Que Natxo González construye todos sus proyectos sobre los cimientos de la solidez defensiva es algo que no escapa a nadie, pero una de las características del técnico vitoriano a la que casi nunca se alude es a su gusto por equipos que manejen con soltura el balón. En ocasiones, las circunstancias le llevan a apostar por un perfil más guerrillero por delante de futbolistas de un corte más creativo, pero siempre que puede intenta que su Deportivo Alavés sea el encargado de manejar el balón. Con soltura lo movió ayer en el centro del campo, donde se juntaron varios jugadores que disfrutan con el esférico en sus pies e hicieron sufrir a un Las Palmas que se vio corriendo tras el cuero durante muchos minutos. De esa ventaja abrumadora en la posesión surgió un fútbol vistoso y ofensivo, donde la preponderancia del juego por las bandas volvió a resultar muy peligrosa y al que solo le faltó el premio de la victoria.

Muchas de las virtudes que ayer se le apreciaron al Alavés no son, para nada, novedosas. Vienen de antaño. Así, tampoco extraña que quienes mejor ejecutan las ideas del técnico vitoriano son, precisamente, los jugadores que el pasado curso ya estaban a sus órdenes. Por ejemplo, en la banda derecha se volvió a repetir esa sociedad tan peligrosa que conforman Guzmán y Rubio. El extremeño ha comenzado de nuevo el curso a un tono muy alto, mientras que el catalán se mantiene en su línea de siempre. Por la izquierda, con un trabajo descomunal, fue Manu García el que llevó el peso del juego con sus constantes incorporaciones.

Tuvo el vitoriano la banda libre para sus llegadas desde atrás porque Emilio Sánchez estuvo más centrado en el campo. El albaceteño y Viguera son los que mejor manejan el balón a la hora de buscar el pase. Son los que buscan el desequilibrio. También los que más riesgos asumen. Y, por ende, los que más errores cometen en esa búsqueda por el punto diferencial. Pueden perder balones, pero también tienen la capacidad de establecer la conexión definitiva. Lo hicieron ayer al asociarse entre ellos en el saque de esquina que supuso el empate, pero también llevaron el peso del buen fútbol albiazul de cabo a rabo del partido.

Para complementarles, un recién llegado como Lázaro evidenció que con un poco de tiempo en el grupo puede ser un futbolista importante. Sin complicarse, corriendo mucho y buscando el pase sencillo. Unos ponen el efectismo y otros la seguridad. Todo ello para componer un Alavés que gustó a Mendizorroza con una apuesta futbolística agradable y vistosa a la que solo le faltó un mayor premio.