vitoria - Ocho diputados generales de Álava custodian la estancia contigua a la sala de plenos del Palacio de la Provincia. Los retratos se apiñan en la pared izquierda. Justo queda espacio para el noveno. ¿Pintura o fotografía? Pronto se lo preguntarán. Ramiro González sumó ayer un nuevo eslabón a una cadena que Emilio Guevara inauguró con la restauración de la democracia. Treinta y seis años separan al uno del otro. Muchos. Y Juan María Ollora, Fernando Buesa, Alberto Ansola, Félix Ormazábal, Ramón Rabanera, Xabier Agirre y Javier de Andrés, de por medio. Dirigentes que juraron o prometieron defender el territorio en actos de investidura al principio muy breves, después trufados por intervenciones generosas llenas de buenas intenciones, marcadas por un protocolo que ha ido adaptando su corsé al paso del tiempo, las singularidades políticas de cada época y las reivindicaciones de las siglas.

El alegato de Guevara (14 de septiembre de 1941) fue el de la defensa a ultranza de la “reintegración foral plena”. Miembro entonces del PNV, socialista en esta última década, este “abogado en el bufete de su padre, vitoriano e hijo de vitorianos”, como lo definió la prensa local, se convirtió en el primer “caballero diputado general de Álava” tras los sombríos años franquistas el 7 de mayo de 1979. Era un momento difícil y esperanzador. El presidente de la Mesa y procurador de la Hermandad de Ayala, Lázaro Gancedo, recordaba tras el Agur jaunak cómo habían sido necesarios “sufrimientos, lágrimas y sangre para iniciar esta nueva etapa de recuperación de aquellos derechos tan injustamente arrebatados”. Tras su intervención se eligió a los secretarios y luego el histórico José Ángel Cuerda presentó al candidato del PNV a liderar el territorio. En la primera votación se emitieron 45 votos, 23 favorables al aspirante jeltzale y 22 en blanco. Al no obtenerse mayoría de dos tercios se procedió a un segundo escrutinio. Esta vez hubo 52 votos, 30 de apoyo, 22 en blanco. Y un ganador.

Algunos procuradores de Los Independientes de Álava se fueron de la sala. No por Guevara, sino por su rechazo a que las Juntas Generales, reunidas 102 años después, tuvieran como presidente al Rey de España cuando éste no había jurado los fueros alaveses, una crítica que Guillermo Perea expresó con la lectura de un discurso. Al cabo de un rato, y tras el intento de Cuerda de calmar las aguas, unos pocos volvieron a entrar. Y se procedió al acto de investidura. Comisarios, maceros, txistularis y el jefe de protocolo acompañaron a modo de paseíllo al dirigente nacionalista, arropado por fuertes aplausos, y tras leerse una carta de Juan Carlos I que nombraba delegado regio al nuevo diputado general -provocando la salida de nuevo de varios junteros-, el presidente de la Mesa entregó el bastón de mando al elegido.

Un hombre emocionado. Guevara se definió como “hijo de Álava” e hizo votos por “la inmediata constitución de un País Vasco autónomo, articulado desde el respeto a la personalidad de todos y cada uno de los territorios que lo integran”. En breve evidenciaría que no sólo eran palabras. Siempre se le recordará por haber sido uno de los artífices del Estatuto de Gernika.

El traspaso de makila llegaría el 29 de mayo de 1983. Un acto que se celebró por primera vez en Bernedo. Hacía seis meses, las Juntas Generales habían decidido trasladar allí la sesión de designación de diputado general -ya sin el “caballero” delante- con motivo de la constitución de esta zona de Montaña Alavesa en Cuadrilla de Campezo. Por fin se separaba de Añana y adquiría personalidad política y geográfica propia. Lo que entonces no tenían previsto es que ese Pleno de Tierras Esparsas se convertiría en una tradición anual ineludible para esta institución, aunque la investidura regresara a Vitoria. Aquel día fue especial. Para recordar. Y algo más largo. Había tres aspirantes: Juan María Ollora, por el PNV; Alfonso Martínez, del Grupo Socialista; y José Nasarre de Letosa, por Coalición Alavesa. Tras ser presentados, se procedió a la votación. El primero obtuvo 23 apoyos. El segundo, catorce. El tercero, nueve. Y hubo una papeleta en blanco. Se procedió a la segunda vuelta y los resultados fueron los mismos. Los nacionalistas volvían a gobernar.

