Es complicado disociar juventud de descaro. En el deporte, como en la vida, los jugadores jóvenes ansían como pocos demostrar algo a alguien, aunque muchas veces no sepan a quién. Toman decisiones, a veces precipitadas, y acatan órdenes, a veces incorrectas, siempre con el deseo de brillar con luz propia a la menor ocasión. Pero cuando uno quiere comerse el mundo a bocados corre el peligro de sufrir una intoxicación. Ayer Heurtel tomó una decisión precipitada en la jugada decisiva del partido. Si fue una decisión personal o cumplió a rajatabla la estrategia fijada por Zan Tabak sólo lo sabían en ese instante el técnico y sus jugadores. Sin embargo, cuando el entrenador croata apareció después en la sala de prensa non tuvo problemas en explicar, visiblemente enfadado por lo ocurrido, que en esa acción buscaba "una jugada más larga que acabara con un pick and roll al final". Pero una cosa es la pizarra y otra el parqué.

De cualquier forma, la realidad es que, con dos puntos de desventaja, el Caja Laboral había dejado escapar el partido antes y no sólo en esa jugada, que de decantarse al otro lado de la balanza habría convertido al base en un héroe. Heurtel falló y llevó a varios aficionados a tirarse de los pelos por su precipitada decisión, pero sería un error pensar que la quinta derrota consecutiva fue fruto sólo del francés, que acabó con 9 puntos y 7 asistencias. Su acción fue, simplemente, el reflejo perfecto de lo sucedido durante toda la noche. Una noche marcada por los cacheos a los espectadores del Buesa primero y la decepción generalizada después.

El mazazo fue especialmente duro porque hubo un instante en el que el conjunto azulgrana parecía haberse reencontrado con su mejor versión. Probablemente no tanto en su juego, nervioso y excesivo casi siempre, como por su buena actitud en defensa ante los errores -16 balones perdidos-. El Baskonia daba en esta ocasión la sensación de venirse abajo a las primeras de cambio en cuanto su rival lo situaba al borde del precipicio. Una actitud muy mejorada, por ejemplo, en hombres como el ínclito Maciej Lampe. El polaco protagonizó una escena poco habitual en él. Un parcial de 0-7 en el tercer cuarto a favor del Maccabi había sorprendido al Baskonia cuando el partido parecía encarrilado. El marcador se igualaba para desdicha azulgrana y esperanza macabea. Era el momento de pararse, reflexionar y arengar. Uno de esos puntos clave de todo encuentro en el que un equipo necesita que alguien haga algo antes de que el buen trabajo previo se eche a perder. Ese alguien apareció y reunió a sus compañeros bajo la canasta. Animó, gritó y aplaudió, evitando que el equipo se viniera abajo en el peor momento posible. Pero, para sorpresa de muchos, ese alguien no era Andrés Nocioni, o Fernando San Emeterio, sino el propio Lampe.

Personificación de la desidia en el duelo en Atenas frente al Olympiacos, el pívot intentaba con su gesto alentar a sus compañeros para que la noche no se convirtiera en un vuelo en picado como la semana pasada. Su intención era buena, pero no logró su objetivo. En mayor o menor medida, los pupilos de Zan Tabak eran un auténtico manojo de nervios en ataque y sólo San Emeterio o Lampe parecían tener afinada su puntería. Pese a su visible cambio de rumbo, el gran papel del cinco ayer -19 puntos y 12 rebotes- no fue suficiente para contener en el último cuarto a un Maccabi que -quién lo diría- encontró en el exbaskonista David Logan a su mano ejecutora con un triple que enterraba definitivamente a los vitorianos en los segundos finales. La quinta derrota consecutiva era ya una realidad, levantando un muro que el Baskonia no parece ahora mismo capacitado para saltar durante las próximas semanas. Aunque el Big Ben no se ha perdido aún en el horizonte, Londres se ve demasiado lejos para un equipo que deambula sin rumbo claro por la máxima competición europea.