Todo o nada en cuarenta minutos dignos del mejor thriller de suspense. El cielo o el infierno. Alegría desbordante o decepción mayúscula. Seductora cita con el tercer título de la historia o vacaciones anticipadas. Es el sino que le aguarda al Caja Laboral, cuyo subidón de adrenalina por verse 2-0 en la serie se ha transformado ahora en dudas, nervios e imprecisiones. No era oro todo lo que relucía.

El inmejorable colchón, labrado a base de sangre, sudor y lágrimas tras dos duelos iniciales al filo de la navaja, se ha venido definitivamente abajo. Cuando todo el mundo se las prometía felices y aventuraba un plácido trayecto hacia una nueva final liguera, un par de dolorosas cornadas en Vistalegre acaban de devolver la incertidumbre y meter el miedo en el cuerpo. Lejos de arrugarse por lo que parecían dos golpes bajos y sufrir la presión de verse asomado al precipicio, el Real Madrid ha resurgido de sus cenizas para conducir la eliminatoria a un dramático desempate.

En la balanza de las sensaciones, algo que a la postre no sirve para nada, el desasosiego crece sobremanera al comprobar cómo el cuadro vitoriano pierde gas a pasos agigantados y su homónimo blanco exhibe un espíritu de hierro para sobreponerse a las dificultades. Ni siquiera las sensibles bajas de Garbajosa y Llull, fuera de combate ayer desde el segundo cuarto por un esguince de tobillo, supusieron un balón de oxígeno para esquivar la escabechina final. Sobrios, efectivos y sin fisuras en su caparazón, los de Messina se comportaron como una trituradora implacable.

Queda el consuelo de que el Buesa Arena será un infierno y volverá a ejercer mañana ese embrujo mágico para reduzca el empuje merengue a la mínima expresión, pero existen precedentes desalentadores como para evitar cruzar los dedos, rezar varios rosarios y encomendarse a alguna virgen que devuelva la alegría en el juego y la intensidad a la desangelada actitud defensiva. El Baskonia, reducido a escombros con una actuación fantasmagórica, contrajo una deuda con su afición, por lo visto ayer el único clavo ardiendo al que uno se puede agarrar viendo las evoluciones de unos y otros.

Mientras la derrota del miércoles dejó algún síntoma para la esperanza y sólo obedeció a una pájara final, el cuarto duelo constituyó un monumental ejercicio de impotencia. La severidad del golpe obliga a una urgente autocrítica y un imperioso rearme anímico. Dos angustiosas victorias sobre la bocina en casa como contrapunto a dos derrotas en Madrid donde, por momentos, fue imposible competir. Es el inquietante panorama de una serie donde el paulatino declive azulgrana contrasta con la pujanza blanca.

Los cacareados propósitos de enmienda se quedaron desgraciadamente en la taquilla del vestuario. Emergió otra vez un Baskonia blando, sin chispa, huérfano de su célebre munición desde el perímetro y que volvió a desangrarse de manera alarmante en el juego interior. Entre la perfecta sinfonía interpretada por ese magnífico violinista llamado Tomic, las dos faltas iniciales de Splitter y la alarmante ausencia de tensión, el duelo empezó rápidamente a desprender un olor a chamusquina.

brazos caídos Favorecido por las defensas fraternales de los pívots visitantes, el Madrid forjó un dominio incontestable. Salvo ese esperanzador 0-13 que clausuró el acto inicial y minimizó la caótica puesta en escena (11-2), la cuarta entrega se convirtió en un absoluto monólogo blanco. Prigioni sentó nuevamente cátedra con una dirección perfecta, Bullock rememoró sus noches más gloriosas, Velickovic extrajo petróleo de su superioridad física ante San Emeterio, Reyes evidenció las alarmantes lagunas de Teletovic y Tomic se dio un homenaje de canastas de todos los colores.

A trancas y barrancas, siempre dos pasos por detrás de su oponente en deseo, hambre de victoria y argumentos tácticos, el Caja Laboral aguantó tres cuartos. Era algo engañoso. Tres cuartos de sufrimiento dieron paso a otro epílogo aterrador. El aro se empequeñeció. La huelga de brazos tensos permitió al anfitrión gustarse en la recta final. Mañana, la solución definitiva.