Regresaron las victorias en la ACB, pero la incertidumbre se mantiene una jornada más. El Baskonia encontró ayer en Pucela los mejores condimentos posibles para frenar su peligrosa espiral de resultados a nivel doméstico. Una pista desangelada incapaz de ejercer el mínimo poder intimidatorio, un club intervenido judicialmente sobre el que se ciernen peligrosos nubarrones y, sobre todo, un anfitrión limitadísimo condenado en el futuro a un extremo sufrimiento para sellar la supervivencia liguera. En el Polideportivo Pisuerga, circuló a través de una alfombra roja si se exceptúan esos fatídicos minutos del segundo cuarto que concedieron al Valladolid unas esperanzas ficticias. Bajo estos parámetros, el conjunto vitoriano selló uno de esos triunfos que deben acontecer casi por pura lógica debido a la abrumadora diferencia entre dos plantillas antagónicas.
Hasta en las jornadas más propicias para darse un festín anotador y reforzar la autoestima con una paliza concluyente que le granjee el respeto de los rivales directos, el Caja Laboral titubea a la hora de cuajar una actuación redonda. La continuidad en el juego se resiste y, a menudo, emergen desplomes que avivan la fe de cualquier moribundo. Reinó porque el guión previo así lo dictaba ante un melancólico cuadro vallisoletano que desprende unas pésimas hechuras, pero en contadas ocasiones desplegó un baloncesto de altos quilates y paseó la implacable suficiencia que debería presuponerse a un sólido aspirante a los títulos. Mientras tanto, un puñado de jugadores intenta buscar su sitio en un colectivo donde los minutos se cotizarán caros.
Bastaron la imprescindible aplicación defensiva, coronada en los enormes tentáculos de Seraphin, y los esporádicos fogonazos a cargo de San Emeterio y Teletovic para quebrar tras el intermedio la tibia resistencia local. La ley del mínimo esfuerzo para un grupo donde Ivanovic -acostumbrado a manejar con sabiduría grupos cortos- deberá hilar fino para definir los roles entre sus once peones. Si el fornido poste galo, Heurtel o Nemanja Bjelica regresaron ayer al primer plano, otros elementos volvieron a caer en el anonimato.
Una pájara inquietante Como telón de fondo, la plácida matinal pucelana apenas dejó más indicios positivos que el cómodo resultado final, la esperada resurrección del renacido último MVP de la fase regular y el regreso de los estadounidenses lesionados, presentes únicamente de cuerpo debido a su ostracismo. Dorsey y Williams reaparecieron con más pena que gloria, cediendo nuevamente todos los focos a una vieja guardia estelar.
El encuentro, de guante blanco y escasa calidad, había amanecido de manera tan inmejorable que la sombra de una masacre merodeó con fuerza. La intermitencia visitante lo evitó. A poco que el Baskonia hubiese afinado su errática puntería exterior ante el aro rival -apenas un 17% en triples-, taponado mejor la grieta del rebote defensivo que concedió infinidad de segundas opciones al bullicioso Seawright y avivado el ritmo de un duelo disputado al ralentí, el Blancos de Rueda habría mordido el polvo con más contundencia.
No obstante, esa aseada puesta en escena careció de continuidad. Los cimientos del inestable edificio azulgrana se tambalearon más de la cuenta en cuanto Seraphin y Teletovic desfilaron hacia el banquillo por culpa de su tercera falta. Acontecieron entonces unos minutos tenebrosos (34-33) en los que la tropa de Ivanovic recuperó los vicios de las últimas jornadas, perdió contundencia atrás y se vio superada por un anfitrión revolucionado por Ricardo Uriz. Este tímido conato de insurgencia no pasó a mayores tras la reanudación en cuanto el favorito se asentó sobre la pista y activó sus resortes para recobrar la lucidez de los albores de la confrontación.
En el preciso instante que San Emeterio rememoró su mejor versión de la pasada campaña, Seraphin impuso su hegemonía en la zona y Teletovic comenzó su célebre repertorio ofensivo, el Valladolid agudizó sus carencias. Un paseo militar, en definitiva, a la espera de que oponentes de más fuste midan la credibilidad del proyecto alavés. El Olympiacos, de rebajas en el presente curso, constituirá una prueba más dura.