta a otra teoría. O al menos, por si acaso, prefiere no intentar comprobar su veracidad. Y es que, como si se tratara de una versión renocada del conocido personaje bíblico Sansón, el jugador canario luce una pobladísima barba a la que se resiste a someter al recomendable paso por la peluquería.
La razón, a su juicio, resulta fácil de entender. Desde que se dejó crecer el vello capilar, comenzó a recuperar su mejor nivel sobre la pista y los éxitos personales y colectivos volvieron a acompañarle como hacía muchos años que no sucedía. Por lo tanto, Sergio no está dispuesto a permitir que tijera alguna se acerque a su rostro. Tenga algo que ver esta circunstancia con su segunda eclosión o, como es bastante más probable, sea una simple coincidencia, lo cierto es que el base canario desea evitar a toda costa acabar como el héroe tras su encuentro con Dalila. Algo lógico considerando lo que le ha costado recorrer el largo y complicado camino que le ha permitido regresar a la élite.
Su irrupción entre los mejores acompañado del descaro que siempre aporta la extrema juventud fue brutal. De esta manera, tras haber destacado ya en las categorías inferiores -fue MVP del Europeo junior de 2004 conduciendo a España hasta lo más alto del podio- ingresó en la ACB de la mano del Estudiantes y, en el curso de su estreno, se convirtió en el jugador revelación del torneo en el curso 2004-05. Pero el premio gordo llegó un año después cuando, recién cumplidos los veinte, se colgó el oro en el Mundial absoluto de Japón integrando aquel histórico equipo dirigido por Pepu Hernández.
Con estos avales dio el salto a la NBA pero las cuatro temporadas que pasó al otro lado del charco le enseñaron la otra cara del baloncesto. Sin la confianza de sus entrenadores ni continuidad en la pista, su estrella se fue apagando irremediablemente. Hasta que el Real Madrid le rescató en el verano de 2010. Su regreso, sin embargo, tampoco fue sencillo y la primera campaña en el club blanco -con Messina como técnico- pasó sin pena ni gloria, siendo constantes los rumores de un posible traspaso.
Su mejora en los play off le permitió al menos continuar en la casa blanca y la llegada de Pablo Laso al banquillo le devolvió la ilusión. Con un estilo en su época de jugador muy parecido al del Chacho, el vitoriano le concedió libertad y la alegría regresó al juego del canario. La plata olímpica de Londres 2012 y la Liga ACB del año pasado con brillantes actuaciones personales en ambos casos son nuevas muescas en el brillante expediente de un hombre nuevo, pegado a su alborotada barba, que hoy será una de las principales amenazas para el Baskonia.