Vitoria - Hay partidos que marcan un punto de inflexión a lo largo de la temporada. El del Alavés llegó el domingo, cruzado el ecuador del campeonato y con unas perspectivas de incertidumbre después de la actitud y los resultados de las últimas jornadas. El equipo de Alberto había vuelto a hacer del cerrojo defensivo una marca de la casa y por ahí llegaban los puntos. De uno en uno, eso sí, porque el atrevimiento ofensivo, una y otra vez, se quedaba en el vestuario. Ocurrió, por ejemplo, en Huelva ante un paupérrimo Recreativo y volvió a suceder una semana después en el Mini Estadi ante un Barça B en horas bajas que aquella jornada estrenó técnico tras el cese de Eusebio Sacristán. En ambos escenarios empató a cero la escuadra alavesa gracias a una meritoria labor defensiva que al menos recuperó el carácter perdido pero que sin embargo puso de relieve sus hasta entonces evidentes vergüenzas ofensivas, una carencia que ha dado lugar a un continuo baile de movimientos en sus principales arietes. Desde Barreiro hasta Despotovic pasando por Vélez e incluso Juli.
En este contexto y luego de un parón nada propicio por culpa de la nieve, recibió el Alavés al conjunto maño con las dudas propias del que se sabe en el filo de la navaja. Por si fuera poco, una semana más el parte de lesionados dejaba a Alberto con solo 18 jugadores disponibles, lo cual obligó al técnico a variar sus peones, que no su sistema. Y funcionó. Entraron en acción por primera vez en la temporada algunos de los jugones de este plantel y el resultado dio lugar a la mejor versión del Alavés en mucho tiempo. Un ciclón que borró del mapa al Zaragoza en todas las facetas del juego, anotó su mayor goleada del curso y, sobre todo, reivindicó el papel de varios jugadores que demostraron que sí es posible jugar con valentía y ganar. Probablemente el epicentro de la revolución del domingo tuvo el nombre propio de Rafa García. El centrocampista ciudarrealeño cuyo poderío desde que regresó en Huelva tras su grave lesión craneoencefálica recordó por momentos al de Martín Astudillo, aquel Pulpo incansable que lo mismo bajaba al barro para contribuir a una ayuda defensiva de Ibon Begoña que cambiaba el ritmo de forma endiablada desde la medular para incorporarse a una acción ofensiva de Contra por banda. Un todoterreno que el domingo no solo ocupó muchísimo campo en el centro por delante de Toribio, sino que marcó el tiempo y el control del juego, asistió con peligro a sus compañeros -participó en los dos primeros goles de Toti y Lanza- y se convirtió en el faro necesario cuando el balón empezaba a quemar.
Rendimiento espectacular Al son de Rafa García, la nueva versión del Alavés ofreció un rendimiento espectacular desde el minuto uno. Y eso que el Miura que tenía enfrente llegaba a Vitoria con una vitola de récord: los últimos cinco partidos había logrado mantener su portería a cero. En una exhibición inédita en el presente curso, la escuadra de Alberto borró de un plumazo cualquier atisbo de récord y le endosó cuatro tantos como cuatro soles que bien pudieron ser más. Pero al margen del vendaval, lo sustancial de la victoria en este caso obedece al fondo de la misma, a la manera y la forma de entender el juego que hasta la fecha habían sido desestimadas por el propio Alberto, por más que en sala de prensa tratara de relativizar el resultado. Para bien o para mal, el partido ante el Zaragoza marca un antes y un después en la trayectoria del equipo. La plantilla lo sabe, el entrenador lo sabe y, por su puesto, la afición también. Por eso a partir de ahora, Alberto deberá aprender a convivir con ese partido y esa forma de proceder tan fabulosa cuando sopese de nuevo encuentros rácanos y de corte defensivo.
El equipo creció como colectivo pero también en el plano individual. Fue la del domingo una tarde para las reivindicaciones del propio Rafa García como mariscal de campo para los restos de la temporada; de Juanma como dinamizador del juego en la línea de tres cuartos; de Toti como puñal por banda y de Lanza como exponente de una tremenda calidad con su pierna izquierda al que, quizá, le faltaba ritmo de juego y sobre intermitencia; y, sobre todo, de Manu Barreiro en punta, fijando siempre a los dos centrales, asistiendo a sus compañeros gracias a su poderoso juego aéreo, fajándose en tareas defensivas y viendo puerta, la gran asignatura de este Alavés.
26 jornadas después, Alberto López parece haber encontrado los ingredientes precisos para llevar a buen puerto la nave albiazul. Parece más o menos asentada ya la cara más defensiva del plantel, esa a partir de la cual el equipo crece, como defiende el de Irún, y parece más o menos claro también cuáles son los peones encargados de ejecutar la variante más creativa. Quizá solo falte consolidar el mismo “riesgo” que el equipo asumió el domingo y asumir de una vez por todas que sí es posible en el fútbol jugar al ataque y, encima, ganar partidos.
Partidos. Ha participado en 12 partidos, de los cuales ha sido titular cuatro. Debido a una grave lesión craneoencefálica sufrida ante el Alcorcón se perdió 11 partidos. Regresó tres meses después ante el Recreativo.
Minutos. 394.
Goles. Ninguno.
Fue la reflexión que el centrocampista de Ciudad Real acuñó
el pasado domingo tras pasar
por encima del Zaragoza en Mendizorroza.
Ambición. No hubo rastro del equipo pusilánime de los últimos partidos y sí mucha convicción. Siempre llevó la iniciativa.
Acierto. Anotó cuatro goles, pero pudieron ser muchos más.
Control. Del ritmo y del juego, fundamentalmente por la presencia de Rafa García. Rombo efectivo. El que conformaron con acierto Rafa García, Lanza, Toti y Manu Barreiro.