Han representado dos apuestas a medio-largo plazo que, de momento, pasan de puntillas en el presente ejercicio y a las que el Caja Laboral no está extrayendo ningún provecho. Nemanja Bjelica y Dejan Musli, dos excelentes proyectos de baloncesto atados con un largo contrato para hacer negocio en los próximos años, constituyen junto a la fragilidad interior el principal foco de preocupación baskonista en estos albores de temporada.
Todos daban por descontado que, dada su extremada juventud e inexperiencia al más alto nivel, les costaría varios meses adaptarse a una realidad baloncestística completamente diferente, pero ello no equivale a quedarse cruzados de brazos y dejar transcurrir el tiempo como si nada. El hecho de conceder la alternativa a piezas tan bisoñas, una filosofía que el inquilino del Buesa Arena ha implantado con éxito desde hace tiempo y en la mayoría de los casos nutrido sus arcas de dinero con su posterior traspaso a la NBA, conlleva un cierto peaje y obliga a exhibir altas dosis de tranquilidad antes de recoger los réditos una vez el proceso de maduración haya concluido.
Bjelica y Musli andan enfrascados en esa batalla, que ni mucho menos será fácil. Su aclimatación a un club de élite como el Baskonia promete ser tortuosa, de ahí que ambos balcánicos estén gozando de un papel residual en los esquemas de Ivanovic. Su escasa pujanza les mantiene postrados en el banquillo, aunque el caso particular del alero reviste un punto mayor de incomodidad. A diferencia de Musli, con él no se barajan hipótesis de cesión ni nada por el estilo. Se trata de un jugador de la primera plantilla de pleno derecho que debe erigirse en uno de los puntales alaveses para asaltar los títulos que se pondrán en juego.
Tras las arduas negociaciones que precedieron su llegada y la fortísima competencia que halló la directiva para cristalizar las negociaciones ante el ferviente interés del opulento Olympiacos, Bjelica apenas está respondido a las expectativas. Incluso transmite una imagen de frialdad que no casa para nada con el carácter de la casa que le ha acogido para las cinco próximas temporadas. Se le aprecian los chispazos de calidad inherentes al clásico baloncestista balcánico, pero este juego y este equipo exigen mucho más para triunfar.
timidez inquietante No es una cuestión tanto de que sus promedios resulten paupérrimos -4 puntos y 1 rebote en la ACB, mientras que en Euroliga firma 0,7 tantos y 0,3 rechaces-, sino de comprobar la aparente desidia de un alero cuyo principal déficit se halla localizado en sus dotes defensivas. En la mayoría de sus comparecencias -como quedó patente con ese -6 de valoración ante el Khimki-, resta más que suma. Su timidez contrasta con la de un prometedor joven que debería morder en cada acción y comerse el mundo. Varios pasos por detrás del resto en cuanto a intensidad y ardor, debe espabilar cuanto antes porque la locomotora azulgrana no aguarda a ningún rezagado.
Mientras su situación puede remediarse con el paso de las semanas, el caso de Musli presenta muchas más incógnitas. En los siete encuentros que ha estado a disposición de Dusko Ivanovic -sin contar la gira estadounidense-, totaliza únicamente nueve minutos y casi de rebote. Los disputados el pasado domingo ante el Fuenlabrada tras la ausencia de última hora de Rancik, cuya lumbaliga no dejó otra salida que el bautismo liguero del joven serbio.
A tenor del ostracismo al que sistemáticamente le somete el montenegrino, Musli constituye un pívot tachado para actuar esta temporada en el Caja Laboral en dos competiciones tan exigentes como la ACB y la Euroliga. Si las arcas del club vitoriano lo permiten y un buen pívot se pone a tiro para poner fin a la soledad de Barac en la pintura, su destino no debe ser otro que una cesión, en contra de lo apuntado hasta la fecha por las altas esferas. Dado que, ante todo, necesita minutos para foguearse y no ser carne de banquillo, su situación actual supone un freno indudable a su progresión y crecimiento como jugador. Su permanencia en la plantilla carece de sentido si todo continúa igual.