fue una desigual lucha que, entre otras causas, acabó arrastrando al Caja Laboral hacia el abismo de una hiriente derrota. Unos, los locales, se asemejaban a gigantes inalcanzables y contaban con un imán a la hora de atraer el balón. Otros, los visitantes, eran simples pigmeos y meras figuras decorativas. El duelo de San Pablo retrató ayer la alarmante debilidad reboteadora del combinado vitoriano, que viene desangrándose sistemáticamente en esta capital faceta del juego desde el comienzo de la temporada.
Como acostumbra a señalar Ivanovic, el rebote no es una cuestión de altura sino de deseo. Por lo visto, sus pupilos no tenían aprendida la lección pese a estar avisados antes del salto inicial. Pocas veces los datos de la estadística son tan irrebatibles como ayer en tierras sevillanas. Cuando uno de los contendientes concede 22 rechaces bajo su aro y, por tanto, regala ese número de posesiones a su rival, resulta imposible aspirar a la victoria. Sea quien sea el rival de turno, este hecho constituye una constante bombona de oxígeno para quien goza de ese privilegio. Y el Cajasol disfrutó de un escenario idílico para quebrar su pésima racha de resultados.
Mediatizado en parte por las faltas de Stanko Barac, incapaz de gozar de continuidad sobre la pista por las personales, el Baskonia vivió un calvario en las inmediaciones del aro. Las contadas ocasiones en que los exteriores locales erraban un lanzamiento no suponían ningún lastre para Joan Plaza. Ahí aparecían Triguero, Ivanov, Katelynas o Davis para campar a sus anchas y rebañar todos los balones sueltos, con la consiguiente desazón para un Ivanovic desesperado e impotente en la banda.
Sin embargo, esta monumental tara en el rendimiento azulgrana no es fruto de la casualidad. Ya llueve sobre mojado, porque el actual líder de la ACB tiene el dudoso honor de ser el noveno en este apartado. De hecho, en sus últimas derrotas continentales ante el Zalgiris, el Partizan, el Maccabi y el Prokom ha perdido la batalla del rebote. Y, en ocasiones, por goleada. Un debe que no es sólo achacable a los hombres altos o a la ausencia de un segundo cinco puro en la plantilla, algo que clama al cielo, sino también al escaso despliegue de los exteriores.
El controvertido Bjelica, que capturó seis rechaces en trece minutos de juego, fue el único que acudió al auxilio en la funesta jornada. Entre Barac, Haislip, Teletovic y Musli consiguieron 10 rebotes. El cuarteto andaluz triplicó esta cifra, en concreto 33. Demasiada desventaja.