- El Deportivo Alavés cumplirá sus primeros cien años de vida el próximo 23 de enero de 2021 y lo hará militando en Primera División por decimosexta vez en su historia, un hito que es de obligada celebración en el seno de un club mucho más acostumbrado al sufrimiento que a la gloria que precisamente vive en estos momentos especialmente brillantes. Pero la cuestión es que esa ilusión que despierta el centenario y la posibilidad de seguir creciendo como club chocan frontalmente con la extrañeza provocada por el coronavirus y que también afecta directamente al fútbol en su esencia. Porque, más allá de que la competición vaya a retomarse de nuevo transmitiendo sensación de normalidad, lo cierto es que todavía no se perfila en el horizonte una fecha clara en la que los aficionados puedan regresar a los estadios. Y, se diga lo que se diga, el fútbol sin público no es lo mismo. Hasta que no se consiga una vacuna que ponga límite a los contagios desenfrenados y permita el contacto entre personas, los asientos permanecerán vacíos. La esperanza es vivir el centenario de vuelta a Mendizorroza -la fecha además coincide con la visita del Real Madrid a Vitoria-, mientras que en lo deportivo, también marcado por la incidencia del virus a nivel económico en el club, el objetivo no puede ser otro que dar continuidad a esta época dorada que está viviendo el club con la presencia en Primera División por sexta campaña consecutiva, que supondría el tope histórico de la entidad.

El Alavés viene de protagonizar su peor temporada en todos los sentidos desde que regresó a la élite por el hundimiento que sufrió desde el retorno del parón, once jornadas finales de las que se pasó de la tranquilidad al sufrimiento para acabar exhalando un suspiro de liberación con la victoria en el penúltimo partido contra el Betis que amarró una permanencia que por momentos se vio peligrar seriamente.

Si en el primer tramo del curso el equipo de Asier Garitano no enamoraba a nadie pero al menos tenía la capacidad competitiva para ir sumando puntos y tranquilidad con cierta regularidad, el hundimiento en las últimas jornadas ya de regreso a la competición fue de tal calibre que el descenso casi se convierte en una amenaza real.

Cierto es que hay que analizar todo lo que ocurrió con una lupa especial -coronavirus, expediente de regulación de empleo, reducciones salariales...-, pero el rendimiento del equipo en el tramo final fue pésimo -tras la victoria contra la Real Sociedad que parecía asegurar la salvación se bajaron los brazos de manera clara-, se llevó por delante a Garitano y, por fortuna, una reacción justo a tiempo ya de la mano de Juan Ramón López Muñiz en el banquillo evitó que la catástrofe se consumase. De ese lodazal, cabe esperar que las heridas que se abrieron hayan cicatrizado ya y que la marejada que se vivió entonces haya tornado en un mar en calma en el seno del club, que vivió jornadas de enorme tensión.

Dentro de un verano tremendamente extraño, la gran apuesta del club ha sido la contratación como entrenador de un Pablo Machín que llega a Vitoria para implantar un particular sistema que le dio un éxito enorme en el Girona y le abrió las puertas del Sevilla. De la capital hispalense salió de manera precipitada de una forma difícil de entender y su último paso por el Espanyol fue desastroso porque no le dieron tiempo de enderezar la trayectoria de un equipo moribundo.

Precisamente, el tiempo juega también ahora en su contra; no en vano, no en vano, la pretemporada ha sido demasiado corta como para que sus ideas futbolísticas calen por completo en el equipo y ya se sabe que la competición oficial no espera a nadie en cuanto el balón comienza a rodar. Por si fuera poco, a estas alturas del año la plantilla tampoco se asemeja al ideal que seguro tiene el preparador soriano, que en su estilo requiere de perfiles muy concretos por su apuesta por jugar con tres centrales y dos carrileros de largo recorrido. Por el momento, tendrá que tirar con los elementos que tiene, aguardando que hasta el próximo 5 de octubre que se cierra el mercado se produzcan más incorporaciones que vengan a sumarse a Deyverson y Rodrigo Battaglia, únicos fichajes al cierre de estas líneas.

En este sentido, el club vitoriano está siendo tan perjudicado como la mayoría de sus competidores del mercado más extraño que se recuerda. Salvo alguna contada excepción, todos los clubes han visto mermados sus ingresos por culpa del coronavirus y el cinturón del control económico impuesto por LaLiga para que los gastos no se desboquen respecto a los ingresos les aprieta más que nunca. La herencia de muchos contratos del pasado ha sido un lastre importante a la hora de concretar movimientos, ya que la obligación ha sido dejar salir a los que no cuentan antes de poder dar entrada a jugadores nuevos. Y en esa tarea sigue de momento la dirección deportiva alavesista, a la que le queda tarea por delante.

El año del centenario llega en el peor momento posible, pues el Alavés no va a poder exprimir económicamente como esperaba el aniversario. Muchos de los planes que tenía para festejar sus cien años se encuentran aparcados -de momento solo se ha presentado el nuevo escudo renovado-, ya que se considera indispensable que los aficionados puedan participar en los mismos de forma activa. Ojalá llegue pronto ese día en que el alavesismo regrese a Mendizorroza a disfrutar de su equipo.

Tras el peor curso desde el regreso a Primera en cuanto a números y sensaciones, se aspira a mantener la plaza con menos sufrimiento

La crisis del coronavirus también ha afectado seriamente al club, que perderá también ingresos que esperaba del centenario