DÉCADAS atrás, los equipos solían disponer de un quinteto titular de campanillas, que era el que aglutinaba la inmensa mayoría de los minutos, y otros hombres que completaban la plantilla pero cuya función se limitaba, fundamentalmente, a animar desde el banquillo y ejercer de sparrings en los entrenamientos. El paso de los años y la propia evolución del baloncesto provocaron, sin embargo, que la situación cambiara totalmente. Ahora, los equipos cuentan con una amplísima rotación -de hasta doce elementos en algunos casos- en la que las diferencias entre titulares y suplentes apenas son perceptibles y la equitativa distribución de los minutos de juego permite actuar a todos con la máxima intensidad en cada momento.

Es la norma que rige el deporte profesional y todos se afanan en repartir al máximo los esfuerzos para conseguir que el ritmo no decaíga lo más mínimo y que sus mejores hombres lleguen frescos a los momentos de la verdad. Las matamáticas no suelen engañar. A mayor número de elementos entre los que repartir el trabajo, menos carga corresponde a cada uno de ellos. No obstante, al igual que sucede con la pequeña aldea gala en la que habitan Asterix y su tropa y su irreductible oposición ante el imperio romano, también en una pequeña ciudad del norte de la península se ha dado un caso de máxima resistencia a la evolución.

Y es que el Baskonia se ha convertido en un auténtico especialista en no ceder ante los designios de la mayoría. Como si de un impenitente seguidor de la moda retro se tratara, Dusko Ivanovic parece empeñado en realizar idéntica gestión de su plantilla a la que hubiera sido habitual hace unas décadas. Es decir, dentro de su equipo hay una línea claramente marcada que separa irremediablemente a los que juegan mucho -sus siete magníficos- de los que apenas tienen tiempo para romper a sudar sobre el parqué.

El último ejemplo de esta situación pudo comprobarse en el encuentro de ayer frente al Banca Cívica. La victoria vitoriana en el pabellón San Pablo de Sevilla se cimentó en el máximo esfuerzo de siete integrantes de la plantilla, mientras que el resto debió conformarse con un papel meramente testimonial. De esta manera Golubovic -pese a formar parte del quinteto titular-, Matt Walsh y Nemanja Bjelica apenas dispusieron de algo más cuatro minutos de juego cada uno. Musli, por supuesto, ni tan siquiera llegó a saltar a la pista.

Así las cosas, un notable porcentaje del equipo está condenado al ostracismo mientras que son unos pocos los que, día sí y día también, deben cargar sobre sus espaldas la responsabilidad de tratar de incrementar la cuenta de victorias. Bien es verdad que hasta el momento tampoco han ofrecido demasiados argumentos para hacerse acreedores a una mayor cuota de protagonismo (ayer Golubovic y Walsh acabaron con una valoración negativa, -2 y -4 respectivamente, mientras que Bjelica no pudo pasar del cero), pero no lo es menos que el exceso de trabajo que están sufriendo sus compañeros pasará su correspondiente factura más pronto que tarde y que esta situación no se puede prolongar demasiado en el tiempo si el Caja Laboral desea aspirar de verdad a luchar por los títulos. Por lo tanto, o hay un paso adelante por su parte o los movimientos en la plantilla serán obligados.