Vitoria - Los más jóvenes, por fin, ya tienen su historia. La misma que tantas veces habían oído en casa a sus abuelos, padres o hermanos, y que siempre comenzaba con el mismo, y ya cansino, estribillo del “Yo estuve en Dortmund...”. 16 años después de aquella gesta que catapultó al club al Olimpo del fútbol mundial -aún hoy aquella final es considerada como una de las más espectaculares de la historia- y colocó a la ciudad de Vitoria en el mapa internacional, las nuevas generaciones del club, es decir, los hijos de Dortmund, disfrutan por fin de su momento. Esta vez en la Copa del Rey como contexto competitivo y el Vicente Calderón como teatro de los sueños. Porque sin buscarlo ni quererlo, el Alavés alumbró en la madrugada del pasado sábado una nueva camada de albiazules que difícilmente podrán olvidar en su vida el día en que comprendieron por qué El Glorioso nunca se rinde, por qué siempre resurge potente otra vez o por qué la bravura de un equipo de fútbol va mucho más allá de un simple resultado, de un triunfo o de una derrota, por cruel y dolorosa que sea. Todo eso lo aprendió de un plumazo el nuevo alavesismo tras caer con honor ante el Barça en la final de Copa y contemplar al final del partido cómo 19.000 almas se dejaban la voz por sus colores. Un grito común y un aliento inagotable para acompasar ese sentimiento de pertenencia que se traslada de padres a hijos y que solo es posible explicar cuando uno lo lleva grabado a fuego en su interior. El mismo virus que portarán para el resto de sus vidas Xabier, Clara y Héctor, tres de los miles de babazorros que el sábado disfrutaron y lloraron a partes iguales en el viejo Calderón por una causa tan grande como lo era su ilusión.
Porque sólo en veladas como la que el Glorioso protagonizó ante la escuadra culé es posible encontrar la respuesta a la pasión que desata el fútbol. Una pasión que une más que separa; que comparte más que rechaza; y que disfruta más que lamenta. Una corriente, en definitiva, que el Alavés deberá ser capaz de mimar con esmero a partir de ahora, puesto que en ello le va gran parte de su supervivencia. El 16 de mayo de 2001, tras el dramático gol de Geli en propia meta que privó al equipo de la Copa de la UEFA, muchos de los presentes en el Westfallen Stadium juraron revancha y clamaron justicia. 5.914 días después de aquello, el agravio sigue vivo. Quizá la noche que el Calderón mutó en Mendizorroza los astros se alinearon para alumbrar un nuevo alavesismo que, no se sabe muy bien cuándo, podría ser testigo por fin de ese ansiado triunfo que se le resiste. Hasta entonces, el azul y el blanco continuarán siendo una fuerte pasión...