Vitoria - Acuñó ya hace unos cuantos años un exalbiazul como Jorge Valdano aquella frase célebre de que el fútbol “es un estado de ánimo”, una obviedad mayúscula que jornada tras jornada resulta evidente en cualquier equipo del mundo, ya sea de fútbol o no. Desde los más grandes hasta los más humildes. Póngase como ejemplo, sin ir más lejos, al todopoderoso Real Madrid, que hace apenas cinco meses se coronó campeón de Europa por 12ª ocasión tras borrar del mapa en la final a la Juventus de Turín y que ahora deambula en liga por los campos de Primera con más pena que gloria y que recientemente fue apeado de la Copa por un equipo casi de barrio como el Leganés. O póngase el ejemplo también del Deportivo Alavés, al que la llegada del Pitu Abelardo al banquillo parece haberle cambiado de cara. ¿Cómo es posible -se pregunta el alavesismo a estas alturas- que los mismos jugadores que fueron incapaces de sumar un solo punto en las seis primeras jornadas del campeonato sean ahora los mismos que le plantan cara al Atlético de Madrid o el Barça en sus respectivos estadios? Quizá ese estado de ánimo del que hablaba Valdano sirva para explicar semejante mutación tanto a nivel colectivo como individual. De otra manera, se antoja complicado encontrar motivos suficientes e incluso racionales para responder a un cambio de actitud tan llamativo.
referente en paradas En este contexto, contagiado precisamente por la euforia que atraviesa el equipo desde la llegada del técnico asturiano, la regularidad de Fernando Pacheco en la portería es un hecho incontestable. Una realidad que no solo está ayudando a sumar o salvar puntos -ayer LaLiga hizo público que el portero es líder en paradas con 71-, sino que confiere al plantel albiazul la misma confianza en su portero que antaño, cuando se convirtió en uno de los porteros más sólidos de la categoría y un firme candidato a entrar en las quinielas del seleccionador Julen Lopetegui. Esa merecida fama se la ganó el guardameta con José Bordalás en Segunda División, con el que se destapó ya como un portero sensacional a pesar de su juventud -tenía entonces 23 años-, y la consolidó un año después ya en la elite y con Mauricio Pellegrino en el banquillo, que dibujó un entramado defensivo perfectamente orquestado que tenía en Pacheco a su figura más destacada. No defraudó en absoluto el portero en su debut en Primera, donde no solo validó la confianza depositada en su figura sino que se convirtió en el quinto portero menos batido al final del campeonato, dejando para la historia acciones memorables y deteniendo incluso penaltis a figuras como Messi y Cristiano Ronaldo, entre otros.
Un talento que también puso el de Puebla de Obando (Badajoz) al servicio de la Copa del Rey, contribuyendo a la clasificación de su equipo para la final ante el Barça con paradas de gran mérito como aquella que firmó en el partido de vuelta de la semifinal ante el Celta en Mendizorroza, pero que sin embargo esta temporada, al menos en el primer tercio del campeonato, han brillado por su ausencia, sembrando de dudas el rendimiento del propio cancerbero hasta el punto de que incluso asumió públicamente no estar cumpliendo las expectativas que sobre él se habían depositado. “Sé que no empecé a mi nivel, pero poco a poco estoy con más confianza”, aseguró. En la recuperación de dicho estado de ánimo ha jugado un papel notable la llegada al equipo de un entrenador como Abelardo, conocedor de la liga y sabeedor por su experiencia como jugador de elite de la tecla que debía tocar cuando asumió las riendas de un equipo muerto con solo seis puntos sumados en trece jornadas. Tiró de manual, habló con el vestuario e infringió a cada uno de sus pupilos la dosis justa de autoestima para recuperar la confianza. Y mano de santo. El equipo reaccionó, comenzó a sumar y a convertir Mendi en un fortín y recuperó para la causa a una figura clave como la de Pacheco, que desde entonces ha protagonizado acciones de gran mérito que han devuelto la serenidad a la zaga defensiva y al equipo en general. El runrún de los primeros partidos ha desaparecido de la grada y para el imaginario colectivo quedan paradas de gran espectacularidad como la que le sacó a Sergio García ante el Espanyol, que contribuyó a sumar la primera victoria de la temporada en casa. Dejó en San Mamés en la siguiente jornada una de esas actuaciones memorables que explican el porqué el alavesismo le considera un santo, y llegaron después los mano a mano ante el Sevilla, donde celebró con victoria también su centenario como jugador del Alavés, un paradón de vértigo a disparo de El Zhar (Leganés) en el minuto 44 de la primera parte cuando el resultado era de empate a cero, o una palomita de foto a disparo de Messi en el Nou Camp que pudo desviar al palo. A pesar del buen trabajo colectivo realizado entonces, se quedó a un paso el Alavés de protagonizar la campanada de la jornada, como ya hiciera el pasado año. En esa línea ascendente en cuanto a rendimiento y confianza, su última gran actuación coincidió con el triunfo del equipo el pasado sábado ante el Celta. En un duelo marcado por la posesión celeste -firmó una espectacular media del 75%- en territorio enemigo, de nuevo estuvo fino SanFernando, que desbarató una ocasión clara de gol a cargo de Radoja en la primera mitad y sacó una mano prodigiosa a un no menos espectacular taconazo de Iago Aspas en las postrimerías que a buen seguro hubiese metido a los hombres de Juan Carlos Unzúe en la pomada del partido.