No podía faltar el alavesismo a una cita tan importante para su equipo como la que ayer se vivió en Barcelona. Un día sin nada en juego, apenas un viaje de recreo, pero una oportunidad única de revivir los viejos tiempos, los que fueron tan gloriosos y que no están tan lejanos en el calendario como en los recuerdos. Si ha penado por los estadios, campos y cuchitriles de los que se compone la Segunda División B, ¿cómo iba a perder el aficionado de a pie, el sufridor de a diario, la oportunidad de sentarse en un escenario tan rimbombante como el del Camp Nou? Evidentemente, era una ocasión que no se podía dejar pasar, más que nada porque nadie es capaz de aventurar cuándo se puede volver a repetir. Fue alrededor de medio millar de aficionados, una masa imperceptible cuando queda desperdigada en Can Barça, pero el grito del alavesismo volvió a resonar fuerte en la Ciudad Condal asegurando, como dice el himno, que este club volverá a resurgir potente otra vez.
Pocos estadios de renombre le ha tocado visitar al alavesismo en estas ya cuatro campañas que lleva habitando en la categoría de bronce. Se cuentan con los dedos de una mano los campos que pueden igualarse a Mendizorroza en cuanto a pedigrí e historia, pero la vida es así y el fútbol le pone a cada uno donde corresponde. Reyno de Navarra, Riazor, Las Gaunas, Carlos Tartiere, Anoeta y Helmántico son esos estadios de renombre que a lo largo de las cuatro últimas temporadas han visitado un equipo vitoriano y una afición más acostumbrada a Arlonagusias y sus diversas variantes que a terrenos de juego de los catalogados de cinco estrellas por la UEFA. Y si a la hora de comer mortadela futbolística muchos se habían apuntado, a la hora del caviar no fueron menos los que quisieron revivir tiempos pasados que se pretenden repetir en el futuro.
En una ciudad del tamaño de Barcelona pasar desapercibido es lo más normal, pero el alavesismo se hizo sentir en los puntos álgidos, ya se llamasen Colón, Ramblas, Sagradra Familia o las excelencias de Gaudí repartidas por el condado. Incluso hubo balconada en plena Gran Vía, con bandera alavesista e ikurriña anudadas en la barandilla de una terraza de dicha calle. Casi seis años hacía que el equipo no pisaba la capital catalana, entonces también con motivos coperos, pero los ánimos actuales son muy diferentes a los por entonces imperantes bajo el mandato de Piterman. Si para una cosa ha servido la ya larga estancia en Segunda B es para la regeneración del alavesismo, que ha vuelto a hacer válido el refrán de carretera y manta para sumirse en una carrera por el cercano mapa de cada curso futbolero y volver a animar a su equipo a pie de campo, cuestión imposible en otras categorías de viajes interminables para los que el bolsillo no está preparado. En los peores momentos es cuando sale a relucir la fidelidad y los irreductibles alavesistas tenían que estar en el Camp Nou como en tantos otros sitios han dejado su huella.
Por carretera, en su versión automovilística o autobusera -de la mano de Iraultza 1921 y EuskoBarça-, por raíles o por aire, ya fuera aprovechando los nuevos vuelos de Foronda o habiendo de recurrir a Loiu, el alavesismo se desplazó de manera significativa hasta Barcelona para hacerse sentir en el Camp Nou. La batalla estaba perdida de antemano, pero todos eran conscientes de que se trataba de una guerra ajena, muy lejana al que es el objetivo real de este equipo.
Entre ese medio millar de aficionados que animaron desde las gradas del Camp Nou al Alavés también se encontraban familiares y amigos de los jugadores, que no se perdieron la oportunidad de ver al equipo albiazul en un estadio en el que fue un habitual, con alguna sorpresa incluida, hace no tantos años. Ese es el sueño a partir de ahora: volver y competir de tú a tú.