vitoria. En la antesala del choque que el Caja Laboral disputará hoy en el Abdi Ipekçi de Estambul, un duelo a vida o muerte para mantener vivas sus constantes vitales en la Euroliga, vienen a la memoria algunas gestas del pasado que deben servir para elevar la autoestima de una afición algo desencantada por el curso de los acontecimientos. Únicamente sirve la victoria o, en su defecto, que el Zalgiris salga triunfante de la pista del Emporio Armani para que la última jornada ante el Cedevita no se convierta en un triste trámite donde haya que ahogar las penas de una segunda eliminación continental madrugadora y consecutiva. La combinación maquiavélica de una derrota azulgrana y el triunfo italiano consumaría un nuevo fracaso que sería difícil de digerir durante los próximos meses.
Sin embargo, conviene echar la vista atrás para no dar por muerto al conjunto vitoriano, especialista en romper moldes y sacar fuerzas de flaqueza cuando nadie lo espera. Es cierto que el momento actual del equipo dista mucho del de temporadas anteriores, que el carácter de antaño se ha extraviado tras la paulatina marcha de las estrellas rumbo a la NBA y que la plantilla dirigida hoy en día por Zan Tabak atesora unas evidentes limitaciones, sobre todo en la dirección y el juego interior, pero la trascendencia del encuentro es tal que para insuflar algo de optimismo resulta imprescindible rememorar las inolvidables veladas de antaño saldadas de manera favorable cuando el equipo se la jugaba a cara o cruz.
La última vez que el Baskonia se vio contra las cuerdas, por ejemplo, data de la temporada 2009-10. Era la última jornada del Top 16 y estaba en juego, aquel 11 de abril, el billete para el cruce previo a la Final Four ante el Cibona. La tropa dirigida entonces por Dusko Ivanovic resurgió de sus cenizas para lograr una de las victorias más épicas que se recuerdan. Tras la victoria del Khimki sobre el Olympiacos, debía imponerse por, al menos, siete puntos a los croatas para mejorar el basket average con los rusos. A falta de tres minutos para la conclusión, el Buesa Arena era un velatorio por culpa de los 14 puntos de renta a favor de los pupilos de Velimir Perasovic. Sin embargo, los locales firmaron una remontada pletórica. Con la aquiescencia de un rival que bajó los brazos al percatarse de que sus posibilidades de éxito se habían esfumado con el triunfo del Khimki, el equipo forzó primero una prórroga para ganar tiempo y tratar de alcanzar esa renta mágica. En el tiempo suplementario, barrió (102-90) a los balcánicos y selló su presencia entre los ocho mejores.
La temporada 2007-08, que tuvo el honor de ser la última en contemplar la cuarta incursión azulgrana seguida en la Final Four bajo la batuta de Neven Spahija, también fue testigo de otra noche para el recuerdo en otro momento crítico. El Partizan, un colectivo hambriento de gloria donde los Pekovic, Velickovic, Tepic, Tripkovic y compañía amenazaban con subirse a las barbas, acabó abrasado por la presión de un Buesa Arena que llevó en volandas a sus pupilos hacia otro indudable éxito. Con 1-1 en la serie, el Baskonia resolvió con personalidad y oficio una de esas reválidas que denotan la grandeza de un grupo. Pese a los problemas cardíacos sufridos mediado el curso por Velimir Perasovic y el polémico aterrizaje en el banquillo de Bozidar Maljkovic, igual de emotiva fue un año antes la victoria alavesa (89-95) en el pabellón de La Paz y la Amistad ante el Olympiacos que sirvió para inmiscuir la figura en la Final a Cuatro de Atenas.
Pero si hay una noche que pone la piel de gallina al baskonismo y se recuerda todavía con una alargada sonrisa es lo acontecido el 12 de abril de 2006 en el OAKA de Atenas. En la guarida del Panathinaikos, el antiguo TAU Cerámica silenció (71-74) a 20.000 fanáticos verdes que vieron cómo un colectivo de guerreros con sangre en los ojos desafiaba todos los pronósticos. Aquella inolvidable velada marcó posiblemente un antes y un después, aunque el Baskonia venía años atrás de rubricar otras épicas actuaciones dentro del torneo más glamouroso. Por ejemplo, la doble confrontación ante el Benetton que posibilitó el pase a la primera Final Four de la historia en Moscú. Aquella sensacional exhibición (59-98) en el Palaverde tuvo su continuidad en la capital moscovita, donde un plantel liderado por Luis Scola se plantó a lo grande en su primera final tras dejar con la miel en los labios al CSKA. Lástima que un Maccabi de otro planeta, integrado por los legendarios Jasikevicius, Parker, Baston o Vujcic, privara al baskonismo del éxito más embriagador de su historia.
A los mandos de Dusko Ivanovic, recientemente destituido, el club comenzó a crecer de manera exponencial. Y prueba de ello fue que en la primera edición de la Euroliga auspiciada fuera de la FIBA, allá por el ejercicio 2000-01, la fortaleza mental y el carácter del equipo salieron a relucir en tres eliminatorias disputadas con la ventaja de campo en contra. El Peristeri, el Olympiakos y el AEK fueron cayendo sucesivamente en las garras de un Baskonia que, durante la primera etapa del montenegrino, dio muestras de ser solvente y exhibir una mentalidad de hierro. Ni siquiera acusó aquella injusticia protagonizada por el ínclito juez único de la Euroliga, José Manuel Meirim, al ordenar repetir uno de los partidos celebrados en Atenas tras la canasta fuera de tiempo a cargo de Dimos Dikoudis. Aquel TAU, compuesto por plantillas irrepetibles cuyo potencial era sensiblemente superior al actual, se sobreponía a todo. De ahí que casi nadie temiera por su integridad antes de afrontar cualquier desafío. La duda estriba en saber si el equipo de Tabak dará la réplica hoy en Turquía a las rutilantes estrellas del Anadolu Efes y disipará las dudas de un entorno que no las tiene todas consigo antes del salto inicial al comprobar la errática trayectoria continental reciente.