Vitoria. Una imagen vale más que mil palabras y la carrera que Óscar Serrano pegó para echarse encima de Juan Carlos Mandiá y casi mandarle al suelo tras su gol en el minuto 93 lo explica todo. Un tanto que lo es todo. Tres puntos, oxígeno, confianza... Pura vida para el Deportivo Alavés, que se consumía de nuevo en unos minutos finales fatídicos, agotada ya la gasolina tras un derroche titánico anterior que le llevó a ponerse en ventaja, superioridad de nuevo desperdiciada al final por culpa de sus temblores defensivos. Pero donde la fortuna no acompañó anteriormente, ayer se produjo un guiño. Y, de repente, el sol resplandeció en medio de la noche vitoriana. Y la lucidez apareció procedente de la mágica pierna de un hombre como Serrano al que la suerte le debe mucho. Como a este Glorioso, que dio el volantazo a la historia que necesitaba cuando de nuevo tocaba fondo.
Después de una semana y media dirigiendo al equipo y vistos los primeros cambios dispuestos en Riazor, se esperaba toda una revolución por parte de Mandiá y para nada decepcionó las expectativas el técnico gallego, que dispuso hasta cinco variantes con respecto a ese último partido, una nueva disposición táctica con el sistema 4-1-4-1 y un cambio actitudinal muy relevante con una presión adelantadísima para tratar de entorpecer la salida de balón del Lugo.
Con Medina en el lateral derecho, Nano en el izquierdo, Ortiz como pivote único por delante de la defensa y Beobide y Manu García en el centro del campo ejerciendo de perros de presa, el conjunto albiazul salió a morder al Lugo, sobre todo a través de estos dos jugadores que en la presión se adelantaban hasta pisar el área gallega y así entorpecer al máximo la salida de balón de los centrales de un oponente con un gusto exquisito por la pelota. Un esfuerzo enorme el que exigió Mandiá a sus jugadores y no menos grande fue la recompensa que se encontró Toti dentro de esa idea constante de estar royéndole los zancajos al oponente. Un balón robado a Jorge García al borde del área, prolongación a Viguera que ante la salida del portero cruzó a la izquierda de nuevo para un habilidoso Toti que en el minuto 11 embocaba la diana.
No es que El Glorioso estuviese más brillante que en anteriores comparecencias en Mendizorroza, pero sí que el ritmo se elevó unas cuantas revoluciones. Eso sí, hay problemas para los que de momento no existe solución, como taponar la banda izquierda y en ocasiones también por la costumbre de Jarosik de adelantarse a los movimientos de los rivales y abandonar su puesto para salir a buscar el corte, con lo a veces que deja desguarnecidos a sus compañeros. Y por ahí inquietó, y mucho, un Lugo que se topó con su desacierto en el remate ante un Alavés muchas veces desequilibrado completamente, con mucha gente dentro del área muy mal colocada con la única excepción de un Mora que aporta equilibrio. Eso sí, no podían ser todo buenas noticias y el castellonense se lesionó de nuevo antes de que se hubiese jugado media hora, dejando a la zaga huérfana del hombre que más estabilidad le aporta. Al menos en esta ocasión, en la primera parte la suerte estuvo de cara y la portería quedó a cero.
Trabó el partido el cuadro vitoriano todo lo que pudo hasta que la gasolina comenzó a desaparecer a velocidad de vértigo del depósito. Tanto que Manu García y Toti también hubieron de ser relevados con problemas musculares al tiempo que otros compañeros acusaban el agotamiento físico. Y el Lugo, paciente, aprovechó esos metros de más por la bajada de tensión de la presión para encontrar vías de aguas y aprovecharlas ya en el minuto 84 para empatar.
Se venía de nuevo el mundo alavesista abajo, pero de nuevo salió a relucir el pundonor. Ahí no se le puede achacar nada a este equipo, que lo dejó todo sobre el césped. Y, al final, acabó encontrando un premio mayúsculo, el gol de Serrano. Pura vida para El Glorioso.