- El sector de la hostelería en Agurain no levanta cabeza. La veintena de bares y restaurantes con los que cuenta la capital de la Llanada Oriental permanecen desde ayer con la persiana cerrada o trabajan a medio gas debido al cierre por la alta tasa de incidencia de casos de coronavirus en la localidad.

Desde el colectivo reconocen que "ya no podemos más". El Gobierno vasco ha decidido poner cerco al coronavirus. Bares y restaurantes de Agurain deben permanecer cerrados desde ayer al haber superado todos estos municipios la tasa de 500 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días.

Nuria y Juanjo esperan pacientemente a la puerta de Ibaia garagardotegia a recoger sus cafés mañanero apostados junto a un gran montículo de nieve. "No nos queda otra que pedir café para llevar" relata Nuria acostumbrada a reponer fuerzas tras dejar a la niña en la ikastola. "Esta semana trabajo de tarde y a mí personalmente me gusta tomar café después de dejar a la niña. Ahora nos toca tomarlo en la calle", comenta ante un humeante vaso de café con leche. "Hay que ser consciente de que hemos pasado de 500 casos por cada 100.000 habitantes. Tenemos que ser responsables", reconoce resignada con la situación. "A nosotros nos fastidia, pero la más perjudicada es la hostelería en este caso", apunta.

Frente al bar Mendibil, ubicado en la plaza de San Juan de Agurain, Almudena y Azucena sacan el móvil del bolsillo para grabar en él el número de teléfono del establecimiento en el que deben hacer el pedido. Txus Urrutia, su propietario, se ha encargado de colocar en la puerta un cartel con el horario y el contacto para recibir las peticiones de sus clientes.

"Me parece mal que los bares tengan que estar cerrados. Yo no me lo esperaba otra vez. Es una faena", apunta Almudena frente al local. Junto a ella Azucena espera pacientemente. "Me parece que para los bares es una situación muy complicada. No llevan un mes abiertos y ya tienen que volver a cerrar, sobre todo para aquellos que están empezando. No levantan cabeza. Mucho terminarán cerrando", apunta.

En la puerta del local Txus Urrutia, encargado del negocio, reconoce que "la situación actual es complicada" al tiempo que apunta que "si es por temas de salud no hay ningún problema, pero nos tienen que ayudar con el alquiler, calculando cuáles son los gastos de cada uno".

Desde la hostelería aguraindarra coinciden en señalar en que las medidas se están cebando con el sector. "Son tiempos difíciles para todo el mundo, pero la hostelería paga por todo. Por el transporte público, por las reuniones en familia, por la afluencia masiva a los supermercado", por ejemplo destacan. "A quienes nos dedicamos a la hostelería nos están ahogando económicamente y esto no mejora, pero lo más importante es que los afectados sean leves y no tengamos más muertes y disgustos", añaden desde un establecimiento de la localidad de Agurain.

Algunos se veían venir la situación. Los datos publicados día a día durante los últimos 14 hacían presagiar lo peor. "Hasta ahora no habíamos tenido que cerrar por cuestiones de incidencia", apuntan desde los pocos bares que ayer levantaron la persiana para dispensar bebidas y pintxos para llevar.

Pese a haber recibido al principio de la pandemia algún tipo de ayuda el sector continúa reclamando subvenciones para hacer frente a los gastos de alquiler o impuestos. "Al principio Lanbide nos ayudó con el alquiler y la mutua también, pero no es suficiente", reclama Urrutia.

"Nos ha pillado todo un poco de sopetón. No sabemos ni cómo lo vamos a hacer. En principio hemos puesto un cartel para informar de la cita previa" relata frente a la hoja que informa que el local atenderá de 9.30 a 13.00 y de 16.30 a 18.00 horas. "Son más o menos las horas de más venta de café", señala Urrutia quien explica que "no podemos vender alcohol. Sí caldos, cafés o pintxos".

"Si se respeta la distancia y el aforo, se utiliza la mascarilla y con las medidas pertinentes en los bares se corre el mismo riesgo que en el transporte público", relata Urrutia frente a una plaza repleta de nieve que dificulta aún más la presencia de clientes. "En verano era mejor. Se podía estar tranquilamente en la calle", sentencia al tiempo que repite que "si es por cuestiones de salud lo entendemos, pero que nos ayuden. Hay gente que puede aguantar, pero otra lo está pasando muy mal en el sector".

