Vitoria. Prisionero de sus dudas. Este Caja Laboral convive con demasiados miedos. Algunas de sus dudas las genera su baloncesto atropellado. Buena parte de esa inquietud se alimenta también de su débil defensa. Y otra dosis de su desánimo se palpa con cada revés que recibe de la enfermería con varios jugadores doloridos. Si todo le sale bien, puede ser un ciclón. Si falla, ese cóctel previo hace que los nervios afloren. Tantos que en ese deseo de remediar los males lo único que se consigue, a veces, es una respuesta precipitada y errónea que le condena a convivir con sus peores pesadillas.
Ese terror a volver a fallar se palpó ayer en el Buesa Arena. La escuadra baskonista saltaba a la cancha sabedora de que su afición se merecía una respuesta. Una pancarta, desplegada por Indar Baskonia, daba la receta: "El orgullo no depende de lo que ganas sino de lo que sientes". Y los pupilos de Ivanovic se emplearon a fondo, poniendo en alma en cada acción, pero tan ansiosos por agradar que cayeron en un pozo de despropósitos. Sólo así se entiende que Tiago Splitter -ovacionado por su pundonor sobre el parqué- se lamentara en el primer cuarto con una estadística personal repleta de borrones (0/5 en canastas de dos). El de Joinville demostró ese espíritu decaído con cada pérdida de balón incomprensible. Miró al cielo, juró en voz alta y Dusko Ivanovic no tuvo más remedio que refugiarle en el banquillo a la espera de que recuperara la confianza en su juego.
Algo similar dejó entrever Mirza Teletovic. El balcánico comenzó lanzando cada balón que pasaba por sus manos. Ataques de un suspiro. Lanzamientos forzados. Ergo, errores garrafales. La ansiedad por brillar en ataque, por asumir esa responsabilidad en ataque, le hizo fallar con estrépito en varias acciones.
Fernando San Emeterio fue otro de los que intentó asumir ese rol protagonista. A base de penetraciones imposibles forzó la desesperación de la grada. Lo intentó. Se zafó en tareas ingratas y se estrelló, en muchas ocasiones, contra el muro adversario.
Del mismo modo, Lior Eliyahu se encuentra rehén de sus debilidades. La defensa no es lo suyo. Y lo acusó. Duró en el parqué muy poco. Lo que tardó el Blancos de Rueda en visualizar esa fisura en la defensa baskonista y profundizar en la herida. Asimismo, Brad Oleson arrastra sus molestias y se encoge cada vez que su tobillo le da un pinchazo. El de Alaska, sin recuperarse totalmente, se ve incapaz de cambios de ritmo y vive abrumado en cuanto, a base de triples, los de Porfi Fisac le clavaron un par de dardos. Hasta Vladimir Micov, un jugador con el rol de suplente pero que siempre suma, ayer firmó una estadística con valores negativos. El miedo se cuela y crea más inseguridades de las debidas. Sólo las victorias curan esas heridas.