Acompañado por los maceros y en medio de tremendos aplausos, Ollora (19 de noviembre de 1949) juró “defender los fueros, buenos usos y costumbres de Álava, signo de autogobierno y libertad, en aumento de la justicia”. Y luego siguió con una prudente declaración de intenciones. El nuevo diputado general se negó a caer en el error de “prometer mágicas ilusiones y anticipar programas fantásticos” y abogó por continuar con “algo que ha sido característico en todos aquellos que han ocupado este cargo: el trabajo por la provincia, el deseo de colaboración con todos, sean del partido que sean, y el propósito de apertura a todos los proyectos e ideas”. En ese afán, se comprometió a trabajar por mejorar las condiciones de vida, luchar contra el paro “dentro de las limitadas posibilidades en las que nos movemos” e impulsar el euskera, pero “sin imposiciones”. El peneuvista era erdaldun y sospechaba que, pese a sus esfuerzos juveniles, moriría así. Y también habló de paz, de pluralidad y universalismo. Y recitó varios poemas. Un economista con sensibilidad.

Tras Ollora, Álava abrazó una coalición. El 17 de julio de 1987, el añorado Fernando Buesa, asesinado trece años después por ETA, se convirtió en el nuevo diputado general. Socialistas y nacionalistas habían presentado conjuntamente esa candidatura y por primera vez, antes de la votación, el aspirante a gobernar Álava y los portavoces de los grupos tomaron la palabra. Una decisión adoptada por las Juntas que se recogió en el reglamento foral y que ha llegado hasta nuestros días. La novedad no impidió que Buesa agotara sin complejos los 60 minutos establecidos para la intervención. Se comprometió a trabajar desde el diálogo para conseguir el desarrollo del autogobierno, el progreso de la Hacienda, el fomento del empleo, la modernización de la actividad agraria, más infraestructuras, la preservación del medio ambiente, una política social y cultural potente y la superación del terrorismo y la violencia. Habló insistentemente de la necesidad de llegar a acuerdos, completamente convencido de la urgencia de confeccionar alianzas políticas para gobernar con estabilidad el territorio.

Buesa se mostró entusiasta y logró contagiar esa seguridad al foro. Las intervenciones de la oposición siguieron la misma línea, aunque con algunas formaciones más reticentes que otras a esa reiterada oferta de colaboración. Y el socialista agradeció el apoyo crítico. Luego, tras dos turnos de discursos, tuvo lugar la votación. Se emitieron 41 papeletas: 20 favorables al único candidato y 21 en blanco. Al no haber mayoría absoluta, los procuradores repitieron gesto. Y el resultado fue el mismo. Los aplausos arroparon al ganador. El primer socialista de la Diputación desde el inicio de la democracia. Y el primer líder foral que, en vez de jurar, prometió su cargo. Luego los txistularis tocaron el Agur jaunak. Eran las tres y media de la tarde. Habían pasado más de seis horas. El Pleno de investidura más largo de todos los celebrados hasta entonces. Y los que estaban por venir.

El 17 de julio de 1991 fue el siguiente. De nuevo, con una sola candidatura. Pero esta vez, con el sello protagonista del PNV y respaldada por el PSE. La representación de los nacionalistas había subido un 40% en las elecciones, los socialistas se habían mantenido y ambos estaban dispuestos a repetir fórmula de colaboración aun cambiando el peso de las fuerzas. De esa promesa de estabilidad habló intensamente Alberto Ansola (6 de agosto de 1943) en su primer discurso. Y sobre esa base presentó un programa “de progreso social, cultural y económico que responde a los deseos y las demandas de la sociedad alavesa en el umbral del año 2000” articulado en cinco grandes bloques temáticos. Habló de programas de formación, de corredores logísticos, de apoyo a la iniciativa privada, de la restauración del patrimonio artístico, de impulso a la agricultura, del apoyo a las personas mayores, de integración de minorías étnicas, de igualdad real entre hombres y mujeres... Y todo eso sin perder de vista un acontecimiento histórico que estaba a punto de producirse: la apertura de fronteras de los estados miembro de la Comunidad Económica Europea. Estaba convencido de que implicaría “cambios significativos” para el territorio.

