El peor apartado que exhibió ayer el Deportivo Alavés en su estreno en el nuevo estadio Wanda Metropolitano fue su falta de ideas cuando se encontró en disposición de encarar la portería rival. No lo hizo mal el conjunto vitoriano cuando se presentó en el balcón del área local, pero una vez allí las luces se le apagaron por completo y pecó de una desesperante falta de agresividad con el balón para tratar de poner en apuros a un Jan Oblak que apenas tuvo que emplearse a lo largo de los noventa minutos. Unos chispazos en ataque que se echaron de menos para meter aún más miedo a un Atlético que por momentos, aún con el empate en el marcador, dio sensación de desesperación por su incapacidad para alcanzar la portería de Fernando Pacheco, pero que supo esperar su oportunidad sabiendo que su propio cancerbero estaba muy bien protegido.
Ya desde los primeros minutos salió a relucir una tendencia que sería ya permanente durante todo el encuentro. Con mucha más precisión en el primer pase tras la recuperación, el cuadro vitoriano se aproximó con bastante peligro hasta el balcón del área rojiblanca en los compases iniciales del partido, pero ahí se encontró con un muro que no fue capaz de dinamitar. En muchas ocasiones, porque ni siquiera lo intentó.
Un jugador como Pedraza que cuando arranca la moto no se detiene hasta que culmina sus acciones se mostró anoche extremadamente dubitativo. Cierto es que Simeone había detectado a la perfección que el cordobés es el elemento de mayor peligrosidad que maneja Abelardo, pero incluso con la vigilancia especial a la que fue sometido fue capaz de generar desequilibrios. Eso sí, cuando otras veces tiene claro que tiene que encarar hasta buscar el pase definitivo o el disparo, ayer dudó en exceso y en muchas ocasiones detuvo unas arrancadas que acabaron quedando en nada.
Con Munir sometido a una labor de zapa a base de constantes patadas con muy poco castigo e Ibai Gómez muy poco participativo, el mismo mal que afectó a Pedraza lo sufrió también Burgui. El extremeño se entretuvo demasiado con el balón en los pies cada vez que se asomó el balcón del área local y le costó muchísimo tomar decisiones. Así, situaciones que se contemplaban como ventajosas se acabaron yendo por el sumidero.
En esta tesitura, Oblak vivió tranquilo durante todo el partido y solo Rubén Duarte con un buen disparo lejano probó sus reflejos.