hace ya mucho tiempo que Fernando San Emeterio viene reclamando a gritos un puesto en la selección española de baloncesto. Los compromisos en Rusia de Sergio Scariolo han impedido al entrenador italiano acudir en directo a Bilbao para seguir in situ a sus hombres y otear nuevas incorporaciones. Pero si después de ver el vídeo del partido ante el Bizkaia Bilbao Basket el técnico del Khimki no convoca al alero para el próximo partido del combinado nacional, Scariolo debería acudir raudo y veloz a la óptica más cercana.
Ayer, San Emeterio jugó probablemente el mejor partido de su carrera deportiva, y lo hizo el día en el que su equipo más le necesitaba. Pilar maestro del conjunto de Dusko Ivanovic, sus 34 puntos de valoración -la mejor marca en Copa desde la que firmó un joven Pau Gasol- anticipan un MVP con su nombre grabado. Los cánticos de la hinchada baskonista así lo reclamaron, y cuando casi cuatro mil personas piden algo con las cuerdas vocales en carne viva, más vale satisfacer sus peticiones.
Quizás para que su camino de baldosas amarillas se enderezca hasta formar una plácida línea recta, el jugador nacido en Santander decidió hace tiempo que lo de afeitarse antes de los partidos no iba con él. Al igual que los hombres de la selección española en los pasados Juegos Olímpicos o durante el Mundial, la seña de identidad de San Emeterio reside en un rostro impenetrable con barba de tres días. Precedentes como Navarro, los hermanos Gasol o Rudy son la mejor carta de presentación.
Así, con la despreocupación del que no necesita mirar a las cámaras cada vez que anota una canasta decisiva, el tres azulgrana se ha erigido en la pieza que hace girar un engranaje al que ni siquiera una pieza llamada Tiago Splitter le lleva a desencajarse.
Porque decir que San Emeterio atraviesa un excelente estado de forma es ser injustos con el trabajo de ese jugador defenestrado el pasado verano. Lo suyo va mucho más allá. El santanderino ha transformado sus bandejas en mates, y su tiro de media distancia en un porcentaje de triples que para sí lo quisieran muchos de los que se hacen llamar tiradores. Es cierto que ayer se topó de frente con un Mumbrú cuya defensa se asemeja más a un bote de mantequilla que a un muro de hormigón, pero ni siquiera esa excusa justifica por sí misma un bagaje de seis de nueve en tiros de dos puntos y tres de seis en triples. Tampoco sus cuatro recuperaciones, o sus siete rebotes -tres de ellos ofensivos-.
Ahora, después de que ayer se desangrara durante 34 minutos, Fernando San Emeterio se enfundará de nuevo el traje de superhéroe para intentar llevar al Caja Laboral a la final, y alzar así la séptima Copa del Rey para las vitrinas del Buesa Arena. Tal vez los nervios o el cansancio le hayan impedido dormir todo lo que le habría gustado, pero una cosa está clara: seguro que no se le ha pasado por la cabeza afeitarse.