Tras la barra de la cafetería Jai-Alai, Tito Barquilla, despacha cafés y pintxos desde la ventana del local. "Vamos a hacerlo como antes. Servimos para llevar y lo remarcamos. Una vez servido ya no es cosa nuestra dónde se lo tomen". Tito cuenta con la ayuda de una camarera. "La otra vez estuvo en el ERTE. Ahora vamos a intentar aguantar. A ver cuánto dura la situación", reconoce el hostelero con una amplia trayectoria tras el mostrador. "La vez anterior abríamos de 9.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00, pero ahora lo vamos a hacer todo seguido a ver como resulta. Esperemos que no sea mucho tiempo", apunta al tiempo que explica que ya ha pasado la Er-tzaintza "avisando de que no haya terrazas clandestinas, que no se amontone la gente".

"Es una mierda que no te dejen tomar un café tranquila", se lamentaba una clienta del establecimiento de la calle Mayor.

Varias de las personas consultadas por este diario vaticinan que "lo más probable es que estemos así dos semanas. Los últimos días los datos están siendo malos. Es algo que se veía venir". El cierre en martes no ha pillado a los establecimientos con tanto género en las cámaras como en el mes de noviembre. "La otra vez fue un sábado cuando tuvimos que cerrar. Teníamos todo el género para el fin de semana", reconocen.

José Antonio Pérez, como cliente, reconoce que "el tema de los bares es una faena. Va a ser un golpe mortal para ellos. El que no tenga con qué sostenerse va a tener que cerrar. Cada vez es más frecuente ver persianas echadas, no sólo de hostelería, sino de otros negocios. La gente no puede soportar los gastos que se generan".

Pérez reconoce que "el cierre de la hostelería tiene efecto dominó. Al final si los bares cierran la persiana afecta a otros sectores como los proveedores o los repartidores,". "Los bares han llevado todo muy controlado hasta ahora y los clientes somos comprensibles con la situación. Nos da igual que tengamos que estar de una manera o de otra". "Dejar el pueblo sin bares es terrorífico. Parece un desierto", lamenta al tiempo que se suma al llamamiento para reclamar "ayudas para el sector".

De momento, Agurain se va a ver afectada por esta medida y si el jueves sigue en nivel rojo, también por el confinamiento perimetral municipal. Esto es; sus vecinos y vecinas no podrán salir del municipio salvo por motivos laborales o de causa mayor.

Sobre Agurain planea la posibilidad de un próximo confinamiento municipal con el que su alcalde, Ernesto Sainz, se muestra a favor. "El cierre perimetral es acertado, lo que no tiene sentido es cerrar los bares y que los vecinos se marchen a otra localidad extendiendo así el virus", señala. En las últimas dos semanas se han dado 30 nuevos casos, algunos de ellos concentrados en una única familia.

Aunque son conscientes de la necesidad de realizar sacrificios contra el avance de la enfermedad, el peso de las restricciones empieza a hacer mella en el ánimo y en el bolsillo de los hosteleros. Desde Otxoa Taberna, Musku, ha decidido no abrir la puerta de su local de la calle Mayor. "No merece la pena", se lamenta mientras a su lado un proveedor de productos de limpieza reconoce la agónica situación. "Mi jefe me está manteniendo a base de tirar de sus ahorros y de su esfuerzo. El 98% de nuestros clientes es de hostelería", dice.

La nueva situación es una nueva estocada para el sector. "Nosotros vivíamos de la noche y nos tuvimos que readaptar", explica mientras reconoce que "no tenemos cocina. No me compensa abrir porque para cuatro cafés", dice después de haber participado el pasado lunes en la concentración del sector en Lehendakaritza. "En el sector, muchos hemos gastado ya los ahorros y la situación es complicada", reconoce Musku para quien la pandemia ha cambiado los hábitos de los clientes. "Ahora se trabaja mejor por el día, pero el poteador de toda la vida se ha acabado. Ahora la gente coge mesa y está ahí sentado. No se cambia de bar por el miedo a no tener mesa. Además aquí tenemos el hándicap del tiempo", añade. La actitud de sus clientes, reconoce, "ha sido ejemplar. A alguno hay que recordarle el tema de la mascarilla o de que se siente, pero los menos". Y, vería, como no, conveniente ampliar el horario de cierre.