Vitoria. La cita de esta noche desprende un inconfundible aroma a partido de la máxima rivalidad y se enmarca dentro de ese reducido ramillete que pone la piel de gallina al baskonismo. Pocas veces el Buesa Arena congregará a una mayor constelación de estrellas como las que habitan en el Panathinaikos, dirigidas sabiamente por el técnico más laureado de Europa. No en vano, el club del trébol es uno de los grandes cocos de Europa y tejió la pasada década una incuestionable dictadura con cuatro galardones en 2000, 2002, 2007 y 2009.
La victoria debería suponer un punto de inflexión en el tortuoso caminar del Caja Laboral hasta la fecha. Hoy más que nunca, se antoja un momento propicio para que la pista alavesa recupere de una vez por todas el mágico embrujo que en su día le permitió convertirse en un fortín inexpugnable para forasteros de cualquier pelaje. En una jornada crucial para la resolución del grupo donde corregir el imperdonable error de la pasada semana ante el Lietuvos Rytas constituye poco menos que una obligación, la magia del majestuoso recinto alavés debe resurgir para enterrar al vigente campeón heleno y actual líder del grupo, que puede comprometer aún más el futuro continental azulgrana.
Existen datos objetivos como para pensar que el Baskonia, durante varias temporadas el anfitrión más solvente de la Euroliga, ha dilapidado parte de su célebre fortaleza bajo la atenta mira de sus seguidores. El mismo equipo, eso sí en la actualidad confeccionado con jugadores de otra pasta y seguramente menos carismáticos que los que en su día posibilitaron la friolera de 30 victorias consecutivas y permanecieron imbatidos durante más de dos ejercicios, se ha vuelto terrenal cuando le toca vestirse de corto en la capital alavesa. Los rivales, ya sean de primer orden u otros más limitados, le han perdido de un tiempo a esta parte el respeto que le costó ganarse toneladas de sacrificio.
Así lo atestiguan los discretos resultados en las tres últimas campañas de la máxima competición continental, incluida la actual, en las que el Baskonia acumula diez derrotas. Así, en el curso 2008-09 profanaron el templo vitoriano el Lottomatica Roma (90-93), el Olympiacos (80-88) y el Barcelona (63-84), una derrota que impidió al equipo de Ivanovic sellar el billete para su quinta Final Four consecutiva en Berlín. La pasada campaña, el Buesa Arena también se volvió vulnerable al ser asaltado por el CSKA (67-71), otra vez el Olympiacos (85-89), el Khimki (71-82) y, nuevamente, por el cuadro ruso (70-74) en el cuarto encuentro del cruce de cuartos de final que supuso el triste adiós continental.
triunfos inolvidables Si esos verdugos alaveses andan sobrados de pedigrí, tradición y opulencia, lo sucedido en esta temporada carece de una explicación razonable. Tres conjuntos aparentemente inferiores y con la vitola de cenicientas como el Zalgiris (88-92), el Asseco Prokom (75-81) y el Lietuvos Rytas (86-89) han hurgado en la herida aprovechando la irregularidad que abandera el rendimiento de los pupilos de Ivanovic. Ahora que comparece el batallón heleno con soldados punzantes y venenosos como Diamantidis, Batiste, Nicholas, Fotsis, Sato y compañía, el Buesa Arena debe erigirse más que nunca en ese sexto jugador que suministre un aliento imprescindible hacia la victoria.
Antes de caer en barrena durante estos últimos tiempos, el Baskonia generaba un miedo escénico tal que hasta los grandes transatlánticos europeos acababan engullidos por una pista caliente que ha intimidado en infinidad de ocasiones a jugadores rivales y árbitros. Tras caer en la primera fase ante el CSKA el 12 de enero de 2005, el antiguo TAU encadenó una histórica racha de victorias en el Buesa Arena que le llevó a estar casi tres años imbatido. En esa temporada, sin ir más lejos, ganaría los seis últimos partidos al amparo de su afición y alcanzaría su primera Final Four en Moscú tras dejar en la cuneta al Benetton.
Esa positiva dinámica se mantuvo inalterable durante los ejercicios 2005-06 y 06-07. Con once triunfos en cada una de ellas, la cifra se elevó hasta las 28. Los dos primeros asaltos de la campaña 2007-08 ante el Virtus y el Montepaschi permitieron alcanzar la treintena hasta que el CSKA, convertido en una especie de bestia negra, frenó de raíz la racha (76-85) un 29 de noviembre de 2007 gracias a los pletóricos Langdon y Andersen. Precisamente, el hechizo del Buesa Arena volvió a hacer factible aquella temporada otro billete para la Final Four de Madrid tras quebrarse la titánica resistencia del Partizan en los dos choques celebrados en Vitoria. El Caja Laboral, inmerso actualmente en una espiral muy inquietante, se encomienda hoy más que nunca a su talismán.