sucedió unos minutos antes de que arrancara el partido del pasado domingo frente al Real Madrid. Un Caja Laboral, que había malvivido en sus primeros amistosos a causa del éxodo masivo de sus internacionales, se vestía de largo para medirse al Real Madrid con motivo del Trofeo Diputación. Con varios de los miembros de la plantilla recién aterrizados en la capital alavesa, el rendimiento que podía ofrecer el conjunto azulgrana resultaba una incógnita, aunque el principal foco de atención no estaba centrado en el parqué, sino en la grada. Se respiraba el morbo, la incertidumbre. ¿Cómo recibiría la hinchada del Baskonia al hijo pródigo, al jugador que se pintó la cara para defender sus colores durante centenares de batallas y luego renegó de la causa? Algunos le esperaban con música de viento. Los pitos compartieron el deficiente espacio sonoro de la plaza de toros del exilio con los aplausos. Al jugador argentino, aunque podía esperar cierta oposición entre el público, le dolió. Pero no se vino abajo. Más bien al contrario.

Prigioni ya había advertido que no esperaba el perdón de una grada a la que tildó de "mediocre" por el mero hecho de estampar su firma en un pedazo de papel. Sabía que debía recuperar la relación amorosa con un público que lo idolatró durante seis años haciendo lo que hizo antes de marcharse rumbo a Madrid en busca de unos títulos y una mayor gloria que le dieron la espalda. Y así lo entendió desde su primera aparición pública con la nueva -o vieja- camiseta rayada del equipo que abandonó como TAU y ha encontrado como Caja Laboral. En sólo unos minutos, y sin necesidad de acumular números, en un discreto silencio estadístico, el timonel de Río Tercero devolvió la esperanza a una grada que había perdido la fe tras la mediocridad del pasado ejercicio y la ausencia de fichajes que a priori deslumbraran a los aficionados.

Todo lo que antes generaba cierta desazón y desconfianza ahora engendra ilusión y esperanza. Los dos últimos amistosos del equipo vitoriano han bastado para olvidar un verano de dudas y abrazar a una plantilla que, por su diversidad y carácter, ya ha permitido que muchos hablen de recuperar los valores del pasado, los de siempre. Y en eso Prigioni, que ofreció un clínic de dirección de juego a los dos talentosos y acelerados bases con que cuenta Pablo Laso, tiene mucha culpa. Aunque aún le queda la espina clavada de los pitos.

El Bilbao Arena se presenta como el escenario idóneo para que el jefe recobre la devoción que perdió al menospreciar públicamente al Baskonia y a su hinchada. Pocos jugadores han brillado tanto como el argentino en el torneo que abre la temporada. Es, junto a su amigo Sergi Vidal y Pete Mickeal, el único que ha levantado en cuatro ocasiones un trofeo que ha sonreído históricamente al combinado alavés.

El Baskonia, que ha conquistado cuatro de las siete ediciones en las que se ha celebrado este título, comanda el palmarés de la Supercopa. El Barça se ha adjudicado las otras tres, la inaugural celebrada en 2004 en Málaga y las dos últimas, ya con Prigioni en las filas del Real Madrid de Ettore Messina, donde jamás encontró la complicidad que le une a Dusko Ivanovic.

Prigioni busca la redención definitiva en un torneo en el que ha brillado y ha hecho brillar. Con él a los mandos, el Baskonia se llevó el trofeo cuatro campañas consecutivas (2005-2008), con Tiago Splitter (en dos ocasiones), Luis Scola y él mismo como ganadores del MVP. Qué mejor escenario para dar carpetazo a la polémica que la Supercopa.