La oposición fue menos condescendiente que en la primera coalición PNV-PSE. En Euskadiko Ezkerra sentían que la alianza respondía más a un mercadeo de instituciones que a un constructivo acuerdo programático. Para Eusko Alkartasuna la credibilidad del pacto era escasa y la falta de proyectos concretos demasiado evidente. El PP directamente habló de “espectáculo” por los dimes y diretes que habían provocado las negociaciones. Herri Batasuna insistió en “el fraude político” que había supuesto la reforma posfranquista, con un discurso similar al de la época de Guevara, entre llamadas al orden por salirse del reglamento al abordar cuestiones ajenas al Pleno, como la situación de los presos vascos. Socialistas y nacionalistas cerraron el primer turno y, tras un segundo, arrancaron las votaciones. Hubo 25 papeletas a favor del único candidato, 17 en blanco y seis nulos. Lo mismo que en la segunda ronda. Ansola se convertía así en diputado general por cuatro años.

Su sustituto fue el nacionalista Félix Ormazábal (5 de mayo de 1940), otro candidato de la coalición PNV-PSE. El Pleno de investidura tuvo lugar el 13 de julio de 1995, pero esta vez hubo un segundo aspirante: José Miguel Merino, de Ezker Batua, quien argumentó que se presentaba para cumplir con “el compromiso adquirido con los más de 11.000 alaveses” que le habían apoyado. El pescado, no obstante, ya estaba vendido. Como un calco de sus predecesores y un presagio de todo lo que estaba por venir, el futuro nuevo diputado general recordó la necesidad de diálogo por la pluralidad del territorio y la experiencia demostrada para llegar a acuerdos entre al menos una mayoría política de Álava. También habló de crisis -de valores, empresarial, económica...-, de la sensación de desidia de la clase política hacia la ciudadanía y de la obligación de huir de la rivalidad interterritorial. Y defendió conceptos como la solidaridad, la justicia social y la eficiencia para seguir avanzando.

Ormazábal se mostró convencido, aunque sólo convenció a los suyos. Tampoco necesitaba más. Ezker Abertzaleak le advirtió de los 5.000 puestos de trabajo destruidos y las 25.000 suspensiones de empleo en sectores clave para la economía alavesa. En Unidad Alavesa, temerosos de la pérdida de singularidad del territorio, se atrevieron a tachar la intervención del dirigente jeltzale de encefalograma plano. Y el PP acusó a nacionalistas y socialistas de pasar de puntillas por la situación política general, mientras hacía un alegato para el recuerdo en apoyo al aeropuerto de Foronda -“su defensa no encontrará fatiga en nuestro grupo”-. Fueron discursos larguísimos que acabaron, en cualquier caso, con el resultado previsto. Un diputado general respaldado, por primera vez desde el inicio de la democracia, por la mayoría absoluta de las Juntas. El jeltzale obtuvo 26 votos de los 45 emitidos.

Los tres últimos diputados generales, mucho más frescos en la memoria colectiva, forman parte del nuevo siglo. Ramón Rabanera recibió el bastón de mando el 26 de julio de 1999. En esa ocasión, la votación fue palpitante. El dirigente del PP recibió en el primer turno 18 apoyos, frente a los 22 de Félix Ormazabal, dos de José Miguel Fernández y nueve papeletas en blanco. Eran las de los socialistas, que en la segunda ronda decidieron aupar al dirigente popular a lo más alto, propiciando un histórico cambio de siglas en el gobierno foral. También cuatro años después hubo emoción. Álvaro Iturritxa (PNV) se adelantó en la primera vuelta a Rabanera, con 19 votos frente a 16, pero al repetir operación el segundo se ganó la confianza de ocho de los nueve procuradores del PSE que se habían abstenido anteriormente. Y así, el 4 de julio de 2003, Rabanera volvía a aferrar la makila. El primero de Álava en repetir. El único, desde entonces.

El dominio del PP acabó tras cuatro años de débil gobierno en minoría, un Rabanera que ya había puesto la directa al Senado y el paso del testigo a Javier de Andrés. El 26 de julio de 2007, el PNV recuperó la Diputación con la apretadísima victoria de Xabier Agirre, que obtuvo 17 votos, frente a los 15 del candidato popular, otros 15 de Juan Carlos Prieto (PSE), cuatro de Aitor Bezares (Acción Nacionalista Vasca) y uno en blanco. Pero le duró poco. El 7 de julio de 2011, De Andrés se tomó la revancha ganando por la mínima, con 25 síes, sólo uno más que los de Agirre, gracias a los socialistas. Ayer, sin embargo, el PSE volvió a los brazos del PNV. Y González recibió la makila. 30 de junio de 2015.