Ni estaba muerto ni se le podía enterrar antes de tiempo. El Caja Laboral sigue más vivo que nunca en la Euroliga, pero pudo y debió salir de la periferia de Moscú con un bagaje más exitoso. Lo mereció con creces por su juego embaucador y únicamente él solito lo tiró por la borda. Por ende, una de las actuaciones baskonistas más rutilantes del presente curso acabó dejando un increíble poso de amargura.
Cuando el equipo vitoriano se disponía a culminar una velada antológica, satisfacer el doble objetivo de ganar y superar los once puntos de la ida y, en definitiva, enderezar su errática trayectoria en este Top 16 donde parecía resignado a su cruel destino, una insólita cadena de errores le privó del premio gordo. Tres tiros libres errados en el último suspiro -uno de Marcelinho y dos más a cargo de English-, sumados a una portentosa canasta de Langford a cinco segundos del epílogo, abortaron la posibilidad de que este accidentado desplazamiento a Moscú se saldase con un botín inmejorable.
La tropa de Ivanovic se ha encaramado momentáneamente a la segunda posición de su grupo -su basket average general es de -1 por -5 del Khimki-, pero la próxima semana rinde visita al temible Olympiacos mientras que los pupilos de Scariolo medirán sus fuerzas en Zagreb contra una desahuciada Cibona dispuesta a estrenar por fin su casillero. Un halo de decepción, aunque tras su sensacional papel de ayer este colectivo tiene las agallas suficientes como para derribar cualquier muralla por grande que sea.
El Baskonia se resiste a dar sus últimos coletazos en esta Euroliga donde se tambaleaba y su cabeza pendía de un fino hilo hasta ahora. Si bien su futuro a corto plazo todavía es inquietante, el panorama se divisa ahora de otra manera. En un momento de máxima adversidad, escocido aún por la estocada copera que le endosó el Real Madrid y huérfano de Splitter, la grandiosa actuación en tierras moscovitas debe suponer un punto de inflexión.
Cuando menos confianza despertaba este grupo desangrado por las lesiones y el paupérrimo estado de ciertas piezas, emergió la raza de las grandes solemnidades. Por días así se ha granjeado el club alavés una leyenda tan dorada durante la última década. Frente a un rival que le dejó completamente groggy hace dos semanas y había convertido su pista en un fortín inexpugnable, aconteció una especie de resurrección con la que nadie contaba.
De principio a fin Sobreponiéndose a un cúmulo de elementos que habrían resultado mortales de necesidad para cualquier forastero, el Caja Laboral paseó una suficiencia atroz. A diferencia de otros, posee toneladas de casta, madurez y orgullo. Desde el salto inicial, el Khimki se vio desfigurado por un plantel rabioso y con ganas de saldar la última afrenta. Lejos de imponer ese ritmo sosegado que le permitió vivir en una nube en el Buesa Arena, aceptó un intercambio de canastas del que salió trasquilado. Y puede sentirse satisfecho de haber igualado el average para todo lo que malvivió.
Teletovic, al que sólo unos ineptos policías incentivaron una noche antes su amor propio, encarnó el rebelde espíritu baskonista. El bosnio encontró numerosos aliados en un grupo donde resucitaron algunas piezas controvertidas. La magnífica batuta de Ribas y Huertas, el incansable trabajo de San Emeterio, los fogonazos de Barac, la meritoria irrupción de Herrmann como secante en el perímetro y la astucia de Eliyahu en el último cuarto para fabricarse canastas de todos los colores obraron el partido ideal para un Baskonia que sólo vivió un calvario a la hora de candar el rebote.
En cuanto cerró el grifo anotador procedente de un excelso Langford -18 puntos hasta el intermedio-, la superioridad alavesa se hizo más patente. Amarrado el triunfo, restaba lo más difícil. Con Eliyahu al mando de las operaciones, el sueño de remontar los once puntos empezó a hacerse realidad. Una canasta de Herrmann colocó incluso ese esperanzador 73-90 que suponía un golpe a la línea de flotación rusa. No obstante, un duelo que había transcurrido de manera plácida sufrió un pequeño borrón en los minutos finales. Entre el desatino desde el tiro libre y la sangre fría de Cabezas y Langford en sus penetraciones, la diferencia se estancó en esos 11 puntos que obligan a seguir remando.