Vitoria. Resulta tremendamente complicado plasmar en palabras las emociones que sobrevolaron ayer el Buesa Arena. El júbilo de los jugadores, las lágrimas de los aficionados que, apenas unos segundos antes, gritaban enrabietados y volcaban su ira contra los árbitros... Después de vivir una noche como la del duelo que enfrentó al Baskonia con la Cibona de Zagreb unos meses atrás. Después de aquella remontada increíble y ese empate a puntos buscado y encontrado, probablemente ningún aficionado azulgrana pensaba que iba a vivir nada parecido en toda su vida.
Ayer, un hombre sintió en sus manos la esperanza -y con ella una presión inseparable y, al mismo tiempo, inimaginable- de todo un pabellón. En realidad, de toda una ciudad y una provincia, volcadas con un equipo que esta temporada le ha permitido vivir sensaciones de una magnitud descomunal. En una noche que pasará a la historia del baloncesto, todo el mundo quiso ser parte activa de una gesta con la que nadie contaba. Los protagonistas fueron muchos y muy diferentes, pero la raíz de esta tercera Liga que ayer levantó el Baskonia empezó a crecer, curiosamente, cuando apenas restaba un minuto para el final.
Como los grandes intelectuales que sólo abren la boca para expresar sentencias irrefutables con apenas unas palabras, Pau Ribas apareció para anotar un triple inconmensurable a falta de un minuto para lo que muchos pensaban que iba a ser el bocinazo final. Fue su única canasta de todo el partido, pero el catalán puede vanagloriarse de haber metido un tiro de tres puntos que recordará hasta su último aliento. Enrabietado, condenado a un ostracismo al que no está acostumbrado ni parece gustarle un ápice, Juan Carlos Navarro rumiaba su venganza. Y la consumó.
En la siguiente jugada, recibió el balón en la línea de 6,25 metros y, sin pestañear, se elevó para lanzar un triple. Lo anotó, y no contento con eso, sacó una falta personal al propio Ribas. Era la quinta falta para el badalonés que, incrédulo, se retiró al banquillo con cara de pocos amigos. Sin embargo, el destino le tenía guardado un revés a Navarro, que falló el tiro adicional y tuvo que conformarse con que su compañero Morris le arrebatara el protagonismo en los segundos decisivos. El ala-pívot estadounidense anotó un mate e igualó el marcador (66-66).
Y apareció Lior Eliyahu. La mano de Dios. El israelí demostró ser un jugador de una calidad inabarcable y casi imposible de encontrar en el basket actual. El cuatro hebreo cogió el balón, saltó para anotar una de sus características bombas y, cuando el balón ya descendía, Terence Morris lo taponó. La reglamentación, diáfana en este apartado, es clara. Canasta válida. Pero tres hombres, especialmente uno, Daniel Hierrezuelo, también conocido como "el de siempre", decidió que, en un partido que miles de personas estaban contemplando en ese momento por televisión, no iba a irse a su casa sin un plano detalle de sí mismo en los televisores de media España. En una acción que debería tener su sanción contundente en los próximos días, los colegiados anularon la canasta. El partido se iba a la prórroga.
Así fue como llegó la hora en la que los principales estiletes del Caja Laboral a lo largo de esta histórica campaña se adueñaron del partido. Primero, el MVP, Tiago Splitter, con dos canastas de líder que asfaltaron el camino hacia la gloria. Dispuesto a no dar su brazo a torcer, el Barcelona reaccionaba con Morris, Navarro y Ricky Rubio. Después, la máquina de hacer triples gritó. Fuera del encuentro durante la mayor parte del tiempo, Mirza Teletovic estrenó nuevo peinado con el único triple de los cuatro que intentó. 73-75 en el marcador y un mundo por jugar. Una canasta del bosnio y un tiro libre, con dos puntos de Lorbek de por medio, llevaban el partido al 76-77. Con siete segundos por jugar, el Baskonia optó por cometer una falta sobre Gianluca Basile que ejecutó Eliyahu. El italiano hizo un favor a su rival anotando uno de los dos tiros libres. 76-78.
A falta de sólo un suspiro, San Emeterio cogió el rebote. Como si, de repente, hubiera recibido una sobredosis de autoestima, el cántabro corrió hasta el aro rival, entró a canasta con la fe que sólo un héroe de su magnitud tiene en sí mismo y, con varios jugadores del Barça dispuestos a rebanarle el pescuezo, anotó y recibió falta adicional. 78-78. Medio segundo. El alero baskonista pisa la línea, mira al aro, respira, lanza... y anota. Las lágrimas inundan sus ojos. Fernando San Emeterio, quién si no, otorgaba al Baskonia su tercera Liga y se convertía en leyenda. El resto es historia. Pero no se vayan, aún hay más. Como el malo de la película que no quiere morir, Basile lanzó un tiro desde su casa que llegó a tocar el aro baskonista. Pero los miles de seguidores azulgranas evitaron con su mirada que el triple del italiano entrara. Nadie iba a acabar con este sueño.