Donostia. Congelados. Como témpanos. Y no por la fría temperatura o por la constante nevada que cayó sobre el césped de Zubieta. Ni mucho menos. Esas sensaciones externas las combatió a base de pundonor, garra y coraje el Deportivo Alavés. Volvió a ser el equipo vitoriano una fiel réplica de sí mismo, ese conjunto que ahoga a los rivales a base de ritmo, de imponer su potencial físico para acabar doblegándolos en segundas partes plenas de potencia. Lo volvió a hacer ayer ante una Real Sociedad B que naufragó de manera notoria en un segundo periodo en la que se vio superada constantemente por la fuerza albiazul. Maldito destino, de nuevo, el que dicta que los txuri urdin, y más en concreto Barcina le tienen cogida la matrícula a este Alavés que de nuevo se llevó menos premio del merecido. Apenas un remate entre los tres palos y en el tiempo de descuento le sirvió el equipo de Meho Kodro para aguar lo que Laborda había convertido en la gran fiesta alavesista, una victoria que se quedó en el camino y que hubiese supuesto un machetazo definitivo a la cabeza del grupo.
Dispuso de inicio Natxo González un 4-3-3 de enorme trabajo en el centro del campo con la presencia de Beobide, Jaume y Manu García, dejando libertad para la incorporación desde atrás por las bandas de los laterales Óscar Rubio y Juanje, que se sumaron al ataque con asiduidad. Dominó casi siempre el conjunto albiazul con su fortaleza la zona de creación en un partido en el que durante la primera parte, al menos en la media hora inicial, el balón llegaba de área a área pero sin llegar a entrar en zonas de compromiso con peligro alguno.
Dominaban los albiazules el juego con cierta soltura, sin apenas pasar apuros defensivos y buscando las apariciones por el centro de Sendoa o las de Viguera desde su posición escorada a la banda izquierda. Ni uno ni otro tuvieron la lucidez suficiente como para generar desequilibrios, aunque el empuje por ese flanco siniestro de Juanje y Manu García fue el que generó las situaciones de mayor peligro, con el riojano como estilete final con un par de disparos demasiado altos. A balón parado, arma habitual de este equipo, la precisión en los centros resultó escasa y no llegaron los remates.
Mientras, por parte realista las acciones de mayor compromiso llegaron, precisamente, por ese flanco zurdo de la zaga albiazul, donde la presencia en el lateral de un extremo como Sangalli y su combinación con Ozkoidi generó ciertas apuros, como la jugada entrelazada entre ambos jugadores con la que se cerró la primera parte y en la que Rubio sacó bajo palos el pase de la muerte del lateral buscando en el segundo palo a Nazinayamo.
Como viene siendo costumbre, pisó a fondo el Alavés su acelerador en el arranque de la segunda parte en busca de ese desequilibrio en el marcador que viene consiguiendo a base de madurar a los rivales y acabar superándolos a base de potencial físico. Cual apisonadora fueron los pupilos de Natxo González ganándole metros al campo y metiendo balones cada vez más peligrosos al área, sobre todo a partir de la entrada de un Juanma que se convirtió el quebradero de cabeza constante acompañando a un Laborda incansable en la batalla.
De tanta insistencia ofensiva acabó llegando un centro desde la izquierda de Juanje que el navarro remató a placer en el centro del área para caldear los ánimos de un alavesismo que ya paladeaba un nuevo paso de gigante hacia el liderato tras el tropiezo del Bilbao Athletic en Sestao. Y así hubiese sido de no mediar, ya en el descuento, un error de esos inadmisibles que, por fortuna, este equipo no acostumbra a cometer. Una falta frontal, un cabezazo hacia atrás, las dudas de Jaume para despejar y un balón muerto, franco para que Barcina ejecutase, como en la primera vuelta, a un Glorioso que se quedó helado después de haber luchado tanto por la victoria.