vitoria. Cinco minutos de ensueño antes de vivir una auténtica pesadilla. Un inicio primoroso como antesala de un desplome sobrecogedor. De tocar el cielo y amasar 17 puntos de ventaja en un santiamén merced a una primorosa puesta en escena a uno de esos apagones inexplicables que delatan la inconsistencia de un proyecto en paños menores. La segunda derrota liguera consecutiva, sellada ayer con todo merecimiento por un rocoso Valencia, ha servido ya para instaurar las primeras inquietudes acerca de la cotización de un conjunto aún en estado embrionario. La temporada no hace sino dar sus primeros coletazos, pero el Baskonia comienza a emitir unas señales altamente peligrosas de cara a corregir el desconcertante rumbo del pasado ejercicio liguero.
Lejos de la solidez que se le presupone a cualquier aspirante a los títulos, abanderado por una intermitencia perniciosa en los últimos partidos y desangrado por la desestructuración de una plantilla en la que los roles brillan, de momento, por su ausencia y varios jugadores purgan una alarmante falta de confianza por los vaivenes del técnico a la hora de repartir minutos, el cuadro vitoriano precisa de una cirugía urgente. Y es que una matinal que amaneció de manera inmejorable (19-2) desembocó en un mal trago por el lastimoso ejercicio de inoperancia protagonizado por un colectivo sin respuestas. El dinamismo inicial, concretado con tres triples consecutivos y varias entradas de libro de un San Emeterio renacido, se esfumó pronto.
Bastó que el disciplinado conjunto de Paco Olmos -serialmente cuestionado a orillas del Turia antes del salto inicial y triunfador con el pitido final- subiese líneas, endureciera su trabajo defensivo impulsado por ese gladiador llamado Pietrus y que un embaucador Rafa Martínez mostrara sus ingentes gotas de talento para que el Caja Laboral se derritiese como un azucarillo. Un síntoma inequívoco de los débiles cimientos de un edificio poco consistente y capaz de derrumbarse mediante el simple soplido del rival de turno. Tras comparecer con numerosas dudas en su engranaje y ver debilitada su autoestima en los albores de la confrontación, el Valencia resurgió de sus cenizas beneficiado por la impotencia alavesa.
La parálisis ofensiva a partir del minuto 5 resultó premonitaria de la catástrofe posterior. Trágicos minutos inundados de ataques sin sentido, defensas de plastilina acribilladas por el escolta de Santpedor, incesantes violaciones producto del encefalograma plano -la catarata de pasos provocó una riada de pérdidas- o concesiones en el rebote que alumbraron el caos. Mientras el forastero hizo del orden, la disciplina táctica y el equilibrio interior-exterior unas virtudes permanentes, la inconexa tropa de Ivanovic sobrevivió gracias a los solitarios chispazos de Teletovic entre un rosario de imprecisiones. El único valor estable hoy en día ante la confusa dirección de los bases, la nula mordiente de un perímetro con porcentajes paupérrimos y las terribles carencias de un juego interior cogido con alfileres por la escasa fiabilidad de Milko Bjelica como cinco puro y la desaparición en combate de Seraphin.
monólogo visitante El aterrador parcial taronja (0-14) que clausuró el tercer acto supeditó la victoria a un milagro. De ahí a la conclusión, sería una estéril lucha contra el reloj en la que, preso de la aceleración, convertido en un manojo de nervios y estrellado antre la solidez visitante, el Caja Laboral cercenó sus últimas esperanzas. Ni siquiera la épica local con todo perdido o el tradicional temblor de piernas del Valencia en sus visitas a la capital alavesa alteraron el guión. Ningún atisbo de reacción para un anfitrión reo de sus propias limitaciones mientras el propio Dusko Ivanovic también contribuía a aumentar el desaguisado con algunas decisiones sin aparente lógica.
El cuadro levantino campó a sus anchas y apenas vio discutido un plácido triunfo pese a la última embestida local. Cuando Rafa Martínez destapó su versión terrenal, emergieron la sangre fría de Markovic para controlar el tempo de partido, la contundencia de Lishchuk y la versatilidad de Caner-Medley para dar la puntilla y provocar la reprobación de la grada. Una mañana, en definitiva, para hacer autocrítica, implorar el regreso de los interiores lesionados y retomar el camino de las primeras jornadas. En caso contrario, esta inquietud derivará en algo peor.