Ahora que se acerca la Navidad, me viene a la cabeza un recuerdo del día de Reyes de 1984. Durante semanas, toda España estaba expectante por el anuncio de que, a las dos del mediodía, RTVE iba a emitir un western en tres dimensiones titulado Fort ti. El precio de las gafas necesarias para poder visualizarla era de 125 pesetas, aunque me fue imposible encontrarlas pues se agotaron a los pocos días. Por fortuna, a mis manos llegó una fotocopia en la que se explicaba cómo poder fabricarlas utilizando una cartulina y papel de celofán de color rojo y azul.

Aunque aquella emisión no fue en absoluto lo que aguardábamos la mayoría, consiguió mantener a medio país expectante, a la espera de ver cómo los caballos saltaban de la pantalla, o cómo los indios y los vaqueros pelearían en medio de nuestros salones. Estoy convencido de que la gente de mi generación recordará aquel momento, pero, quizá se sorprendan al descubrir que uno de los pioneros en el campo del cine en relieve fue un fotógrafo afincado en Vitoria-Gasteiz.

Nacido en Ávila el 3 de noviembre de 1895, tan solo un mes antes de que los hermanos Lumière inventaran el cine, Teófilo Mingueza se trasladó junto a sus padres, maestros nacionales, a Vitoria cuando tenía doce años. Su gran afición de niño era la bicicleta, no tardando en destacar en el mundo del ciclismo, donde llegó a ganar la Copa de Plata de la Infanta Isabel, aunque también practicó otros deportes, como el motociclismo, las carreras pedestres o la natación.

Su primer acercamiento al mundo del cine se produjo en 1918, cuando, junto a un grupo de amigos, fundó Gráfica española, una productora que aspiraba a filmar un guion escrito por Isaac Díez, y en la que Teófilo interpretaba a un labrador. Aunque llegaron a grabar algunas escenas de aquella película muda en la calle de la Estación, en el actual Museo Provincial de Bellas Artes, en el pueblo de Armentia y en el interior del palacio de Bendaña, la falta de financiación hizo que el proyecto se abandonara y Josetxu, que era el título de aquella película, jamás viera la luz.

Puede que la decepción por aquel fracaso cinematográfico tuviera algo que ver con el hecho de que decidiera acompañar a su madre a Madrid, a donde la habían trasladado para trabajar en un colegio. Pese a que él también había estudiado magisterio, aprovechó su estancia en la capital para estudiar radiotelegrafía, profesión que le permitió trabajar en un barco mercante durante siete años.

En 1925 retorna a nuestra provincia para trabajar como proyeccionista en el Nuevo teatro. A partir de ese momento, entre el olor a acetona para pegar los celuloides, y los proyectores de arco voltaico, válvulas y electrodos decide que su actividad profesional se centraría en el campo de la fotografía y la cinematografía, primero como reportero de documentales de noticias, y posteriormente creando su propio estudio fotográfico, en el que trabajó hasta su fallecimiento el 25 de julio de 1980.

No obstante, también realizó incursiones en el mundo de la radio, fundando, junto al médico Francisco Fernández Peña, una emisora que, al no contar con los permisos necesarios para emitir música, se dedicaba a radiar datos técnicos. Incluso, participó como actor radiofónico en célebres radionovelas, parte central de la programación que se escuchaba en todos los hogares.

No tarda en indagar sobre cualquier innovación de la que tenía conocimiento, siendo el primer fotógrafo que consigue trabajar en color en Vitoria. Pero sin duda, sus tres inventos más destacados y de los que hay constancia en la Oficina de Patentes y Marcas del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, son unas lentes polarizadas para evitar el deslumbramiento de los coches por las noches, una cámara gran angular capaz de tomar instantáneas panorámicas de hasta 360º con la que consiguió meter en una sola fotografía toda la plaza de la Virgen Blanca, y su sistema de grabación cinematográfica en relieve.

La sencillez y eficacia de la patente número ES0140391 de 1935, para un sistema de aparato para ver estereoscópicamente a cualquier distancia dibujos, fotografías y proyecciones cinematográficas, en negro o color, superaba con creces a los especialistas americanos y rusos que también trabajaban en ello durante la década de los años 30 del siglo pasado. Consistía en acondicionar un tomavistas convencional de 35 milímetros con dos objetivo, que grababa en un mismo fotograma la visión de ambos ojos, para, posteriormente, ser visionada mediante unas gafas graduables, también de su invención, que contaban con una serie de espejos y prismas, y que ofrecían la sensación de cine en relieve.

Con este sistema realizó dos películas de las que se guardan sendas copias en la Filmoteca Vasca de Donostia. La primera es un documental de 1933 sobre la capital alavesa con secuencias de la vida cotidiana de la ciudad, y la otra, grabada dos años después, sobre la inauguración del aeródromo Martínez de Aragón. Su amor por la ciudad queda patente en el hecho de que siempre lamentó que, la falta del equipamiento necesario en Álava, le obligara a tener que revelarlas en Madrid, despojando a Vitoria de esa parte de su invención. En palabras de su hijo Fausto Mingueza, "era un verdadero inventor, un genio que vivió muchos años por delante de su tiempo". Y, aunque durante un tiempo, el Centro de Formación Ocupacional del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz contó con un taller de creación y experimentación de fotografía y cine que llevaba su nombre, hoy en día está prácticamente olvidado, y sus inventos, que podían haber revolucionado el mundo de la fotografía y cinematografía, han sido relegados a simples curiosidades.