Vitoria. De ser anhelado en 2007 por los clubes europeos más opulentos -entre ellos, el Baskonia- a transitar con más pena que gloria por las canchas europeas durante los últimos años de su carrera. Lazaros Papadopoulos, pívot del Olympiacos que esta noche se mide al Caja Laboral en la tercera jornada de la Euroliga, constituyó en su día uno de los fracasos más sonoros en la Liga ACB. Aterrizó hace cuatro temporadas en el Real Madrid con el aval de su excelente trayectoria en el Dinamo ruso, pero abandonó la Casa Blanca con los bolsillos llenos -únicamente cumplió poco más de un año de los tres que firmó a cambio de tres millones de euros brutos- y, al mismo tiempo, el prestigio completamente minado como jugador.
Desde entonces, este voluminoso interior de 31 años nacido en la antigua Unión Soviética describe una imparable línea descendente. Inconfundible en el pasado por su poblada barba y esa larga cabellera que le concedían cierto parecido con Jesucristo, Lazaros -como así se le empezó a llamar durante su etapa en la capital- no levanta el vuelo. Hasta el punto de haberse convertido en el típico nómada de la canasta que no encuentra la estabilidad necesaria en ningún lugar. Desde que rescindiese su contrato con el Real Madrid, ha militado en cuatro equipos diferentes. Y en todos ellos con escasa fortuna para evocar sus mágicas veladas en Moscú, donde condujo al Dinamo hacia el galardón de la Copa ULEB en 2006.
Allí vivió su época más dorada. Patentó unos movimientos toscos pero efectivos en la zona que causaban estragos a sus pares. Sus 210 centímetros le convirtieron en aquella época en una de las tentaciones más sabrosas para los grandes de Europa. A golpe de talonario, para variar, pareció llevarse el premio gordo el Real Madrid, que dejó con la miel en los labios a otros muchos pretendientes. Sin embargo, a las órdenes de Joan Plaza pasó desapercibido. Su aclimatación a una Liga más exigente como la ACB representó un calvario en toda regla. Y las furibundas críticas hacia el interior empezaron a arreciar. De él se llegó a comentar entre bambalinas que su mejor aportación para la causa merengue fue su participación en aquella deleznable pelea en el túnel de vestuarios en un encuentro ante el Baskonia en el Buesa Arena, donde también se vieron involucrados McDonald, Mickeal o Reyes.
El Olympiacos, de rebajas casi en la presente campaña, llamó a su puerta en verano después de que el Khimki decidiera no ejecutar una cláusula de renovación. El club ruso había aprovechado los impagos de su anterior club, el PAOK, para hacerle un hueco en su plantilla en detrimento de Benjamin Eze. En Grecia, en cambio, es algo más que un simple baloncestista y merece el respeto de sus compañeros. De hecho, es el principal cabecilla del sindicato de jugadores que ha liderado la rebelión en contra de los patronos por la falta de seguros para los deportistas y la imposibilidad de que puedan rescindir sus contratos en caso de impagos.
En octubre del año pasado, Papadopoulos vivió su episodio más desagradable al ser acusado de agredir a un policía en vísperas de un partido entre el Panathinaikos y el PAOK. Los jugadores helenos del equipo local decidieron no apoyar la segunda jornada del plante y jugar ante la indignación de sus compatriotas del conjunto visitante encabezados por el hoy rival azulgrana, que será duda hasta el último momento por sus molestias de espalda que le obligaron a perderse el último duelo doméstico ante el Marousi. Tras sentarse los huelguistas en medio de la pista para evitar la celebración, se produjo una batalla campal con los antidisturbios en unas imágenes que darían la vuelta al mundo y despertarían un enorme revuelo. Las fuerzas de seguridad acudieron al aeropuerto de Atenas para detener al pívot e interrogarle, pero éste no apareció con el resto de la expedición.