El Deportivo Alavés buscó ayer en San Mamés un imposible digno de hacerse un hueco en el libro Guinness de los récords. Nada menos que intentar regresar a casa con algún punto en las maletas sin acercarse siquiera a las inmediaciones del vitoriano Unai Simón. Un intento que, como parecía evidente desde antes de su inicio, resultó claramente fallido. Tal y como indicaba la lógica en un escenario de ese tipo, la escuadra del Paseo de Cervantes encajó una derrota ante la que prácticamente no opuso ninguna resistencia y que de nuevo puso de manifiesto uno de los obstáculos contra los que se está estrellando una y otra vez este nuevo proyecto de Asier Garitano.

Una molesta piedra que se traduce en una incapacidad casi absoluta para generar algo de juego ofensivo. Ante el Athletic, al Glorioso le resultó absolutamente imposible presentar la más mínima propuesta ofensiva. Ni siquiera cuando el marcador ya estaba en su contra y le obligaba a buscar la portería contraria si deseaba tener la más mínima opción de evitar la debacle y muchísimo menos todavía mientras el cero a cero inicial permaneció inalterado.

Los números no acostumbran a engañar y, en este caso, no son sino el reflejo de una triste realidad que debe llevar, como mínimo, a una profunda reflexión. Y es que un disparo a puerta es el balance del combinado albiazul en los últimos 180 minutos que ha disputado. Concretamente un lanzamiento de Wakaso desde fuera del área que acabó mansamente y sin ningún peligro en las manos de Unai Simón. Al margen de eso, la nada más absoluta. Ni una sola intervención tuvo que realizar hace siete días el guardameta del Sevilla en Mendizorroza y balance igual de relajado pudo completar el arquero del Athletic ayer.

Con esos pobres argumentos resulta lógicamente muy difícil, por no decir imposible, sumar victorias. Una realidad con la que se ha topado de bruces un Deportivo Alavés que ha encadenado sus dos primeras derrotas del ejercicio tras un arranque ilusionante y que, lo que es todavía más preocupante, no ofrece síntomas de tener la capacidad de dejar atrás el encefalograma plano en el que parece haber caído.

Como en ocasiones precedentes, el equipo compareció en San Mamés con el objetivo primordial de cortocircuitar el juego del adversario y proteger su propia portería. Pero ni tan siquiera en eso estuvo acertado. Porque más allá de los méritos que pudo contraer el Athletic, la clara superioridad rojiblanca fue alimentada por las continuas concesiones vitorianas.

Y es precisamente ahí donde se produjo la herida por la que terminó desangrándose el conjunto del Paseo de Cervantes. Como si hubieran transmutado en benjamines que disputan sus primeros partidos serios más allá de las pachangas propias de los recreos del colegio, los jugadores de Asier Garitano se mostraron incapaces de enlazar dos pases seguidos. Incluso cuando el escenario era cómodo y no aparecía ningún rival presionando, muy raramente el balón acababa en el pie buscado. Esa sucesión de patadas a seguir sin destinatario posible fue quitando cada vez más oxígeno a los babazorros hasta que la soga apretó lo suficiente como para desequilibrar el marcador.

Y ni siquiera entonces fue capaz de encontrar argumentos ofensivos el plantel gasteiztarra. Un Deportivo Alavés que necesita urgentemente dar con una fórmula que le permita acercarse a las porterías contrarias. Porque ganar sin hacerlo es imposible.