vitoria. Cuatro norteamericanos (Tyrese Rice, Shawn James, Devin Smith y Ricky Hickman) y otros cuatro jugadores nacidos al otro lado del charco que han sido nacionalizados (Jake Cohen, Sylven Landesberg, Alex Tyus y David Blu) para favorecer el cumplimiento de las estrictas reglas vigentes en la Ligat Winner israelí. Podría tratarse de la clásica franquicia estadounidense inmersa en cualquiera de las conferencias de la NBA, pero sin embargo son la mayoría de los nombres que conforman un Maccabi donde los jugadores de casa brillan prácticamente por su ausencia. Para terminar de configurar el mosaico de diversas culturas, David Blatt -nacido en Kentucky para más inri- también cuenta entre sus filas con un australiano (Joe Ingles) y un griego de raíces camerunesas (Sofoklis Schortsanitis). En total, la friolera de diez foráneos a los que se añaden los autóctonos Yogev Ohayon, Guy Pnini y Yuval Naimy. Salvo el base, que continúa en Tel Aviv pese a que también firmó un contrato para este curso con el Lokomotiv Kuban, los dos restantes carecen de un excesivo protagonismo a las órdenes de quien fuera seleccionador ruso.
El Maccabi, la entidad deportiva más venerada de Israel que esta noche pisa el Fernando Buesa Arena coincidiendo con el arranque de la Euroliga, ha perdido buena parte de las señas de identidad que le convirtieron a mediados de la pasada década en uno de los clubes más temidos del Viejo Continente. La paradoja es que el equipo que despierta mayor atención entre los medios de comunicación y ciudadanos israelíes, considerado el gran símbolo de un país envuelto en un agrio conflicto político con Palestina, carece hoy en día de una emblemática figura local con la que los bulliciosos aficionados del Nokia Arena puedan verse representados. Lior Eliyahu, que hace unos meses rechazó un drástico recorte salarial, ha sido el último en salir por la puerta de atrás del otrora claro favorito a la máxima corona continental.
El auténtico tirano del baloncesto israelí, ganador hasta en cincuenta ocasiones del título liguero, constituyen el principal vehículo de la exaltación del patriotismo hebreo. Antes de cada partido, mucho más si éste se disputa en un país extranjero, la hinchada amarilla entona incluso el himno nacional puesta en pie. Dado que últimamente no abundan los jugadores israelíes de calidad que puedan seguir la estela de los legendarios Doron Jamchy, Miki Berkowitz y compañía, el Maccabi se ve obligado a recurrir al prolífico mercado estadounidense para poder competir en la Euroliga. Otra cosa distinta es evaluar la identificación del público con un equipo que, como sucede con el Baskonia, ha perdido parte de su pujanza fuera de las fronteras y totaliza varias campañas decepcionantes desde que lograra el pasaporte para la Final a Cuatro de Barcelona en 2011.
En realidad, para un estadounidense no resulta extremadamente complicado obtener la nacionalidad israelí. El Gobierno presidido por Shimon Peres la otorga gracias al matrimonio con una ciudadana del país o, en su defecto, si el jugador en cuestión se convierte al judaísmo. Incluso cabe la opción de sellar este trámite burocrático alistándose al ejército durante unos pocos meses, algo que por ejemplo realizó en su día un histórico del equipo macabeo como Derrick Sharp, ahora entrenador ayudante. Al Maccabi no le queda otro remedio que seguir esta política. No en vano, en su torneo doméstico está obligado a alinear de manera simultánea a dos israelíes -ya sean de origen o nacionalizados- e incluir un máximo de cinco extranjeros en las convocatorias tras el farragoso conflicto con el sindicato de jugadores que obligó incluso en el pasado mes de abril a interrumpir alguna jornada.
No todos los estadounidenses, sin embargo, acceden a los deseos del ínclito presidente Shimon Mizrahi. Jordan Farmar, con pasado NBA y que militase en el equipo allá por 2011, se negó de forma tajante a adquirir el pasaporte en una decisión con un trasfondo únicamente económico. En Israel, los baloncestistas locales tributan el 50% de sus ingresos, mientras que el procedente de Norteamérica apenas abona una cuarta parte de sus emolumentos brutos. El Baskonia se medirá, por tanto, a un rival sumamente anárquico y ultradependiente de su juego exterior que mantiene intacto el patrón de juego exhibido durante la pasada temporada. El clásico partido donde si los jugones dirigidos por Blatt tienen un buen día, la conquista de la victoria se torna en una misión casi imposible.